Ciudadanos está trastabillando, está dando traspiés como si de pronto hubiera empezado a tropezar con obstáculos que no encontraba hasta ahora en su camino. El asunto del fraude descubierto en la elección por el sistema de primarias de la candidata por Castilla y León de Silvia Clemente ha dejado en muy mal lugar al líder del partido Albert Rivera porque ella era su candidata y porque al final pretendía aventajar a su adversario por un puñado de  votos que han resultado ser de matute.

El escándalo afecta de lleno al propio Rivera, no porque se le haga responsable de la trampa sino porque pone de manifiesto que sus decisiones, como esta elección de la señora Clemente, son las que pretenden imponerse por encima de la impecable democracia interna de las primarias que él quiso siempre vender como la más idónea y la más limpia hasta el punto de que todos los partidos se han sumado a esta moda que deja, por cierto, mucho que desear en cuanto a la participación -escasísima en la mayor parte de los casos-  y, en consecuencia, a los resultados.

La formación asiste a la publicación de los últimos sondeos demoscópicos con evidente preocupación

El caso es que ahora se le han levantado en Madrid y en Cantabria quienes han competido en primarias y han salido derrotados.  Quieren que se revisen las votaciones y, aunque los resultados no vayan a cambiar, el solo hecho de que se pudiera detectar un fraude parecido en cualquiera de estas otras dos comunidades, supondría un descrédito inmenso del partido y de sus métodos de selección de sus líderes. Y eso en un momento especialmente delicado para la formación, que asiste a la publicación de los sondeos de los institutos demoscópicos con evidente preocupación porque lo que registran es una paralización, cuando no un claro descenso, de la intención de voto al partido naranja.

Pero ese descenso tiene sentido. Para empezar, porque el líder de Ciudadanos parece estar dispuesto a recoger en sus filas a todo el que se acerque mínimamente a su zona de influencia política, provenga del PP o del PSOE, esté garantizada o no lo esté su solvencia intelectual o su rectitud moral. Y eso le desacredita porque produce una impresión doble: una, que no tiene gente suficientemente solvente para competir en todas las circunscripciones, lo cual es rigurosamente cierto; y dos , que le da lo mismo ocho que ochenta y que hace realidad el dicho según el cual "todo es bueno para el convento".

Colocar a Silvia Clemente -que además tiene que explicar unos cuantos asuntos poco claros del tiempo en que era consejera de Agricultura del gobierno castellano leonés- a la cabeza de las listas para las elecciones autonómicas del 28 de abril era un error de partida puesto que la señora dio el salto en cuestión de horas desde el PP a Ciudadanos en una maniobra muy poco digna que, para remate, se ha saldado con una rectificación urgente por fraude electoral. Eso le ha salido mal y le ha salpicado sobre todo a él.

Invitar a la eurodiputada socialista Soraya Rodríguez a que se incorpore a Ciudadanos, cuando todavía no se habían apagado los ecos de su renuncia a seguir militando en el PSOE, en lugar de producir la sensación de que el partido naranja es la casa común de todos los centristas, que era seguramente la intención de Albert Rivera, lo que ha producido es la impresión de que todo le vale porque está necesitado dramáticamente de caras que encabecen sus listas porque carece de ellas. No es, o no parece que sea, que quiere recoger todo el talento que circula por la vida política española sino que todo lo que circula por ella le vale, sea de derechas, sea de izquierdas, o no sea de ningún sitio.

Ése no es el camino. Y si, además, se ha excedido a la hora de jurar y perjurar que jamás pactará con el PSOE de Pedro Sánchez, se está pillando los propios dedos porque es evidente que, si los resultados electorales dejaran un escenario en que los votos del partido naranja sumaran para poder formar gobierno con el Partido Socialista con, por ejemplo, el apoyo desde fuera del PNV, no podría Albert Rivera explicar ni a sus votantes ni al resto de los españoles que él, enemigo acérrimo de los independentistas catalanes,  acabara empujando a Sánchez a los brazos de los diputados ex convergentes y de ERC porque el todavía presidente del gobierno no hubiera encontrado una respuesta positiva por parte de Ciudadanos.

