Como un niño con zapatos nuevos está Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, Cantabria, 1977), creador de Superestar, miniserie de Netflix cuyos seis episodios estrena la plataforma mañana viernes 18. No es Superestar, tal y como advertimos en su reseña, una biografía al uso. Lo nunca visto. En esta ocasión, tras la reinterpretación más o menos complaciente de otros iconos pop como Bárbara Rey, Miguel Bosé, Nacho Vidal y Cristóbal Balenciaga, el foco está en la cantante Tamara, ahora Yurena, y su cohorte de freaks, que desfilaron por televisión a principios de los dos mil. Producen Superestar Los Javis, que encomendaron a Vigalondo no repetir los patrones de Veneno, la biografía televisiva sobre la vedette trans Cristina Ortiz con la que Ambrossi y Calvo rompieron el techo de cristal.
No ha sido Superestar una serie fácil de producir. "No es una cosa que se rueda, se monta y ya está", aclara el guionista, director y showman en una larga conversación por videollamada con El Independiente. Vigalondo escribió esta miniserie junto a María Bastarós, Claudia Costafreda y Paco Bezerra antes de rodar su última película, Daniela Forever, donde coquetea nuevamente con la ciencia ficción. De hecho, dirigió Superestar –junto a Costafreda, del 92– durante la posproducción del filme en inglés. "No me siento lejos de la serie en absoluto", asegura Vigalondo durante la promoción de la serie protagonizada por Ingrid García-Jonsson, Secun de la Rosa, Carlos Areces, Pepón Nieto, Natalia de Molina y Julián Villagrán. Ellos son Yurena, Leonardo Dantés, Paco Porras, Tony Genil, Loly Álvarez y Arlequín.
Imposición ninguna por parte de Los Javis, cuyo universo se hace de rogar en Superestar. "La propuesta que me hicieron fue: 'No hagas Veneno 2'. Y en ese sentido hemos sido libres", admite. "Supongo que hacer una serie que no sea Veneno 2 implica inevitablemente hacer algo de Veneno en ella", añade Vigalondo, siempre dado a la reflexión. Y a la hipérbole. Si Veneno fue la punta de lanza de un género –el retrato de la España pop reciente– ahora asentado e incluso desgastado, Superestar es su ocaso, su transformación; un momento "dulce" como cuando Sergio Leone inauguró el espagueti wéstern: "A lo mejor, en otro momento, yo no hubiera tenido los recursos ni la libertad para hacer esta serie, una respuesta, una confrontación a la idea de biopic tradicional".
No hace falta –asegura Vigalondo– saber quién cantaba No cambié o qué era Crónicas marcianas para disfrutar Superestar. ¿Conocíamos acaso a Erin Brockovich o Larry Flynt?, pregunta. "Todavía padecemos un complejo de inferioridad en España respecto a cómo nos relacionamos con los objetos de culturas dominantes. Nuestra labor como guionistas y directores es no dar por hecho de que, como es algo que ha sucedido en España, no debe ser contado a no ser que todo el mundo lo conozca, ¿sabes? No tomamos esa precaución cuando vemos cosas de fuera, ¿no?", continúa. Pero Superestar propone otro juego y salta a otro género, la fantasía, donde pasa lo imposible. Vigalondo quiere que el público adivine qué es verdad y qué no; los más jóvenes acudirán rápidamente a Google para verificar o desmentir lo visto en pantalla.
Nunca juzgó Vigalondo a la titular de su serie. El cineasta no quería caer en la condescendencia, ni en la moralina. De ahí que Superestar arroje luz sobre las sombras de Tamara. "No he hecho nada diferente a lo que cualquier cineasta hace: convertir la película en el personaje del que está hablando", matiza. "Ni me planteo la decisión sobre condenarla o elevarla. El punto de partida es ya una decisión al respecto", añade. Vigalondo se acuerda de la película de James Franco The Disaster Artist, cuyo humor deja entrever cierta condescendencia. En Superestar no se ríen de sus personajes.
