Ni el motivo, ni los interlocutores ni el objetivo. Ni siquiera la ciudad. La primera de las reuniones que PSOE y Junts mantuvieron el pasado sábado en Ginebra poco o nada se parecen a las que el Gobierno de José María Aznar mantuvo con ETA en 1999. El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo comparó ayer para defender los encuentros que su partido y el que lidera Puigdemont mantendrán “en España y fuera de España”, dijo. Ahora está en juego “la convivencia, la superación del trauma del procés” y entonces lo estaba “el fin del terrorismo”, apuntó Sánchez.

En realidad, aquella cita ocurrida el 19 de mayo de hace ahora 25 años no fue una negociación sino una ‘toma de temperatura’, un encuentro para conocer qué estaba dispuesta a ofrecer ETA al Estado. “Hemos venido con las manos en los bolsillos”, fue una de las primeras respuestas que recibieron los etarras de los enviados por el presidente Aznar, “venimos sin ninguna propuesta concreta”.

Ni siquiera el lugar coincide, sólo el país; Suiza. La pequeña ciudad chocolatera de Vevey, cerca de Montreux, junto al lago Leman y a 81 kilómetros de Ginebra, fue el lugar escogido por ETA. La organización terrorista había declarado ocho meses antes una tregua “unilateral e indefinida” como muestra de su disposición a dialogar con el Gobierno de España. Fue una tregua sin atentados, pero con extorsión y ‘kale borroka’ y con muchos recelos en torno a la verdadera intención de ETA.

Una vez superados, incluso llevados a cabo gestos hacia ETA en forma de acercamiento de presos a cárceles vascas, Aznar optó por escuchar. La banda seguía azotando a la sociedad española con sus atentados y poner fin a su violencia era, de algún modo, una cuestión de vida o muerte, de búsqueda de la ansiada paz que ya se había demorado demasiado.

Lo hizo enviando a tres hombres de su máxima confianza: su secretario de Presidencia, Javier Zarzalejos, su secretario de Estado de Interior, Ricardo Martí Fluxá y su asesor, Pedro Arriola. Ninguno de los tres conocía la ubicación ni las condiciones en las que celebrarían aquel encuentro. Tampoco quiénes serían sus interlocutores al otro lado de la mesa desnuda con vasos y agua mineral que les esperaba  en una sala de hotel. Serían Mikel Albisu, alias ‘Mikel Antza’, y Belén González Peñalva, ‘Carmen’, dos pesos pesados de ETA. El tercer interlocutor, ‘Kubati’, vinculado a las posiciones más duras de la organización, finalmente no acudió. José Javier Arizkuren Ruiz debía estar allí pero había sido arrestado dos meses.

Monseñor Uriarte, el 'mediador'

Tampoco la interlocución a la que se recurrió entonces se asemeja al ‘mediador’ elegido por Puigdemont. Entonces el interlocutor entre las partes, el ‘verificado’, fue vasco y miembro de la Iglesia: monseñor Juan María Uriarte. Fue el elegido por ETA y aceptado por Aznar. El entonces obispo de Zamora, antes de Bilbao, -y después de San Sebastián-, siempre ha gozado de la sintonía del nacionalismo vasco, el más moderado y el más radical. Sólo Uriarte conocía el lugar y las circunstancias de aquella reunión. Fue a través de él cuando meses atrás, en noviembre de 1998, se había comenzado a desbrozar el camino para llegar a la cita en Suiza.

El ‘Pacto de Lizarra’ alcanzado entre ETA, los partidos nacionalistas y el PSE en septiembre del año anterior fue la antesala a la tregua y está despejó el camino para que la banda intentara abrir una vía de interlocución con el Gobierno del PP. El Ejecutivo popular recelaba. Además de no fiarse de ETA, abrir una negociación con la banda iba en sentido contrario a su discurso. Sin embargo, Aznar no quiso desaprovechar la ocasión para, al menos, escuchar cuál era la intención real de la banda con su tregua y su disposición a hablar.

Antes de verse en Suiza, se reunirían en Burgos. No con ETA, sino con Herri Batasuna. En noviembre de 1998 monseñor Uriarte organizó un encuentro en un pequeño municipio burgalés, Ibeas de Juarros. Zarzalejos, Fluxá y Arriola, la misma delegación que siete meses más tarde viajaría a Vevey, se vería las caras con una delegación de HB: Arnaldo Otegi, Rafael Díaz Usabiaga, Iñigo Iruin y Pernando Barrena. La izquierda abertzale quería aprovechar el momento para plantear una negociación política con el Gobierno en aras al reconocimiento del ‘ámbito vasco de decisión’. La petición no fue secundada, el Ejecutivo del PP sólo escucharía propuestas sólidas encaminadas al abandono de las armas por parte de ETA. Y la respuesta de HB fue sencilla: esa no era la ‘ventanilla’ para tal reclamación, eso sólo lo podría negociar con ETA.

