El árbol no nos deja ver el bosque. La noticia no es que vuelva un gobierno independentista, sino que algo se ha roto para siempre. Por primera vez en la historia de Cataluña un partido no nacionalista se hace con el poder en votos y en escaños. A Jordi Pujol le temblaron las piernas la noche del 21-D cuando vio los resultados.

Todo ha cambiado gracias al procés y nada va a ser igual a partir de ahora sea cual sea el Govern que gobierne. No hemos valorado en su justa medida de qué manera le hemos quitado el disfraz al independentismo, hemos demostrado que no son la mayoría de los catalanes, a lo sumo la mitad. Ya no existe un pensamiento único. Se acabó el mito. Es lo más importante que ha sucedido en un cuarto de siglo en Cataluña y no ha sido gracias al Gobierno central, sino a la mayoría silenciosa y abandonada de catalanes que hemos dicho basta.

Gobierne quien gobierne, TV3 no podrá seguir manipulando, las escuelas tendrán que revisar algunas actitudes de adoctrinamiento, se revisarán las subvenciones otorgadas a dedo para ANC, Òmnium y medios de comunicación afines creados solo con un fin ideológico y la lengua dejará de ser un arma para dividir a los catalanes. Al fin estos últimos meses muchos se han quitado la careta, el Colegio de Periodistas, el de Abogados, el de Arquitectos, los Bomberos, el Barça y tantos más haciendo la ola al independentismo se han retratado ante los suyos y dejaron de ser los representantes de todos para serlo solo de una mitad.

Estos días convulsos han servido para distinguir quien está apoyado por el poder en Catalunya y quién no. El día de la huelga general fallida, el 3 de octubre pasado, aún se clarificaron más las cosas cuando unos jóvenes universitarios y cargos de La Caixa cortaban la Diagonal al tráfico, mientras los obreros de la Seat trabajaban con total normalidad. Esta ha sido, como todas, una revolución de burgueses, por la mañana a gritar por las calles, por la noche a dormir en el chalet de la urbanización del golf.

A estas alturas ya sabemos que el pensamiento independentista no es en Catalunya una ideología política sino una religión. Es cierto que toda ideología es una forma de alienación, pero es que el independentismo no crea solo votantes, crea adeptos. Personas sobradamente preparadas que llegan a afirmar barbaridades irracionales por justificar el fin de la independencia y ante eso no se puede luchar con la lógica. Hemos oído que es bueno que no vengan tantos turistas a Barcelona y que bajen precios los hoteles porque ya eran demasiados, incluso que no ha habido fuga real de empresas de Catalunya, solo una “restructuración del mercado”. Mientras tanto Madrid se enriquece y Catalunya camina hacia el abismo. Uno se pregunta cuántos parados más deben existir, cuántas empresas más deben irse para que empiecen a darse cuenta de la gravedad de la situación.

Algo se rompió entre nosotros los catalanes, el día que llamaron facha a Coscubiela, un hombre honrado y luchador en la izquierda como pocos, después vino Serrat, Marsé y tantos más. Hace solo unos días Ramón Espinar llamaba a Arrimadas la “pija del Ibex 35”, y lo dice él que a los 21 años ya tenía un piso en propiedad y dos plazas de párking, siendo su padre consejero de Caja Madrid condenado por el gasto de casi 200.000 € en tiendas de lujo con las tarjetas black. Estos intentos a la desesperada de atacarla también la han encumbrado a la victoria. Esta vez Ciudadanos no solo ganó las elecciones, sino que lo hizo en el cinturón industrial de Barcelona, antes rojo, ahora naranja. Una jerezana sería con toda lógica la próxima presidenta de la Generalitat, pero posiblemente lo será un político de tercera huido a Bruselas por miedo a ir a prisión.

Durante 18 años Catalunya ha tenido el mismo número de nacionalistas catalanes que se sumaban a una u otra mayoría para conseguir beneficios para la mayoría y para ellos mismos, ahora ya no buscan eso, sino la ruptura unilateral aun siendo solo la mitad de los electores. Pero no cometamos nosotros los errores del PP, que nunca entendió lo que sucedía en Catalunya. Existe una mitad de catalanes, la que ha votado a Ciudadanos, que hubieran aplicado el 155 mucho antes y con la legalidad de la Constitución hubieran restablecido el orden democrático, y existe otra mitad, la independentista, a la que no se la doblega con leyes, jueces y policías, sino que hay que convencerla emocionalmente. Muchos expertos van más allá y hablan de enamoramiento, en esta relación amor- odio hacia España hay que convencerles y enamorarles. Ese trabajo todavía no lo ha iniciado nadie excepto una maravillosa campaña bajo el nombre de ABRAZADAS para reconstruir puentes entre todos.

Víctor Hugo, uno de los autores preferidos de Albert Rivera, dejo escrito: “Nada tan estúpido como vencer, la verdadera gloria esta en convencer”.