"Esto es un desastre, esto es un desastre". La frase se repite una y otra vez en boca de todos y cada uno de los miembros de los altos niveles de la dirección del Partido Popular a quienes se les pregunta por su opinión sobre el panorama que se abre ante el partido a un mes justo de la celebración del Congreso Extraordinario del que habrá de salir el nuevo presidente.

El "desastre" es el que ha provocado la negativa de Alberto Núñez Feijóo a presentar su candidatura, lo que ha dado entrada a una batalla que se prevé a sangre y fuego entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal, las dos mujeres más poderosas de esa formación política de las que todos sus compañeros saben que se detestan hasta límites rayanos en el odio sarraceno. Y lo que se temen quienes se disponen a participar en estas elecciones internas para ayudar a la recomposición del partido es que, si la batalla se va a celebrar como un duelo a muerte, quien va a acabar irremisiblemente herido va a ser el propio Partido Popular y con él todos sus afiliados y todos sus potenciales votantes que, a tenor de los últimos sondeos, siguen proporcionando a esas siglas un suelo electoral nada despreciable.

El temor es que quien va a acabar irremisiblemente herido va a ser el propio Partido Popular y con él todos sus afiliados

Pero vamos a examinar algo más de cerca lo que ha ocurrido y aportar algunas sugerencias que a lo mejor nos proporcionan una visión algo distinta de la que ahora domina entre las huestes populares. Lo primero es preguntarse por la razón última de la negativa del presidente de la Xunta de Galicia a entrar en la carrera por el liderazgo de su partido, una carrera en la que, de haber entrado, se habría saldado con su segura victoria. Él era en este momento la representación viva de los perdidos momentos de gloria del PP, ganador en tres ocasiones consecutivas de unas elecciones autonómicas en las que se ha alzado con sucesivas mayorías absolutas, lo cual constituye una hazaña para cualquier político y para cualquier formación.

Estaba además al margen de toda la vieja melée de corruptelas que acompañaron en el tiempo a los gobiernos de José María Aznar y no tuvo contactos ni relaciones próximas con ninguno de los protagonistas de tantos casos de corrupción como se están juzgando ahora y lo que te rondaré morena, que esa es la segunda aparte de la cuestión: la cantidad de sentencias que, como gotas malayas, van a caer, una detrás de otra, sin prisa pero sin pausa, sobre la cabeza del próximo presidente del PP.

Feijóo ha sido siempre un hombre claramente comprometido con su partido y de una fidelidad demostrada a Mariano Rajoy porque no consta que, salvo la del lunes, haya perpetrado ninguna maniobra que, favoreciéndole a él, perjudicara a los suyos. Hasta hoy, en que esa consideración se ha estrellado contra el suelo y se ha hecho añicos. Que en el PP están desolados, indignados, perplejos y también asustados lo sabe todo el mundo. Lo que no sabe es por qué Alberto Núñez Feijóo, que siempre ha sido consciente del papel que le esperaba en aquel futuro que ya se ha hecho presente, ha decidido dejar a su partido colgado de la brocha y asomado a una batalla que puede derivar en una mera reyerta autodestructiva.

Vamos a aportar una explicación que no va a ser nunca puesta sobre la mesa de una manera oficial pero que ha pesado de una manera determinante en la decisión del líder gallego y que tiene que ver con las famosas fotos que publicó el diario El País en marzo de 2013, en las que aparecía en los años 90 el ahora presidente de la Xunta y entonces vicepresidente y secretario general del Servicio Gallego de Salud compartiendo una jornada de relax en el mar con un conocido narcotraficante y contrabandista de tabaco de nombre Marcial Dorado.

Hay más fotos de Nuñez Feijóo con el narcotraficante Marcial Dorado y no son sólo a bordo del yate sino que incluyen viajes

Feijóo se deshizo entonces en explicaciones, hace de esto ya 15 años largos, y el episodio parecía enterrado en el olvido. Pero podría no haber seguido siendo así porque la realidad es que no sólo existen las fotos correspondientes a aquellos días. Hay más fotos de Nuñez Feijóo con Marcial Dorado y no son sólo a bordo del yate sino que incluyen viajes del hoy presidente de la Xunta con el narcotraficante por distintas ciudades europeas, una de ellas un paraíso fiscal.