"De hecho, la Tamara de cada capítulo es ligeramente distinta porque la vemos a través de los ojos de un personaje distinto", avanza Vigalondo. "Durante los cinco primeros, Tamara es una figura que está flotando constantemente. Todos los personajes de esta historia la tenían como un fantasma. Era una obsesión por su presencia o ausencia. Tamara es un embrujo. La del capítulo 1 es una niña, la del capítulo 2 es esa amiga que se va alejando de ti, la del capítulo 3 es antagonista, una figura amenazante”, amplía.
"Para mí, lo arriesgado hubiera sido hacer otro biopic de los ya vistos, hacer algo estructuralmente similar a lo que hemos visto decenas de veces y morir en el intento", sentencia Vigalondo. Él no quería ni aburrirse ni deprimirse; tampoco al personal. "Se produce más que nunca y formalmente la homogeneidad es mayor que nunca. La forma en que se ruedan productos comerciales y productos de prestigio no son tan diferentes. Las cosas se escriben y representan por defecto de una manera muy concreta", añade.
Con Superestar, Vigalondo optó por el término medio e intentó no caer en el clasismo cultural por muchas ínfulas, más o menos "patéticas", que él pueda albergar. No contaba él con abordar nuevamente la construcción de la identidad en una ficción sobre Yurena: "¿Quién soy? O sea, ¿quién soy yo de verdad? ¿El que habla ahora aquí contigo? ¿Soy más real cuando me quedo solo y juego a la consola? ¿Quién soy yo cuando me subo al escenario y hago una idiotez? ¿Quién es el de verdad?".
Propone Vigalondo, como en Superestar, viajar al pasado. Al suyo, en el País Vasco, como estudiante de Comunicación Audiovisual. "Yo soy de familia obrera. Estudié en un instituto de pueblo en Cantabria", recuerda. "Sentía, por primera vez en mi vida, que formaba parte de algo sofisticado, prometedor. Yo estaba intentando decidir qué personalidad iba a tener. Todos lo hemos experimentado de una manera u otra. Loly Álvarez dice: 'Ahora que empieza todo, ¿quién decido ser?'. ¿Esa persona que decido ser es más real porque obedece a mi voluntad o es una mentira? ¿Eres la persona que sale del coño de tu madre o la persona que decides componer cuando te relacionas con otros artistas?", añade.
Superestar –defiende Vigalondo– no es la respuesta a una pregunta convencional: "Nos interesa tan poco el '¿qué pasó?' hasta el punto de hacer una serie con elementos de ciencia ficción; lo que plantea [la serie] es quién es Tamara realmente o quiénes son Tamara". No es Tiempo de Marte, el programa donde transcurre parte de la acción, una imitación de Crónicas marcianas sino una imaginación de Los felices veinte –pura televisión underground– si hubiera sido Crónicas marcianas, mainstream en los años noventa.
Vigalondo insiste: no hace falta pillar todas y cada una de las referencias en pantalla para disfrutar Superestar. "Sólo lo aplicamos cuando nos pilla cerca el producto", critica. ¿Acaso lo hizo el público español con la serie sobre Pamela Anderson y Tommy Lee?, pregunta. ¿Acaso no gustó la película La infiltrada a un sector de la población que no había vivido los años de plomo de ETA?, repregunta. "Atención que Christopher Nolan va a hacer La Odisea ahora. La gente que no haya leído a Homero no podrá verla", remata con ironía. Vigalondo insiste: "No aplicamos las leyes de la atracción de forma universal a todo lo que se hace".
En Superestar, en el capítulo sobre Paco Porras, Vigalondo mete en la coctelera la irrupción de Podemos y el momento cumbre del movimiento feminista en nuestro país. El cineasta se sabe al dedillo al personaje y ha visto de pe a pa su programa de una emisora local Crónicas marianas (Tiempo de María en la ficción). "Lo consecuente es utilizar el contexto social que le envuelve para completar el retrato", defiende.
