Como un espejismo de resonancias bíblicas. Una piscifactoría, con toneladas de tilapias del Nilo, ha germinado en el estéril desierto de Argelia. Tierra adentro. Allá donde hace 46 años los saharauis, procedentes de la rica costa atlántica, hallaron un precario refugio. Desde hace unos meses las instalaciones obran diariamente un auténtico milagro: multiplicar los peces para dar alimento a comedores de hospitales y escuelas.
“Verdaderamente es un milagro. Cuando comenzamos la aventura, nadie creía que pudiera funcionar. Pero acabó saliendo adelante”, relata a El Independiente Shabahi Mayu, el veterinario de 45 años que dirige la piscifactoría. “Ahora vas a un hospital en el que ofrecen un plato de pescado a un enfermo y ves cómo reacciona con sorpresa y lo come con gusto. Es el mayor regalo”, comenta feliz Mayu, formado en Cuba.
Las instalaciones se hallan ubicadas en Njaila, en las afueras de Rabuni, la capital administrativa de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática. Están ubicadas junto a una granja avícola abierta a finales de la década de 1980 para abastecer de carne a los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, donde unas 175.000 personas residen en total dependencia de la ayuda internacional.
Una iniciativa inédita en el mundo
En la piscifactoría, la primera nacida en un campo de refugiados del planeta, Teslem Sidiali se encarga junto a dos compañeras de vigilar el desarrollo de las crías. “Es nuestra rutina diaria. Hay que revisar el pH y la temperatura y comprobar el cambio diario del agua”, explica esta bióloga de 28 años formada en Argelia. “Es una idea fantástica. También tenemos derecho a vivir y comer como lo hace el resto del mundo”, balbucea.
El poco pescado que llegaba a los campamentos venía en lata, principalmente atún
Teslem Sidiali, BIÓLOGA E INTEGRANTE DEL PROYECTO
“Hasta ahora pocos conocían lo que era tener pescado en una dieta necesitada de proteínas animales. El poco que llegaba a los campamentos venía en lata, principalmente atún”, indica Sidiali. “El que procede de Argelia viene congelado y resulta muy caro para la mayoría de los bolsillos. El poder adquisitivo es aquí muy limitado”, agrega Mayu. La singular iniciativa, encaminada a paliar la lejanía al mar y la falta de recursos hídricos, comenzó a fraguarse en 2018, con la construcción de unas instalaciones cuyo presupuesto supera los 2,6 millones de dólares (unos 2,3 millones de euros). A finales de 2019 las máximas autoridades de los campamentos celebraron su puesta de largo.
“Es un proyecto único. Éramos consciente de que podía tener éxito o fracasar. Nuestro primer reto era comprobar que la tilapia se comportaba bien con las condiciones y el agua que tenemos en los campamentos”, reconoce Mayu. El agua que riega las piscinas del complejo proviene de un pozo subterráneo. Se consumen 430 metros cúbicos al día. Una veintena de vecinos de los campamentos, entrenados a conciencia en la incubación del pescado, se encarga de velar por el funcionamiento de las instalaciones y el bienestar de los ejemplares que albergan.
“Hemos demostrado que se puede. La tilapia se adapta bien a las dos estaciones de los campamentos, al verano y al invierno. Durante el verano aprovechamos para cebar y hacer la reproducción mientras que en invierno jugamos con lo que tenemos y usamos el termostato para mantener la temperatura del agua”, esboza Mayu. “Cuando vimos que funcionaba, el proyecto aumentó. Se trajeron más peces para engordar y nos dedicamos a la reproducción”.
Financiación estadounidense y ejecución francesa
El complejo está financiado por el Programa Mundial de Alimentos de la ONU con la aportación de más de medio millón de dólares del Departamento de Estado de Estados Unidos y gestionado por las autoridades saharauis y la ONG francesa Triangle Génération Humanitaire. La entidad, con experiencia previa en iniciativas similares en Corea del Norte y República Democrática del Congo, asumió la responsabilidad de la compra y la instalación de los equipos.
Su misión a largo plazo es abastecer a los campamentos con una producción anual de 21 toneladas de tilapia del Nilo y roja, una variedad resistente a las altas temperaturas y capaz de completar su cría en ciclos de ocho meses. La suya es una lucha contra los avatares de las dunas. Las altas temperaturas, que pueden alcanzar los 50 grados centígrados durante el estío, provocan estrés en los peces y los azotes de las tormentas de arena hacen jirones la estructura de invernaderos que resguardan a los bancos de peces del frío nocturno. "En verano dan ganas de tirarnos en las piscinas con el pescado", bromea.
