¿Por cuánto ganará? ¿Será un 90% raspado? ¿O una cifra cercana al 100%? Es la única incógnita de las elecciones presidenciales que Egipto ha celebrado esta semana en medio de una severa crisis económica, una brutal represión contra cualquier disidencia y el trasfondo de la guerra en Gaza, con Israel presionando para que El Cairo abra su frontera y acepte el éxodo masivo de la población palestina. Una década después de liderar un golpe de Estado contra los islamistas, Abdelfatah al Sisi tiene asegurada una victoria a la búlgara. Solo le falta conocer el porcentaje.

En 2018, contra un rival desconocido que se presentó a última hora para evitar el descrédito del régimen, Al Sisi obtuvo el 97,08% de los votos. La abstención fue la segunda opción. Los colegios electorales cerraron sus puertas el martes tras tres jornadas de votación marcadas por la apatía y las denuncias de irregularidades como la compra de votos o el uso de minibuses para llevar a los votantes hasta las urnas. “Cada vez que se le pide a los egipcios que acudan a las urnas, están más pobres, sus perspectivas económicas son peores y la popularidad del presidente es menor”, señala a El Independiente Timothy E. Kaldas, investigador del Instituto Tahrir para la Política de Oriente Próximo.

Carteles de Al Sisi en una de las avenidas de El Cairo.

Profunda crisis económica

Al Sisi, el mariscal de campo que encabezó la asonada militar contra los Hermanos Musulmanes aupados al poder tras las primeras y únicas elecciones democráticas de la historia del país, cumplió en julio una década en el poder. Con una constitución reformada para permitirle reinar hasta 2030, el militar de 69 años que colgó el uniforme parece cómodamente instalado en palacio a pesar de que el panorama económico no le acompaña. “El nivel de inflación en Egipto está en niveles históricos. La inflación en alimentos y bebidas ha superado el 70 por ciento. Y la participación en las elecciones es más una decisión presupuestaria del régimen y sus seguidores que una cuestión de voluntad política. A los egipcios se les paga 200 libras egipcias (unos 6 euros) para votar por Sisi. Si no fuera por eso, la participación sería casi inexistente. No tiene mucho sentido votar por un presidente que ha arrasado con la economía egipcia durante diez años, se niega a reconocer que ha cometido un solo error y que declarará su victoria independientemente de lo que suceda en las urnas”, agrega Kaldas.

Los resultados de los comicios se anunciarán este lunes en El Cairo. El conteo provisional sitúa al presidente por encima del 90%. Al Sisi ha tenido como rivales a tres políticos poco conocidos y representantes de los partidos que han respaldado al régimen y disfrutan de representación parlamentaria. La oposición, desde islamistas a izquierdistas, lleva una década vetada de la arena política. El régimen ha ilegalizado a los principales movimientos y decenas de miles de disidentes han sido encarcelados. El trío de aspirantes a presidente está formado por Hazem Omar, presidente del Partido Popular Republicano, respaldado por 44 parlamentarios; Abdelsanad Yamama, jefe del Partido Nuevo Wafd, con 22 apoyos; y Farid Zahran, líder del Partido Social Democrático Egipcio, con 28 parlamentarios. En una demostración de su férreo control de las instituciones, Al Sisi obtuvo el plácet de 424 parlamentarios.

Una egipcia deposita su voto en El Cairo.

Régimen de terror

Como ya sucedira en las contiendas previas, el principal candidato alternativo a Al Sisi renunció en octubre a presentarse alegando el clima de terror impuesto por la dictadura. Ahmed Tantawi, un ex parlamentario que se opuso a la reforma constitucional que allanó el camino hacia la perpetuación de Al Sisi en el poder, renunció a competir en las presidenciales alegando el hostigamiento y arresto continuado de sus partidarios. Su móvil también sufrió una infiltración con un programa espía.

Con unos medios controlados por el aparato de seguridad y las aspiraciones de cambio que nacieron en 2011 en la icónica plaza Tahrir de El Cairo aplastadas por una campaña sin tregua contra la oposición, el régimen ha tratado de incentivar la participación en unos comicios recibidos con apatía por una población que desde que Al Sisi llegó al poder ha visto desaparecer a la clase media y ampliarse el porcentaje de egipcios que viven bajo el umbral de la pobreza -alrededor del 30%, según cifras oficiales, pero “de facto” mucho mayor-.

Mada Masr, uno de los últimos medios independientes de la tierra de los faraones, ha denunciado en los últimos días los testimonios de quienes acudieron a los centros de votación a cambio de dinero; obligados por sus jefes; o temerosos de ser multados si no depositaba su sufragio. Unas escenas habituales en los años de Hosni Mubarak en palacio y que volvieron a escena a partir de la “manu militari” de 2013. “Para muchos, la única razón para votar es si les pagan. El hecho de que sus votos puedan ser comprados refleja el hecho de que los egipcios, después de 10 años de represión y políticas económicas, son cada vez más pobres y están más desesperados”, subraya el analista.

Al Sisi votando en las elecciones presidenciales.

Apatía y frustración en las calles egipcias

Según la Autoridad Electoral Nacional, la participación superaba el 45% al término del segundo día de votaciones. En esta década, el régimen ha mantenido su puño de hierro mientras emprendía proyectos faraónicos como la ampliación del Canal de Suez o la construcción de la nueva capital administrativa del país. Con un ejército que goza de una holgada ayuda estadounidense -unos 1.200 millones de dólares anuales-, el máximo líder no ha liderado ninguna estrategia seria para lograr la reconciliación de un país con amplias capas de la sociedad condenadas al silencio y la exclusión política. El indulto a algunos opositores encarcelados y una iniciativa para el diálogo nacional huérfana de frutos han sido sus únicas concesiones.

En cambio, ha alimentado un ultranacionalismo como vía de escape. “¿Cuándo dejarán los funcionarios de señalar con el dedo a fuerzas externas y actores malignos, culpándoles de todos los problemas de Egipto y presentándoles como la única razón de todo lo que ha ido o puede ir mal? ¿Es lógico creer que el mundo entero conspira contra nosotros?”, se pregunta Anuar el Sadat, una de las voces toleradas que desafía la narrativa oficial. El régimen ha atribuido la depresión económica -con una moneda fuertemente devaluada y una población que batalla a diario- a la invasión rusa en Ucrania o el coronavirus. Los economistas lo achacan al endeudamiento de un estado que se han embarcado en megaproyectos.

A una situación interna ya de por sí sombría se suma la amenaza de dos guerras al otro lado de sus fronteras, en Sudán y Gaza. La Franja palestina está sometida desde octubre a una campaña de bombardeos que se ha cobrado más de 18.000 vidas. La prensa israelí insiste en que la intención de Benjamin Netanyahu es obligar a Egipto a aceptar a la población gazatí, cada vez más hacinada en la zona sur de la Franja. Un plan que Al Sisi considera “una línea roja” pero que otros líderes árabes sospechan más real de lo imaginable.