Pablo Iglesias ya está en la vulgaridad del dinero. Él, su señora como una vendimiadora preñada, y todos los de Podemos que vestían de Podemos igual que un mecánico se viste de mecánico. Yo lo veo bien, lo que parecía extraño era disfrazarse de su ideología, ponerse un frac de pobre. Ya han superado, parece, lo de los intelectuales con liendre, el perroflautismo franciscano, el discurso de la escudilla y el garrote, los ojos con moscas como los burros mientras se atizaba a la derecha, al poder, a la casta, en nombre del pueblo de ladrillo visto, de sabañón y rebequita.

Pablo Iglesias ya está en la vulgaridad del dinero, y también en la ética del dinero, o sea la que hace falta para justificarlo, mantenerlo y defenderlo. O sea, el capitalismo, que es más una ética que un sistema de producción o reparto (libertad, individualidad, propiedad privada). Pero, hasta hoy, podíamos pensar que sólo se trataba de un aburguesamiento personal, el de Iglesias y Montero, ablandados por esa moqueta que abriga como una madre y por la paternidad que les vuelve osos buscando miel. Después de este referéndum, sin embargo, un referéndum que no es arquitectónico, ni anecdótico, sino teológico, fundante, como una reforma calvinista al revés, después de este referéndum decía, es todo Podemos el que ha cambiado.

No es que Iglesias y Montero hayan dejado de hablar del dinero como ese pecado original del sistema y ahora sólo le den valor al trabajo, a la laboriosidad, como si se hubieran hecho del Opus. No. Es todo el partido el que veremos mutar a partir de mañana, dejando atrás la vieja crisálida, ese agujero morado donde pisaban uva los currantes, los hastiados, los desheredados, para pasar sin complejos quizá al granate del terciopelo, terciopelo hondo pero honrado, como hierba. A ver qué era eso de que sus líderes se presentaran vestidos de camarero, que parecieran mensajeros de Glovo en el Congreso de los Diputados, que fueran hasta a las recepciones reales con mono y chepa de soldador. Ahora que se han dado cuenta de que el dinero tiene su valor de esfuerzo, que la burguesía les ha abierto su corazón de dos puertas como un mueble bar que tintinea de posibilidades y mezclas, ahora que hasta una piscina de varios pisos es sólo el sitio digno, el repositorio sagrado de su coleta y su calzón de pueblo, ya todo es posible.

Después de este concilio niceno en el que se han desembarazado del peso de una estética que no aportaba nada a la ideología, según han determinado, los podemitas podrán ir vestidos no ya con chaqueta, no ya de predicador del Oeste u oficinista de caja rural, es que podrán ir vestidos de rey de oros, llevar chaqué y sombrero de copa como un torero que se casa en Falcon Crest. Podrán ir de regatas, de club de campo, de golf, de fiesta marbellí, blancos y achampanados y gráciles y mágicos y ridículos como el espíritu flotante de una tiara. Todo lo que el digno y honrado dinero les permita, y que, hasta esta revelación, no se habían planteado. Todo sin ser dejar de ser pueblo, que el pueblo los entiende y en el fondo estaba cansado de esa grandeza de roña de la que presumían, y que ya apestaba.

Iglesias y Montero han llegado a la edad adulta de la biología y de la política, donde importa el dinero

No, este referéndum no ha sido por interés, no han sometido al Partido para justificar su casita de infantitos del pueblo, su dacha como la catedral bizantina de su obrerismo, que no es una contradicción sino un símbolo de lo que se merecen de verdad sus votantes. Iglesias y Montero, lúcidos, prácticos y avanzados una vez más, sólo se han dado cuenta de que una ideología que era sólo estética y fetiche no tenía sentido. Han llegado a la edad adulta de la biología y de la política, donde importa el dinero y donde el sistema no es un sitio en el que cagarse sino el que comer.

Ellos descalificaban por el dinero, asignaban categorías y superioridades morales por el dinero o su ausencia. Hasta que vieron que el dinero no es una categoría moral por sí. Ellos ya conocen qué es el pueblo, ya han hecho su mili de ser pueblo, con jergón y chinche de guardia, y pueden irse a vivir como ricos sin dejar de ser pueblo. Eran pijos de la pobreza, señoritos al revés. Pero no hacía falta, en realidad, todo este esfuerzo de ser pobres. Los ricos también pueden ser pueblo. Aunque, quizá, no es que Podemos se haya vuelto capitalista, no es que hayan entendido el capricho y la comodidad y la nobleza y la necesidad del dinero. No. Quizá, después de todo, sólo se trata de redescubrir esta vieja máxima: no es que no se pueda tener dinero, es que sólo los de izquierdas pueden tener dinero. Salud y casoplón, camaradas.