Fue así como en plena tregua se fraguó la reunión de los delegados de Aznar con la cúpula de ETA en Suiza. Aquel  encuentro se celebraría con la máxima discreción. Aznar la reforzó designando a colaboradores de su máxima confianza, como a Zarzalejos, Fluxá y Arriola. Lo harían además en calidad de ‘representantes del presidente’ y no del gobierno, como publicó Casimiro García Abadillo en El Mundo. Fue una vía para sortear la necesidad de tener que informar a los ministros del Ejecutivo y preservar mejor el secreto de la operación, incluso entre los más cercanos.

Abandono de la violencia

Cuando los interlocutores de confianza de Aznar y el obispo Uriarte tomaron el avión en Madrid camino de Suiza, sólo el obispo sabía dónde iban y a quién verían. Sólo su teléfono estaría operativo y activo para conocer los detalles y las instrucciones que iba dándoles ETA. Fue la banda la que eligió y reservó el lugar de la reunión.

Aquel obispo de sotana y alzacuellos esa vez optó por el traje y la corbata para pasar desapercibido. La consigna de los enviados de Aznar era clara; sólo se verían con ETA para certificar si existía alguna intención real de abandonar las armas y, en caso afirmativo, se abría la posibilidad de exploraría una interlocución. Pronto descubrirían que ETA no tenía ninguna pretensión de dejar el terrorismo y que su solicitud para verse en Suiza escondía reclamaciones políticas para “la resolución del conflicto”.

En aquella sala de hotel los tres representantes de Aznar, con Fluxá como notario encargado de levantar acta, se toparon con ‘Antza’, el jefe político de la banda. Esta vez ETA volvía a verse con el Gobierno español con la intención de negociar una “solución negociada”. Un nuevo intento tras el fracaso de las negociaciones que en tiempos de Felipe González ETA y el Ejecutivo español llevaron a cabo en Argel. ‘Antza’ y ‘Carmen’ no tardaron en poner sobre la mesa el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Cayó en saco roto. Pero no hubo ninguna contraprestación por parte de los delegados gubernamentales.

El fracaso de la interlocución

Tres horas de reunión sin resultado hicieron que monseñor Uriarte la diera por concluida. Aquello no avanzaba y debía explorarse la posibilidad de una segunda reunión más adelante. Incluso llegaría a plantear lugar y fecha, pero jamás se produjo. Aquella toma de contacto de los enviados de Aznar concluyó con la constatación de que ETA no tenía voluntad alguna de abandonar la violencia. En Agosto ETA acusó al Ejecutivo de haber incumplido su compromiso de discreción y haber utilizado aquel acercamiento con fines partidistas. Una parte del entorno de Aznar apoyó seguir intentándolo, otra no. Entretanto, el Gobierno ya había acercado a 105 presos de ETA a prisiones próximas a Euskadi.

En octubre de ese año ETA planteó una propuesta a Aznar condicionando su vuelta a la mesa de diálogo pero sólo a cambio de la liberación de los “presos políticos”, la salida de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del País Vasco y la aceptación de una nueva ‘delegación’ de la banda como interlocutores: ‘Kubati’, ‘Josu Ternera’ y ‘Kantauri’. El Gobierno se negó a aceptar aquel planteamiento.

La intención de continuar con el terrorismo quedó pronto acreditada, solo seis meses después. ETA daba ya por inviable la vía de diálogo con el Gobierno y por fracasados los acuerdos que de modo paralelo había alcanzado con el nacionalismo vasco en el llamado ‘Pacto de Lizarra’. El 28 de noviembre de 1999 anunció el fin de la tregua “indefinida y unilateral” anunciada 14 meses antes. El 21 de enero de 2000 asesinó al teniente coronel Pedro Antonio Blanco en Madrid. Sólo un mes más tarde una bomba acabó con la vida del consejero de Educación, Fernando Buesa y su escolta, Jorge Díaz. Aún restaba más de una década de atentados y negociaciones fracasadas hasta el fin y cese definitivo de las armas de ETA.