El escenario no era político, sino barraconero. Con el Parlament cerrado hasta que el independentismo termine de calafatearlo; con la oposición silenciada, señalada como chusma, reducida a colilleros de las calles; con las instituciones y los medios (los públicos y los comprados con lo público) haciendo homilías de incensario y orinal; así, ya no puede haber política, sólo guerra y escenografía. De ahí el teatro de carromato, la corrala nacional, el barracón de alabarderos y comadres en el que Torra hizo su discurso como en un Núremberg de aljibe o patinillo. Allí donde vetaron a Boadella, en ese Teatro Nacional pensado para exaltar el “arte heroico” y desalojar el “arte degenerado”, con el pesado oleaje de grana y leyenda de los telones y la ortodoxia, bajo una tubería espiritual de sillerías y armonios; entre numerarios, luces y techos abotonados de oro falso de conserje, de satisfacción, reverencia y sofoco; al lado de un gran lazo amarillo que parecía un enfermo que se tapa sus vergüenzas; allí, Torra ridiculizó otra vez a Sánchez como éste parecía haberle, casi, suplicado.

Un Estatuto. Sánchez ha venido, después de hacer paracaidismo con su corbata, de mariscar en Doñana y de abstraerse en cavas toledanas, con un Estatuto o Estatutillo, que es como venirle con alpiste a las milicias carnívoras, a los supremacistas con caldera removida con hueso, a los tigres de la raza que ya han probado carne humana. Eso es lo que le vino a dejar claro Torra, que hablaba como si sus gafas de Jerry Lewis fueran águilas de bronce. Torra y Puigdemont, el senescal devoto y el mártir iluminado que ya no tiene nada que perder, que cuanto más embista más eleva su peanilla. A ellos y a la calle en una vigilia de odio, a ésos quiere apaciguar Sánchez con esta achicoria. Aunque ellos no dicen apaciguar; Sánchez y el PSOE (Iceta, en fin) consideran que los están presionado con esta ocurrencia. Que los obligan a negociar. Como si Sánchez los hipnotizara con sus gafas de sol. No me digan que no merecen un abrazo de peluche.

Torra y Puigdemont, el senescal devoto y el mártir iluminado que ya no tiene nada que perder, que cuanto más embista más eleva su peanilla

El discurso de Torra parecía disparar una ametralladora con cadencia curil. Un raro efecto de guantazos con guante de baile relleno de plomo en la cara de Sánchez y del Estado de Derecho. La causa justa de la independencia. La resistencia. La fortaleza del pueblo (esos valores del pueblo, como esa virilidad ibera franquista, ese sol en el pecho y en las herramientas tan propio de los cartelones del totalitarismo). Ese pueblo que no ha renunciado a nada. Su causa que es más sólida que nunca en el extranjero. Persecución política. Presos políticos. Exiliados. La movilización multitudinaria. Siempre adelante. Reivindicación de la república catalana desbordando la Diagonal. Vías de acción republicana (militarización de las multitudes, sacralización de las multitudes, reducción de la ciudadanía a la multitud que te balconea –“para qué queremos elecciones si Italia entera está aquí”, dijo Mussolini). Instituciones al servicio de la causa: Gobierno, ayuntamientos, Parlament. Y marchas con bieldos que sustituyen a la justicia.

Y aun con eso se atrevía Torra a hacer poesía como de Schiller con “las palabras míticas de paz y libertad”, contra la intolerancia y el totalitarismo, ellos que han echado un toldo sobre la democracia, que han limitado la libertad a su ortodoxia, que han pintado horcas como estrellas de Navidad. Aun con eso era capaz de añadir citas de Kennedy y Mandela, retorcidas como un brazo. El objetivo, en fin, es Cataluña como Estado independiente en forma de república. Hacer eso realidad. Eso decía Torra, hondo y ridículo como un solo de fagot. Ni un paso atrás, todo cada vez más crecido y más convencido. Y que venga Sánchez a borrar todo esto con nuevas agencias de aguas o de ferrocarriles.

Torra, hondo y ridículo como un solo de fagot. Ni un paso atrás, todo cada vez más crecido y más convencido

Torra hasta pidió la complicidad de los españoles, en español. Yo creo que se estaba dirigiendo ya a Sánchez, que concibe la firmeza como fatiga y la negociación como volverse los bolsillos. “¿Sánchez será diferente a Rajoy?”, preguntaba luego, directamente. Y le dejaba claro que no es cuestión de otro Estatut, que “el mandato del 1-O es legítimo”. ¿Qué podría tener este Estatutillo de Sánchez que fuera más que el que ya aprobaron, pero siendo a la vez constitucional, sin robar soberanía, sin su poder judicial presidencializado, sin todo aquello que ya era imposible, pero que ahora, para los independentistas, es además insuficiente? ¿Qué clase de Zapatero reventón puede ser aún Sánchez?

Sí, es su momento. Ése era el título de la conferencia, de la lección, de ese sermón terrible y fláccido, sólo comprable al terror y la flaccidez de Sánchez. El discurso era escalofriante por el temple, la ciega tranquilidad con la que se refrendaba en sus objetivos, en sus medios, en la inevitabilidad de su oscuro dominio. Es su momento. Ése era el título y ésa es su realidad. Ellos están “en el lado correcto de la historia”, dijo Torra. “O libertad o libertad”, se contradecía épicamente en su pleonasmo, ellos que no saben nada de libertad porque cada palabra totalizante que usan para abarcarla la niega. Así que no hay apaciguamiento, no hay negociación posible, no admitirán otra cosa que la rendición a sus postulados tiránicos y mentirosos.

Sí, aún cree Sánchez, con su vuelo y su mirada de águila calva; aún cree Iceta, con su sonrisa bamboleante de Fray Tuck; aún creen que pueden presionar, que pueden convencer a quienes están contentos y plenos en la confrontación, en la hegemonía, en el abuso, en las instituciones, en la calle, en los búnkeres, en la ausencia de política y de derecho. Así, en un teatro aconchado de espanto, absoluto, falacias y poder, ridiculizó Torra a Sánchez. Y sin más que repetir a Puigdemont con tono de bodas de oro.