"Dediquemos tiempo al diálogo", ha dicho el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, en su comparecencia pública tras un lunes de alta tensión, con movilizaciones masivas y una huelga que ha afectado al aeropuerto Ben Gurion, bancos, empresas tecnológicas y empresas en el exterior. "No estoy dispuesto a que el país se divida en pedazos", ha señalado Netanyahu, que ha atribuido a "una minoría extremista" la amenaza de esta ruptura.

La calle, que grita "democracia" porque considera que los cambios que pretende el gobierno acaban con la división de poderes, demandaba que se renunciara a la reforma. No son una minoría, hemos visto cientos de miles, y llevan 13 semanas de movilizaciones pacíficas.

A pesar de la situación crítica que vive el país, Netanyahu no ha podido lograr de sus socios de coalición, ultranacionalistas y ultrarreligiosos, más que tiempo. A cambio, ha tenido que aceptar que el titular de Seguridad Nacional, Ben-Gvir, pueda dirigir una guardia nacional civil.

La idea nacional del gabinete que encabeza Netanyahu era lograr que los proyectos de ley sobre la reforma judicial quedarán ya aprobados ante de la pausa de Semana Santa. Sin embargo, la presión de las protestas hizo que el domingo el ministro de Defensa expresara su rechazo a la medida. El anuncio de su destitución crispó a los detractores de la medida y más de medio millón de personas se concentraron en Tel Aviv para demandar democracia y acusar al gobierno de una deriva autoritaria.

La crisis ha despertado las alarmas en Estados Unidos, hasta el punto de que el presidente, Joe Biden, ha hablado con Netanyahu, con quien, según el portavoz de la Casa Blanca, John Kirby, ha sido "muy claro". La declaración del primer ministro se esperaba desde primera hora de la mañana pero se ha retrasado debido a las negociaciones con los miembros de su coalición, la más a la derecha de la Historia de Israel.