Va a ser un comité de sabios desconocidos, invisibles y un poco cuánticos el que decida si cambiamos de fase, como si decidieran descongelarnos o no. Simón no ha querido desvelar quiénes son estos sabios entrealemanes o entregriegos que ahora son los más poderosos del país o del universo porque igual pueden convertir Madrid en una playa que a Ayuso en una estatua del Retiro que un bar de tapas en bomba atómica. Pero además de ser secretos, selectos, oscuros y gubernamentales, como la bodeguilla de la Moncloa, tampoco parecen tener clara la sabiduría a aplicar. Hay parámetros difíciles, como el porcentaje de la población que lleva la mascarilla como bolsito de boda o como boina o como bocio o como dolor de muelas, o la distancia de seguridad entre tapas de torreznos, o la zancada media del runner que va perseguido por su app de fitness como por todas sus exparejas o todas sus cañas de más.

Sánchez dijo que se aplicarían criterios “objetivos y transparentes”, pero no tenía en cuenta que su desescalada es un caos y la matemática del caos es complicada. Deben de estar estos sabios enfrascados en cómo asignarle riesgo y fase a ese ciclista de muslo gordo que se cruza con el corredor de reloj también gordo, como la caja de música de su corazón; o en trazar modelos para la dinámica de fluidos de las suegras y las nueras y los nietos por los paseos marítimos, de especial viscosidad; o de buscar la coherencia del vermú con la mascarilla, y de la separación de mesas con ese reloj de sol catedralicio que hacen las terrazas con la sombra. Yo estoy seguro de que estas distribuciones de métricas y de energías requieren tensores de Einstein por lo menos, y Sánchez, que es de los de tesis de CCC y libro hecho por el mayordomo, no ha calibrado la dificultad.

Si hay rebrote, siempre se podrá culpar al gentío que salió desbocado a estas rebajas de sol y a este calentón global de vecinitas en braga o en bicicleta

Simón dice ahora que “los umbrales y puntos de corte no se pueden dar porque no los hay, tenemos que valorarlos en conjunto”. Es lo que se llama, más científicamente, calcular a voleo. No es que no haya matemática para ese caos de chorros de virus contra chorros isotónicos y de chorros de niños contra chorros de padres fofisanos, ahí en un contexto de hospitales temblones y primavera heladera y bares de serrín y dominó. Lo que ocurre es que una desescalada sin datos epidemiológicos fiables no deja otra solución que la cuenta de la vieja, el ojo de buen cubero y si acaso el manto de la Virgen. Todo el método científico y todo ese comité de sabios escondido bajo hormigón va a ser al final una reunión mucho más española, así como de especialistas de pulgar marinero al viento, de mareas de marisqueo y de barruntos de cantos de pájaros. No puede ser de otra manera porque, insisto, vamos a ciegas. Se calculará a voleo, o mejor, al gusto, es decir, metiendo política donde no pueda llegar la ciencia del caos.

Los hospitales pueden estar preparados, pero a ver qué comité va a evaluar si está preparada la señora que mete la mascarilla en la fiambrera, o el impacto de un reencuentro de compiyoguis en una terraza, o la termodinámica de un guateque, o la seguridad de un camarero con tiza en la oreja, o la virología del runner que va escuchando Eye of the tiger o del skater que va escuchando a Macaco. Recuerden que en la fase 1 se podrán reunir hasta 10 personas, con las debidas medidas. Haría falta un palacete con mesa de Drácula para organizar una cenita, claro. Es más, imaginen una party de salidos recién salidos, ahí manteniendo la distancia de seguridad. Habría que ir calculando la propagación del calentón y la carga vírica del achuchón rabioso o del aquí te pillo aquí te mato, y eso me parece que no hay sabio que lo pueda medir, ni con matemática pura ni con hisopo.

Unos sabios invisibles con criterios inescrutables van a decidir si vamos pasando de fase, y yo creo que se trata más bien de montar con todo esto una especie de concurso televisivo que nos distraiga boba y patrióticamente, como Juegos sin fronteras. Un día saldrá Ramón García rascándose la cabeza y no lo distinguiremos de Simón, como no distinguiremos ya al virus de una vaquilla y a un muerto de un bolo. Ya dije que esto de las fases era muy de Iván Redondo, que nos va a vender ese parchís de la desescalada como el parchís con que se entretenía antes al convaleciente. Este caos no tiene ni ciencia ni sabios con cartabón, o no tiene más lógica ni más sabiduría que el azar. Nos van a ir soltando a la calle a ver qué va pasando, con criterios inventados o con el criterio de comer ficha política en el parchís de Redondo, y ya está. Si hay rebrote, siempre se podrá culpar al gentío que salió desbocado a estas rebajas de sol y a este calentón global de vecinitas en braga o en bicicleta.