Opinión

Sánchez negando a Iglesias (o a Jesulín)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aplaudido por sus ministros por el acuerdo de la UE. EFE

Con luz de melocotón, molesta y lanosa y llena de pájaros como un melocotón lleno de hormigas, esa luz de los trasnochadores que ya vuelven de día, recibieron a Sánchez en la Moncloa y le hicieron un pasillo con aplausos y miradas como pétalos de vestales. Su Gobierno está lleno de vestales y gente con jofaina para sus pies de césar, pero yo creo que se merece el aplauso. Había conseguido traer dinero de Europa aun con nuestros ministerios de hormigón sovietista y flores púbicas, con vicepresidentes de tanquetita revolucionaria que no quieren pagar deuda, con comunistas abochornados contra el nombre de su ministerio (¡Consumo!), y con un Ejecutivo que depende de nacionalistas sediciosos y de izquierdas de bala encamisada y noria de burro mitológico.

Los grupis de Sánchez le hubieran aplaudido su solo despertar, como si fuera Baco, pero esta vez la cosa tiene mérito, o tiene trampa. A los aplaudidores les salía muy natural una coreografía de escalera de vedetes o de ayudantes de Irene Montero en su cumpleaños ministerial/adolescente. Pero no a Iglesias, que estaba como sin saberse los pasos, igual que en aquel funeral de Blancanieves. Iglesias se escondía un poco, como el más feo de la tuna, y daba medios aplausos, aplausos cojos o convexos, de secundario sin Óscar.

Seguro que Iglesias estaba pensando que es imposible que ese Rutte, Sánchez y él puedan estar contentos a la vez o por la misma cosa. Así que aplaudía apartándose, retrocediendo de sospecha, como ante crujidos de la noche. En Twitter hizo algo parecido, aplaudir a media luz, entre el publirreportaje de seguros de decesos, la excusa y la domesticación. Era un hilo larguísimo, muy picudo de millones y sospechosamente inflado de explicaciones, lo que daba al conjunto el aspecto de una gran morcilla de incertidumbre.

Yo creo que Iglesias ya se va consolando en la pantufla casera, en su acomodamiento de mastín de chimenea de mansión, en su vicepresidencia con escudo de colegio inglés o albornoz de parador, asumiendo que sus políticas ya no son posibles y sólo le quedará la biblioteca revolucionaria con pasadizo de castillo, para mirarla y olerla a la hora dorada del té y del arpa.

Antes, Sánchez podía contentar a los indepes con concesiones feriales, selecciones nacionales de hockey o calderilla postal, e Iglesias aún tenía margen para intentar su revolución

Antes, Sánchez podía contentar a los indepes con concesiones feriales, selecciones nacionales de hockey o calderilla postal, e Iglesias aún tenía margen para intentar su revolución, para sacar su manual del zurrón del populista: atacar a los jueces, a la prensa y a poderosos fabricantes de blazers; ir creando estructuras clientelares alrededor de sus ministerios menesterosos y sus asociaciones callejeras o pasacallejeras, conseguir alguna medida que sonara a volcar los bolsillos de los ricos para parecer útiles o justicieros... O sea, que algo se podía hacer y uno hasta creía que lo terminaría haciendo mientras Sánchez narciseaba. Pero ahora hay que contentar a Europa, que no regala dinero por tocarles la armónica.

Iglesias aplaudía el último porque sabe que los “frugales”, los de la escoba en el culo, secos y tétricos como esa gente albina o desenterrada verticalmente que pintaba Van Eyck, no van a dar dinero para socialismos de bicicletas de alambre. Iglesias hablaba luego en Twitter de lo verde, que es lo que les ha quedado a ellos de la revolución total, un verde de haba ecológica y de cuello Mao, pero sabe muy bien que ni su contrarreforma laboral, ni sus impuestos guillotina, ni su plan de fidelizar votantes aventando presupuesto público son lo mismo ya con ese sombrío tribunal como de médicos de Rembrandt.

Claro que el dinero siempre es éxito y Sánchez e Iglesias lo pueden adornar de redistribución social y contraponerlo a los anteriores rescates de la derecha, esos rescates de bancos como rescates de sopranos gordas. Pero no. Iglesias, Sánchez y Rutte no pueden sonreír por lo mismo. Iglesias lo sabe aunque disimule, aunque disimule incluso María Jesús Montero, con su tono perenne de maestra enfadada que canta la tabla de multiplicar, muy útil para el disimulo y la desconexión.

Iglesias sabe que se acaba su política, que se acaba casi Podemos, pero queda él

En Europa casi no han dormido, como una competición entre los noctámbulos mediterráneos y esos frugales que se acuestan con el ocaso de quinqué en la ventana. No habrá sido fácil. Yo me imagino a Sánchez renegando de Iglesias, dejándolo en sus ministerios de castillo hinchable, apaciguando con promesas de ortodoxia.

Sánchez, en fin, negando a Iglesias evangélicamente hasta la hora del gallo, la del sol de melocotón en la que apareció para ser aplaudido y coronado de pétalos por sus sayones fieles y sus ministras como alegorías de fuente. Ha conseguido dinero llevando un currículum de caos, gafas playeras y barra libre, y eso tiene mérito o tiene trampa. Ya veremos en qué queda y a quién más termina negando o traicionando.

Sánchez llegaba como con el disco solar de los egipcios en la coronilla, pero una sombra aplaudía a contratiempo o replegándose. Iglesias sabe que se acaba su política, que se acaba casi Podemos, pero queda él. Iglesias quizá ya se consuela recreándose en sus salones con color y olor de coñá y marroquines, y en su colección berlanguiana de mechones o vellocinos de valquirias guerrilleras. Sí, quedará él, algo así ya como un torero de su izquierda, ahí con la casa con capillas y encornaduras, con la panza abombada y recosida, con colgajos de cencerros, guarnicionería y barbería, con recuerdos de unas tardes de plaza, ruido, bragas y gloria ojival y paquetera, como si fuera Jesulín

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