Pedro Sánchez, que va como con choferesa igual que Cela, o sea porque puede, le ha cogido el gusto a los consejos de ministros itinerantes. Así se desempolva el coche, que sale del garaje hecho un bombón de bombonera, y se desempolvan los ministros. Sánchez y sus ministros quedan un poco falsos viajeros alcarreños, como Cela con pantaloncito, pero el presidente se ve de gira por el Raj. Eso le parece a él, aunque Cataluña no está para hacer safaris fotográficos ni para jugar a los Windsor.

Si hay que hacer un consejo de ministros en Cataluña, para demostrar simplemente que se puede hacer, pues se hace. Y si hay que regalarle a Torra un tarro protocolario de miel, rebosado de sol e insectos como los ojos de un borriquillo, pues se le regala. Otra cosa es ir allí para ponerle la Corte a los pies a Torra, para llevarle la montaña de Mahoma haciéndolo profeta milagroso, para hacer trashumancia política con esa hambre de cualquier cosa de las cabras.

Sánchez, con helicóptero de Porcelanosa o con elefante de jade, lo que hace en realidad es un Gobierno carromato. Literatura de cordel, cuentos de cieguecitas y una botica cacharrera de purgantes y linimento para calvas que suelta allí donde va, en Sevilla o Barcelona. Unas ayudas para inundaciones, como si fuera un santo de los de la lluvia, o una subida a los funcionarios, con ese sonido tan político que tienen los duros rodando, casi mágicos, como discos de Euler. En este caso, en Barcelona nos quiere vender otra cosa además de dadivosidad y carrocería. Y no es precisamente que Cataluña aún forma parte del país, que el Estado está todavía vigente aunque tenga que mandar más policías que el 1-O para que le desenrollen la alfombra o le desbrocen las calles. No, lo que nos quiere vender es que, justo cuando empieza el juicio al procés, él es el mensajero de la paz que ha cogido otro camino, ese camino con manta y tabaco, el de carretero de la política, el de buhonero del cachivache, con sus tratos por encima o por debajo de la ley.

Torra quiere lo que siempre quiso, que es todo

Torra no quiere una reunión de jefe indio, para que la foto le robe el alma y el presidente con guerrera azul quede arqueológicamente conciliador. Torra quiere lo que siempre quiso, que es todo. Sánchez, al contrario, quiere cualquier cosa como esa cabra que decíamos, un cardo, un trapo o un alambre. Quiere que mientras la ley, dura como el latinajo, parezca una venganza del PP ejecutada por oscuros alguaciles, él quede como el pacificador, como el ángel o el camello navideño de nuestros ríos de papel de plata y de nuestro anuncio de lotería o jamón cocido. Sánchez no puede ofrecer nada importante que vayan a aceptar, pero tampoco lo pretende. Mientras viaja parece que hace cosas, que traza planes, que suda carretera, que desgasta esas gafas oscuras con las que no se puede leer, pero con las que vigila el mundo desde el sueño, como los pistoleros.

Sánchez quiere ver a Torra, casi ha suplicado ver a Torra, y Carmen Calvo de momento ha dicho que verá a Torra. A él y a toda una comisión bilateral, para escenificar no sé si una Hendaya o una Yalta. Si Torra accede, será para que, en esa foto de indio, ellos queden a la misma altura, no sólo institucional, sino política, legal, moral. Cuando un presidente busca dar la mano con esas ganas, esa convicción, esa renuncia y ese aparataje, ya está concediendo igualdad, correspondencia, equivalencia entre posiciones. Lo que sea con tal de dar la réplica a la derecha que sigue haciendo sus córvidos nidos en los tribunales de azabache y brabante.

Sánchez ve en su presencia el único, solo y suficiente Estado

Sánchez va de un lado a otro quizá porque su movimiento material es simultáneo a su movimiento ideológico o discursivo. Él ya se ha desdicho de todo, se ha contradicho en todo, y sólo le queda seguir moviéndose en su actividad circular, cerrada y sin ganancia. La física y las elecciones andaluzas le demuestran que es imposible el movimiento perpetuo que produzca un trabajo útil sin desgaste, pero él cree que aún puede engañar a la razón y al universo. Sánchez se mueve no porque intente hacer Estado con su presencia, sino porque intenta hacer Estado de su sola presencia, que es muy diferente. Esto es lo que ha ocurrido con la boda de su cuñado, que de repente era una boda de Caná de Estado, con secretos de rey mesías, con milagros con el vino de agua y los aviones como peces multiplicados en el cielo.

Hacer del casamiento de tu cuñado un asunto de Estado no es sólo una anécdota ni una declaración de horterez más. Es algo muy consecuente, ya que Sánchez ve en su presencia el único, solo y suficiente Estado. Por eso va a Cataluña, por eso quiere ver a Torra, como sea. Para que nos olvidemos de la ley y de su ausencia, de la verdad y de su negación, de la libertad y de su destierro. Sólo está él, sólo hace falta él. Él en Barcelona, ocupando templos y pérgolas, moviendo motoristas, camareros y quizá esa choferesa de blanco nupcial o índico. Él allí como en la boda de su cuñado. Como juez de paz, como florista, como gorrón, como novio y como novia, como protagonista, como huésped, como padrino y como casero. No de un convite, sino de España.