El virus va haciendo prisioneros por todas las autonomías como por todas las almenas de nuestros reinos. Más que de otros gremios, parece que va cogiendo a políticos, tan expuestos y adictos al espectáculo y al roce, y yo creo que ya se puede montar como una liga de fútbol con ellos, una liga de infectados regionales, igual que una liga de petanca en silla de ruedas. Se puede montar hasta un Clásico (en realidad no es nada clásico llamarlo Clásico, es reciente esa coletilla para vender más birra en los bares con pantalla de acuario). Torra y Ayuso, contagiados los dos, ya se pueden poner la mascarilla como una espinillera y hacer su Clásico arrojándose muletas como en esas viñetas de Mortadelo descalabrado.

La política ya sólo pelea en el virus o con el virus, así que a lo mejor esto debería ser una competición entre convalecientes. Ortega Smith ya se entrena con el virus subido a su espalda, no tanto como Rocky en el granero ruso sino como Andrés Pajares en Yo hice a Roque III, haciendo un deporte esmirriado y cervecero, en plan Mágico González. El fútbol es capaz de convertir a cualquier español en quinqui y el virus quizá también. O únicamente a los de Vox, no sé. El caso es que no sólo se pone en forma el Tarzán de Vistalegre, con música de casete como el Vaquilla, sino que la gente sube a las redes sus entrenamientos con rollos de papel higiénico y briks de leche. Se nota mucho que nos falta el fútbol.

Nos falta el fútbol y este virus está desarrollando en nosotros actitudes y emociones deportivas como reacción al miedo, al desasosiego y al aislamiento. Hay himnos en los balcones, hay hermanamientos alrededor del quiosco y de las pequeñas victorias del barrio, y hay ganas de hacer pilates con el gato. La gente ha vuelto al parchís y a la pelota de trapo. Todo eso y la curva del virus y de la bolsa son nuestra nueva distracción, nuestra nueva quiniela y nuestro nuevo sinvivir. Es que nos falta el fútbol. Nos falta el Real Madrid, y Sergio Ramos con su mirada de indio oteando la nada, y sus derrotas de dormido en la playa. Nos falta el Barça, y su religión política de bautismos por inmersión en el barullo, y Messi trenzándose las piernas como un cestillo para el balón.

Torra y Ayuso, contagiados los dos, ya se pueden poner la mascarilla como una espinillera y hacer su Clásico arrojándose muletas como en esas viñetas de Mortadelo descalabrado

Nos falta el fútbol pero tampoco tenemos política, ahora que todos estamos con lo de la unidad y la lealtad y hasta nos da confianza la presencia cuca de Margarita Robles. Bueno, no tenemos política salvo por Torra, que ve el virus como otra de las luchas solitarias, incomprendidas, salvadoras, infiltradas y fracasadas de su nación. Él no puede ver otra cosa que la nación, en los botijos, en las cucañas y hasta en los microbios. También está Iglesias, que aún haría revolución en el Juicio Final. Sin fútbol y con una política limitada a encajar o enhebrar el pequeño virus en tu ideología o en tu obsesión, la solución perfecta sería esa, la de una liga de políticos picados de virus como picados de viruela, compitiendo por los gradientes de contagio, los zafarranchos de cirujanos como hombres de Harrelson y la longitud de las colas del supermercado. Nos podría quedar, ya digo, un Clásico con Ayuso y Torra, así como un pimpón de sanatorio o una esgrima de cojos o una carrera por el pasillo con bolsas de orina.

Se contagia Torra, que ya tiene su virus para él, un virus mascota o ángel de la guarda, un virus que lo aureola como autoridad ensabanada, como mártir y como isla humana sometida por la fuerza, igual que la llagosa nación catalana. Se contagia Ayuso como una modista de buhardilla de La bohème, con ojos de pluma de ave y manos frías y flores de tela. Se tenían que contagiar los dos para representar cada uno a su tierra como reyes con armadura o con ácido úrico, y para jugar de lejos un ajedrez de Von Sydow o de mutantes mentales. Pero nos falta el fútbol y lo que está esperando el personal es que jueguen un Clásico donde haya política, odio, virguería y humillación.

El virus va reclamando gente, una a una, como esos capitanes de patio de colegio. El virus juega a lo suyo y algunos políticos también. Torra y Ayuso parece que van a jugar el partido de la gran revancha o de la gran evasión. La verdad es que se puede parar un partido por una paloma y se puede parar una guerra por otra guerra más importante o por una necesidad más humana. Lo hicieron los soldados alemanes y británicos en la Navidad de 1914. Dicen que llegaron a jugar al fútbol allí, en pleno frente. A lo mejor sacaron la misma pelota de trapo que hoy se pasa la gente de balcón en balcón, de trinchera en trinchera, de farol en farol.