"Hemos demostrado que se puede. La tilapia se adapta bien a las dos estaciones de los campamentos, al verano y al invierno"
SHABAHI MAYU, DIRECTOR DE LA PISCIFACTORÍA
Una piscifactoría en el desierto parece una idea loca al principio, pero es una técnica que se ha implementado con éxito
Imed Janfir, director del Programa Mundial de Alimentos
“Una piscifactoría en el desierto parece una idea loca al principio, pero la técnica se implementó con éxito en condiciones similares en Argelia y los últimos meses demostraron que se puede replicar en estos campamentos de refugiados donde hay agua subterránea disponible”, apuntó el director del Programa Mundial de Alimentos, Imed Janfir, confiado en reducir las tasas de desnutrición y prevalencia de anemia en una población con acceso limitado a productos frescos y dependiente de las raciones de alimentos proporcionadas por la ONU. “Estas instalaciones se suman a las unidades hidropónicas de baja tecnología que permiten a los refugiados cultivar forraje fresco en solo siete días”.
“Las experiencias en otras piscifactorías del tercer mundo y las investigaciones demuestran que, desde el punto de vista comercial, es la manera de cría más rápida. Una hembra puede poner entre 250 y 500 alevines. Siempre existe un porcentaje de mortalidad en todas las etapas, pero al final puedes cebar muchos animales en un período de siete meses”, reconoce el veterinario, que acaba de concluir semanas de reparto de pescado fresco por organismos de los campamentos.
Una producción al alza
“Nacemos precisamente para buscar soluciones a la canasta básica de la población. Tenemos dos canastas, la dirigida a familias y la que se envía a instalaciones estatales como hospitales y escuelas. Por el tamaño que tenemos nuestra producción no llega directamente a la población sino a los comedores de clínicas y escuelas infantiles para alimentar a la gente más vulnerable”, arguye Mayu. Su próxima recolección está fijada para finales de año. “Terminaremos 2021 con una producción de cuatro toneladas. Nuestra meta es llegar el próximo año a las siete toneladas”.
El prodigio del desierto capaz de multiplicar raciones de pescado se origina en una calculada red de piscinas de las que, según las estimaciones del proyecto, se beneficiarán unas 90.000 personas cuando esté a pleno rendimiento. “Disponemos de ocho piscinas techadas con adobe y construidas de cemento que están reservadas para la reproducción. Otras cuatro medianas al aire libre dedicadas a la pre ceba y dos grandes para la ceba”, detalla el director del recinto.
Los ejemplares que han comenzado a distribuirse para aplacar el hambre y la desnutrición gozan de buena salud. “Llegan a los 250 gramos de peso”, subraya Mayu. “Cuando tuvimos la primera recolecta, organizamos una barbacoa y la probamos. Estaban deliciosos”, comenta Sidiali. Las primeras canastas de pescado han coincidido con la resolución del contencioso abierto por el Frente Polisario sobre el acuerdo pesquero de la Unión Europea y Marruecos a cuenta de las aguas saharauis. La anulación dictada por la justicia europea ha sido celebrada como una victoria.
Estrategia de expansión
¿Qué hace un saharaui en el desierto comiendo un pescado criado en Njaila cuando es dueño de la costa más rica del mundo? Ésta es la paradoja
SHABAHI MAYU, DIRECTOR DE LA PISCIFACTORÍA
Sus artífices niegan que el proyecto de piscifactoría sea un reconocimiento de que la tierra baldía que ocuparon hace cerca de medio siglo, huyendo de la invasión marroquí de la colonia española, sea su hogar definitivo, donde echar raíces. “Al mismo tiempo hay que presionar a la comunidad internacional para que exista una solución política a este asunto. ¿Qué hace un saharaui en el desierto comiendo un pescado criado en Njaila cuando es dueño de la costa más rica del mundo? Ésta es la paradoja”, se pregunta Mayu.
El proyecto persigue ahora abrir nuevas piscifactorías en otras localidades de este incierto mar de jaimas y hogares de adobe. “Nuestro sueño es poder volver a casa y, con esta experiencia, poder establecer allí proyectos como éste para levantar nuestro país”, replica el veterinario. “Ha habido momentos duros, pero son gajes del oficio. Siempre que sueñas y crees en que puedes, se consigue”, concluye.
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