Esas fotografías, que en sí mismas no son prueba de nada más que del error del político gallego a la hora de elegir sus amistades o sus relaciones, habrían sido una bomba de alta potencia si se hubieran publicado con intención descalificatoria una vez que Feijóo hubiera ganado las elecciones internas y se hubiera alzado con la presidencia del Partido Popular. Alguien le ha hecho saber al pre candidato que esas fotos iban a ser utilizadas contra él y contra su reputación si se lanzaba a disputar el liderazgo de su partido. Y Núñez Feijóo, que sabe que si eso hubiera ocurrido así, no solamente él sino todo su partido estaban muertos políticamente para muchos años, ha optado por retirarse. Y ha hecho bien.

Tiene mucho interés averiguar quién ha esgrimido esa amenaza sobre la cabeza del gallego porque tirando de ese hilo se podrán conocer muchas de las intrahistorias que en este momento se están tejiendo en el subsuelo del Partido Popular porque es muy improbable que la advertencia susurrada a su oído provenga de fuentes ajenas a su partido. Éste ha sido un elemento decisivo en su decisión final de no competir por el liderazgo del PP, un liderazgo que, hay que insistir, tenía prácticamente ganado porque la secretaria general, Dolores de Cospedal, no habría presentado en ese caso su propia candidatura y habría sumado sus fuerzas, que son muchas, a la candidatura de Feijóo. Esas dos corrientes del partido, sumadas, habrían sido directamente imbatibles y habrían provocado que Pablo Casado no hubiera anunciado su pretensión de optar al liderazgo y habrían batido con facilidad al resto de los candidatos.

Mira por dónde, lo mejor para el PP ha sido que su Capitán América en versión gallega se haya quedado donde está. Cosas veredes

Pero no nos distraigamos de lo esencial: que Núñez Feijóo, en estas condiciones y con esta espada pendiendo sobre su cabeza, haya renunciado a presentarse, es lo mejor que le ha podido pasar a su partido. Porque si, con él de presidente del Partido Popular, aparecen  pocos meses antes de las elecciones autonómicas y municipales fotos nuevas del flamante líder popular acompañando al narcotraficante Marcial Dorado por determinadas ciudades europeas, alguna de ellas susceptible de levantar sospechas inmediatamente, el batacazo que habría sufrido Feijóo a medias con su partido habrían sido de los de no levantarse nunca más. Así que, mira por dónde, lo mejor para el PP ha sido que su Capitán América en versión gallega se haya quedado donde está. Cosas veredes.

Ahora queda desnuda la batalla a campo abierto entre las dos líderes populares. Hablo de batalla entre dos porque ni el ya ex vicesecretario de Comunicación Pablo Casado -que con buen criterio no ha aceptado la invitación de Cospedal de unirse a su candidatura- ni el diputado José Ramón García Hernández, ni el exlíder de Nuevas Generaciones José Luis Bayo, ni siquiera el ex ministro José Manuel García Margallo son contendientes con la suficiente fuerza destructiva como para desestabilizar hasta llegar a dinamitar las bases de un partido nulamente acostumbrado a dirimir duelos a muerte a la vista de un público que está hoy sobrecogido ante la perspectiva de que, ausente Mariano Rajoy,  el PP se vaya desmoronando como un edificio en ruinas.

Y ésa exactamente es la responsabilidad de ambas dirigentes políticas. Soraya  Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal están obligadas a hacer un esfuerzo supremo para no herir el cuerpo ya muy magullado de su partido y competir en juego limpio. Incluso para sumar sus fuerzas llegado el momento aunque es muy evidente que eso puede ser ya mucho pedir.

Sáenz de Santamaría y Cospedal están obligadas a hacer un esfuerzo supremo para no herir el cuerpo ya muy magullado de su partido

Pero han de tener en cuenta que si su enfrentamiento llega a ser demasiado cruento se arriesgan a que los afiliados -por primera vez determinantes en la elección del liderazgo- dejen a las dos en la cuneta y posen sus ojos en cualquiera de los otros candidatos, menos poderosos que cualquiera de ellas dos pero menos tóxicos que ambas si es que tanto la secretaria general como la ex vicepresidenta se lanzan a la batalla como gallos de pelea, que es justamente lo que estos días lleva a otros notables del PP a repetir la frase con la que daba comienzo este artículo: "Esto es un desastre".

En sus manos, en las de ellas dos, está el que ese desastre no se consume. Y por eso les es exigible que dejen a un lado sus viejas y hondas discordias. De no hacerlo los afiliados lo pagarán caro y se lo harán pagar porque en su partido quedaría la huella imborrable de su paso destructor. Es de esperar que ambas sean conscientes de lo que ponen en riesgo.