Esa posición tan rotunda, tan radical, es un error de bulto porque pudiera ser que sus escaños resultaran imprescindibles para formar un gobierno sin necesitar el apoyo del independentismo y entonces, si Rivera aceptara finalmente ese acuerdo tan razonable, a ver cómo explica a sus votantes que de lo dicho nada y que pacta con su denostado Sánchez  por el bien de España.

Cuando se adoptan posiciones tan rotundas, como es el caso, se suele acabar haciendo el ridículo

Cuando se adoptan posiciones tan rotundas dentro del ámbito político de partidos democráticos, como es el caso, se suele acabar haciendo el ridículo, que fue lo que le sucedió al propio líder del PSOE cuando se empeñó en aquel "No es no" y "¿Qué parte del no no ha entendido señor Rajoy?" que acabó volviéndose contra él y haciéndole blanco de las bromas y del desdén de muchos. Y ahora viene reprochando a Rivera que le haga un cordón sanitario, como si él no hubiera pretendido hacerle lo mismo al anterior presidente del gobierno. Por eso es hora de que al menos los líderes de los partidos constitucionalistas se dejen de bravuconadas y entren en una zona de prudencia declarativa que no se les pueda volver en contra a la vuelta de la esquina.

Y eso es algo que le ha pasado ya a Albert Rivera porque Ciudadanos acaba de aceptar un preacuerdo con el PP y UPN en Navarra para concurrir juntos a las distintas elecciones futuras. Eso significa que Rivera se desdice por la fuerza de los hechos- su necesidad imperiosa de asomar la cabeza como fuerza política en el panorama navarro- de su posición frontalmente contraria a "los privilegios" que a su juicio suponen, tanto el que él siempre llama "cuponazo" vasco como el Convenio Económico Foral y la Hacienda Navarra, que han sido sus principales caballos de batalla en las anteriores elecciones autonómicas. Pero es que Ruth Goñi, secretaria de Organización del partido naranja en Navarra ha declarado recientemente: "Respetamos  absolutamente el régimen foral". Es decir que, necesitados como están de tener alguna representación en esa comunidad, Rivera ha renunciado a concurrir en ese territorio con sus propias siglas pero sobre todo, oh asombro del mundo, ¡ha abrazado el fuero navarro! Ahí es nada.

Tirando de ese hilo, la conclusión es que ya no podrá atacar con la misma ferocidad el concierto vasco aunque pueda seguir peleándose por el cálculo del cupo. Por eso no es descartable que al final, y sometido a las exigencias de la realidad, Albert Rivera pudiera aceptar sin poner los ojos en blanco un apoyo del PNV a un gobierno que pudiera formar Pedro Sánchez con el respaldo de los  escaños del partido naranja y los del nacionalismo vasco. Todo depende de lo que digan las urnas. Pero, en esa hipótesis, lo españoles seguro que se lo agradecerían porque un pacto así, si se pudiera llevar a cabo, nos salvaría de las garras del independentismo enragé de Carles Puigdemont.

Pero para que eso pudiera ocurrir, Ciudadanos debería ganar alguno más de los 32 escaños que hasta ahora tenía en el Congreso de los Diputados. Con los 38  que le pronosticaba este lunes pasado el diario ABC -eso sí, después de haberle adjudicado 53 hace tan solo un mes- sumaría con el PSOE y con el PNV una cómoda mayoría absoluta que despejaría muy mucho el tenebroso panorama que se podría presentar si Sánchez se ve en la necesidad de recurrir al secesionismo catalán.

El problema es que Ciudadanos va para abajo en los sondeos. La actitud rígida pero al mismo tiempo llena de graves contradicciones es la que explica este proceso en el que las expectativas del partido se van desinflando según pasan los días.

Si Albert Rivera no fija pronto una posición identificable y clara, no deja de intentar pescar a todo el que se acerca por ahí sea quien sea, y no abandona esa actitud áspera y desabrida hacia el que un día fue su socio y podría volver a serlo en  futuro no muy lejano, tendrá un partido que no acabe de encontrarse a sí mismo y eso provocará que los electores no lo encuentren tampoco.