Ayer, una encuesta de El Periódico volvía a amargarle el domingo al PP. Según el sondeo de GESOP, Ciudadanos alcanzaría el 28,5% del voto estimado y obtendría entre 110 y 114 escaños. Muy por delante de los populares, que bajarían hasta el 21% del voto y se quedarían en una horquilla de entre 79 y 82 escaños, con el PSOE de Sánchez pisándole los talones (20,5% y entre 75 y 79 escaños).

No fue ese el único sinsabor de una semana marcada por la trifulca entre el ministro Cristóbal Montoro y el juez Pablo Llarena y los coletazos de caso que afecta a Cristina Cifuentes, que, no conforme con seguir amarrada a su cargo, ha decidido poner el ventilador hacia atrás para ver si los posibles trapos sucios de Esperanza Aguirre tapan el affaire del máster. No. La prensa, toda la prensa, en reportajes, artículos de opinión y análisis muestra a un PP y a un Gobierno en estado catatónico, paralizado y dividido. Cuando esa visión se transmite incluso desde un periódico nada hostil a Rajoy como La Razón y a través de la pluma de una periodista tan bien informada de los entresijos del eje Moncloa/Génova como Carmen Morodo es que, amigos, tenemos un problema.

La Convención de Sevilla, que se montó como un acto para insuflar moral al partido y poner la primera piedra en la crucial batalla electoral que tendrá lugar dentro de un año en unas municipales y autonómicas que indicarán con nitidez qué partido ganará las próximas generales, salió bastante mal, ensombrecido por el escándalo del máster.

En lugar de frenar la caída en los sondeos, lo que ha sucedido es que Ciudadanos se ha consolidado aún más como el partido preferido por el votante de centro derecha, que, por cierto, cada día pesa más en el electorado español: la suma de C's y el PP sobrepasa con creces la mayoría absoluta.

Una parte del Gobierno defiende que para desbloquear la cuestión catalana sería mejor que no hubiera presos

El gran problema que tiene Rajoy es que Albert Rivera le tiene bien cogido en dos asuntos clave para el gobierno: los presupuestos y Cataluña.

Por desgracia para el presidente del gobierno el PNV, cuyo apoyo es imprescindible para aprobar las cuentas del reino, ha ligado las dos cuestiones, condicionando su voto al presupuesto al levantamiento del 155.

Analicemos el estado de la cuestión catalana:

  • Puigdemont no sólo no se ha desgastado, sino que se ha consolidado como referente del independentismo. Aunque ERC y un sector del PDeCAT han intentado modular la posición del soberanismo proponiendo a figuras no contaminadas judicialmente como candidatos a la Generalitat, el ex president ha bloqueado cualquier solución que no pase por él. Si, finalmente, el Tribunal de Schleswig-Holstein rechaza su extradición a España, ya no habrá quien cuestione su liderazgo.
  • Si no hay un nuevo Govern de la Generalitat sin mancha, sería muy difícil de justificar el levantamiento del 155. Eso lo sabe Puigdemont y, por ello, juega a dificultar al PNV el respaldo a los presupuestos forzando, si llega el caso, la convocatoria de nuevas elecciones.
  • Mientras la situación se deteriora, el único partido que gana con este impasse es Ciudadanos, que ha pasado este sábado a la ofensiva sacando a la luz el nombre de Manuel Valls como posible candidato a la alcaldía de Barcelona.

Dentro del Gobierno (y he aquí otro asunto de disputa muy relevante) hay quien piensa, y lo ha manifestado en privado, que la única forma de desbloquear la situación sería que la Fiscalía moviera ficha y propiciara la puesta en libertad de los independentistas presos hasta que hubiera una sentencia firme. Eso, dicen, ayudaría a despenalizar la formación de un nuevo gobierno en Cataluña. Si Jordi Sánchez o Junqueras estuvieran en libertad ya no habría inconveniente para alguno de ellos fuera elegido. Eso permitiría levantar el 155 y aprobar los presupuestos. En fin, el cuento de la lechera. Esa visión pragmática, insinuada por los llamados sorayos, choca frontalmente contra los que sostienen una posición de firmeza frente al independentismo (Cospedal, Zoido, etc.)

Rajoy es consciente de su escaso margen de maniobra. Cualquier gesto que suponga un guiño al soberanismo daría a Rivera un arma de valor incalculable para destrozarle. Ciudadanos ha crecido, en Cataluña y en el resto de España, sobre la base de su intransigencia hacia los que pretenden romper el país.

Por increíble que parezca, al final, tras el duro golpe de la corrupción, el PP puede caer a la lona por una mala gestión política de algo que forma parte de su ADN ideológico: la unidad de España.