Mal pintan las cosas este domingo en relación a lo único que en este momento importa a la mayoría de españoles: que los resultados electorales que se conozcan esta noche permitan que se produzca alguna clase de acuerdo, el que sea, que haga posible la formación de un gobierno. Es imprescindible y urgente la composición de un Ejecutivo que se haga cargo inmediatamente de las riendas del país, afronte con decisión las últimas pero seguramente gravísimas tarascadas del independentismo catalán y se disponga con la misma determinación a conducir al país por entre los muchos sobresaltos y amenazas que va a traer consigo la crisis que ya esta llamando a nuestra puerta.

Ojalá los datos de los sondeos electorales que hemos conocido durante los últimos meses no se lleguen a cumplir esta noche porque el panorama que dibujan es el peor que pueda producirse en la actual situación de España.

Para empezar, parece que tenemos un Partido Socialista que no consigue salir de los ciento veintitantos diputados y que es el responsable, notablemente su secretario general y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, de haber desperdiciado consciente y voluntariamente tras las elecciones del 28 de abril la oportunidad de cerrar un pacto de Gobierno con Ciudadanos. Cierto que su líder, Albert Rivera, se enrocó en el "no es no" que antes que él encarnó Sánchez en relación con el apoyo tantas veces negado a Mariano Rajoy.

Pero tan cierto como eso es que el presidente del Gobierno en funciones no hizo el más mínimo ademán de convocar a Rivera y hacerle una oferta de calado similar a la que unió en febrero de 2016 a ambos políticos en lo que fue calificado por los dos de un "acuerdo histórico" que se suponía iba a sentar "las bases de la nueva política". Por lo tanto, la responsabilidad de ese desencuentro injustificable e intolerable de estos últimos meses fue de ambos líderes pero lo fue en mayor medida de quien ocupaba en esos momentos el Gobierno, es decir, de Pedro Sánchez.

Y eso fue así porque Sánchez quería gobernar solo pero con más poder. Por esa razón y por ninguna otra, no hizo el menor ademán de aproximarse a Rivera que, con sus 57 diputados, hubiera podido otorgar al Gobierno una extraordinaria mayoría absoluta de 180 escaños en el Congreso.

Sánchez quería gobernar solo pero con más poder. Por esa razón y por ninguna otra, no hizo el menor ademán de aproximarse a Rivera

Sánchez hizo luego el paripé con Pablo Iglesias con el que no sumaba la mayoría y estuvo a punto de caer en su propia trampa cuando Iglesias anunció que se retiraba personalmente de la pugna por entrar en el Gobierno. Y estuvo a punto de volver a perder hasta la camisa en ese juego de póker suicida que consistió en la oferta de una vicepresidencia y tres ministerios para que lo ocuparan militantes de Podemos, cosa que no ocurrió por la soberbia de su ya sacrificado interlocutor que se atrevió a rechazar una oferta que en realidad era políticamente suicida para el PSOE.

Es decir, los españoles son muy conscientes -quizá sus más fervorosos partidarios no lo sean pero el resto sí lo es- de que estamos donde estamos por decisión soberana y personal de Pedro Sánchez, al que no le ha importado meter al país en otro torbellino electoral sabiendo, como sabía, que estas elecciones se iban a producir necesariamente una vez que se hubiera conocido la sentencia del Tribunal Supremo sobre los líderes independentistas catalanes y que el país se iba a tener que enfrentar a las más violentas protestas de los radicales porque ellos sabían que ésta iba a ser la última oportunidad de lanzar un último desafío al Estado, el desafío final.

Todo esto lo sabía Pedro Sánchez, claro que sí, del mismo modo que sabía que le economía entraba en fase de problemas muy serios, que la desaceleración económica en España era ya un hecho y que el paro iba a aumentar y ya tenía elementos para sospechar que Bruselas iba a reducir en nada menos que cuatro décimas la previsión de crecimiento del Gobierno para este año 2019 y otras cuatro para el 2020. Pero no le importó.

Sus cálculos y sus intereses eran otros. Estaba seguro de que embarcando a todos los españoles en unas nuevas elecciones él iba a obtener lo que buscaba: más votos, más diputados, más poder. Y gobernar por fin cómodamente. Es decir, gobernar en solitario. Eso es lo que lleva pidiendo durante todos esos meses de precampaña continuada y lo que ha repetido hasta el hartazgo en sus innumerables intervenciones en todos los medios de comunicación: pide los votos para tener un gobierno fuerte.

Y aquí estamos hoy, esperando a comprobar si tanto esfuerzo colectivo, tanto desperdicio de energías, tanta pérdida de tiempo valiosísimo tirado por la ventana, tantas oportunidades perdidas, van a darle a Sánchez el resultado que perseguía. Porque hay que decir ese empeño les ha salido muy caro a los ciudadanos de nuestro país pero que si de las urnas salen esta noche los mimbres para tejer un gobierno que se ponga inmediatamente a la tarea, la indignación ciudadana se atemperará.

Es impensable que Sánchez se atreva en estas circunstancias a pedir o a aceptar el apoyo a ERC para completar una mayoría que nunca alcanzaría únicamente con el apoyo de Podemos y del PNV

Pero si no es así, si nos encontramos otra vez con más de lo mismo, habrá que exigir muchas explicaciones -y también una dimisión que en ningún caso ofrecerá- a Pedro Sánchez, el autor de la repetición, pero en versión empeorada, de los resultados de abril. Y digo versión empeorada porque a lo que parece Ciudadanos ya no va a estar en condiciones de sumar una mayoría con el Partido Socialista, con lo cual esa opción razonable para el sector moderado de la población española desvanecerá probablemente esta misma noche.

Naturalmente, es impensable que Sánchez se atreva en estas circunstancias a pedir o a aceptar el apoyo a ERC -que jamás, jamás, sería gratis sino que tendría un precio completamente inasumible- para completar una mayoría que nunca alcanzaría únicamente con el apoyo de Podemos y del PNV. Pero si al final resultara que nos han llevado a repetir las elecciones para terminar en un escenario como ése, creo que no es descartable que los altercados que hemos visto en Cataluña se acabaran extendiendo al resto de España pero por motivos rigurosamente opuestos. Esto es una exageración pero lo que es my cierto es que eso no se podrá consentir.

Quedaría la opción de la abstención del PP, con condiciones muy claras y pactadas, con el objeto de permitir que haya de una vez por todas un gobierno efectivo en España. Abstención a la que tendrían que sumarse Ciudadanos y todos los pequeños partidos moderados que obtengan representación en el Congreso. Eso tiene muchas pegas, sí, y según cómo sean los resultados de esta noche, podría resultar incluso imposible.

Pero una cosa está clara: a los electores no les importan los sacrificios que cada formación política tenga que hacer para alcanzar un acuerdo de gobernabilidad. Pero de estas elecciones tiene que salir necesaria, obligatoriamente, un acuerdo de gobierno razonable, alejado de los extremos, que afronte con eficacia los inmensos problemas que el país está ya padeciendo y los que asoman por el horizonte.

No hay excusas ni cálculos partidistas que valgan. Y, por supuesto, no es tampoco ni remotamente admisible la hipótesis de unas terceras elecciones de aquí a seis meses. Los electores deben acudir a las urnas siendo muy conscientes de las consecuencias que puede tener su voto en el panorama político español a partir de mañana.

Pero en los dirigentes políticos reposa la obligación inexcusable de buscar, y encontrar, inmediatamente una salida conveniente para los intereses y las necesidades de España en el tablero que quede dibujado esta noche, sea éste cual sea. El país no les tolerará otra cosa.