"Imagínate que hacemos una película sobre Eloy de la Iglesia, un director de cine al que se cita en Superestar. Si hiciéramos una película de Eloy de la Iglesia, ¿dejarías de lado el contexto político de su trayectoria? Igual en otra época no se hubiera dicho que es homosexual, o se suaviza, como en la película de Queen [Bohemian Rhapsody]. Si tú puedes utilizar el contexto de la época para completar el retrato de alguien estás haciendo lo normal. Para mí, lo raro sería no utilizar los elementos que rodean a esa versión imaginada de Paco Porras que, no por ser imaginado, no deja de ser plausible. Yo sé cuál es la relación que tiene Paco Porras con Podemos, Manuela Carmena y etcétera porque lo ha dicho mil veces. Me parecía perfectamente natural imaginar, dentro de la fantasía, que su misión fuera anticiparse al feminismo hegemónico y bloquearlo", se explaya.
No duda Vigalondo en meter a Paco Porras –y Tony Genil– en una sauna gay. "Ellos ya eran mayores y gays en el 2000 cuando saltaron a la fama", matiza. "[Leonardo] Dantés ha sido muy transparente y directo con su identidad sexual desde mucho antes de que esto fuera algo posible. Lo que cuenta de su disco Enamorado de Javier es completamente cierto. Los demás hacen fetichismo del armario; son ambiguos y lo convierten en chiste. Hay una especie de homofobia cómica que todos llevan por delante. De hecho, la única película que hizo Dantés, L.A.R.R., es una descripción transparente de un quiebro amoroso que sufrió con otro chico y lo cuenta con una naturalidad poco frecuente durante tanto tiempo", expone.
Vigalondo tenía sumo interés en la mediana edad de sus personajes. Tamara irrumpió en la escena con más de treinta años. "Todos sabemos que en el mundo del espectáculo ya se 'prohíbe' que tengas una edad donde no sea tan fácil sexualizarte, ¿no?". Ni confirma ni desmiente que Superestar sea lynchiana. "Me encantaría. Ojalá. Lo digo completamente en serio. Es público y notorio que Lynch es como mi figura paterna, mi santo patrón. Me imagino que se habrá visto en todas mis películas. Sólo puedo decir eso. Sí te digo que el principio vector a la hora de hacer esta serie fue tomar como ejemplo el acto de libertad que fue la tercera temporada de Twin Peaks, que es la mejor", desarrolla.
Pregunta.- La mejor para algunos y la peor para otros.
Respuesta.- No. Es la mejor. La mejor. Lo que pasa es que no todo el mundo se da cuenta, pero es la mejor, claro.
P.- Perdóname, pero hay gente que la dejó a los pocos episodios porque no entendía nada.
R.- Bueno, hay que darle tiempo y espacio a la gente para aprender, ¿no? Hay que ser cariñosos con la gente y darles tiempo, espacio y confianza. No pasa nada. Cuando haces algo, industrialmente estás condicionado para satisfacer y fascinar al público del primer fin de semana o, ahora que estamos en las plataformas, los primeros 15 días. Sin embargo, si somos objetivos, la película no se va a pudrir, no se va a secar, no se va a morir, como antes.
Ahora las películas están para siempre. El público que vea la película a partir de ahora, de aquí a la eternidad, es un número mucho mayor al que también hay que satisfacer, ¿no? La escala en que se hacen las cosas tiene que ser más amplia que no la de que funcione aquí y ahora inmediatamente de forma directa, irreconocible, con todas las pistas y claves. A veces, las series y películas incluyen la propia crítica que hay que hacer, como si la respuesta tuviera que ser inmediata y concreta. Hay que ser generosos con el público, incluido con el de dentro de 500 años.
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