Ha terminado el curso parlamentario con Sánchez dando la vuelta al ruedo en el Congreso con capote de mascarilla. Le han llenado la plaza de apoderados, de amigos gorrones, de primas y admiradoras con pestaña en el relicario y oficio de señorita de etiqueta de anís, para que parezca un triunfo lo que ha sido una menesterosidad de gorrilla ante la paciencia de la Europa agarrada y rica. Pero no importa, el Congreso se cierra y Sánchez se va con aplausos arrojados sobre él como gallinas o botas de vino, y estrenando banderita en el cubrebocas, que parecía un polito de Emilio Sánchez Vicario. El patriotismo le ha venido ahora con el dinero ajeno y con la brisilla de regata que parecían ponerle las vacaciones en su morro proal.

El Congreso, a falta de una sesión extraordinaria para que Sánchez siga haciendo europeísmo de paipái, se ha cerrado como el reloj de bolsillo que es, pero todo está por hacer. La epidemia nos lleva en la segunda ola, la reconstrucción sigue siendo un estribillo más cerca de un irónico despiece que de otra cosa, los presupuestos que deben jubilar a Montoro de su puesto de gárgola urraqueña siguen siendo sólo fantasía, las reformas por hacer aún son negadas lo mismo por Iglesias que por Calvo, pero esto se cierra con aplauso y con alfombra de serrín y niños, como la que le hacen a la Virgen de agosto en mi pueblo. Después de este curso raro, que empezaba con un Sánchez agónico, seguía con un Gobierno agónico y termina con un país agónico, la esperanza que tienen para nosotros es un aplauso a Sánchez y una banderita de velero de José Luis Perales. Y el caso es que no desentona, porque con aplausos y con lealtades de cenefilla aquí se ha querido combatir igual el virus que la ruina.

Aplausos y banderitas, como si Sánchez fuera un trasatlántico. Y es que Sánchez es principalmente, además de jaranero, simbólico. Poner contra el virus una nariz de Miliki era simbólico. Despedir a los muertos como una violetera era simbólico. Ese paseíllo que le montó su gabinete de comunicación después de penar por Europa, como si en realidad hubiera ganado en Le Mans, es simbólico. Luego, lo que ocurre es que el virus sigue ahí porque la gomaespuma no le hace nada, y que los muertos no son atlantes sino víctimas de la incompetencia y la política, y que ese dinero que quieren hacernos creer que ha traído Sánchez entre sus cabellos de pescador de perlas aún está condicionado a las propuestas que presenten. Pero, de momento, esas propuestas siguen siendo señalar a la derechona vil, levantar huertos de pimientos y hogueras de sostenes en los ministerios podemitas, y poco más.

Ha terminado el curso parlamentario con Sánchez dando la vuelta al ruedo en el Congreso con capote de mascarilla

Han cerrado el Congreso con Sánchez paseando un porrón y su banderita ahí como un lunar de Madonna que aparece y desaparece. Sánchez ha tenido épocas de mucha bandera, grandes banderas de Indurain o de cupletera de la guerra, de Mari Santpere cupletera o algo así, y otras épocas en las que la bandera era facha y sólo servía para descubrir a una derecha como de cetrería. Ahora, se la vuelve a poner para asociar el patriotismo con esta campaña de su éxito más eurovisivo que europeo, esa cosa de Massiel con la que Sánchez ha vuelto.

En realidad, como ha desvelado el Financial Times, Sánchez estuvo a punto de fastidiar el acuerdo con sus exigencias de chulapo de cerilleras. En una simple comida, cabreó tanto a la premier finlandesa, Sanna Marin, socialdemócrata por cierto, que ésta le soltó: “Hemos pasado de 0 a 350.000 millones. ¿Qué has hecho tú? Nosotros nos hemos movido. Ahora es tu turno”. Pero Sánchez no considera que tenga que moverse, si acaso sólo bambolearse. Son los demás los que tienen que moverse hasta él y su tumbona, para así ser patrióticos y leales, para no crispar, para servir a Europa, para realizar hazañas históricas en las que él sólo está de mirón. Si se mueve, además, Sánchez queda fatal en las fotos, que tienen que salir ya de mármol, como las de un jeque.

Se ha acabado el curso parlamentario y Sánchez ha dejado como una media vuelta al ruedo con descabello y cartílago de vaca. Ahí sigue el virus, y la crisis, y un Gobierno hecho de retales, contradicciones y anuncios de botica antigua. El dinero del que presume es precisamente un dinero que lo niega, a él, a su política, a su gestión, a su socio Iglesias, que era de los de salir del euro y de esa Europa de mercaderes venecianos de carne humana.

Ahora, al sanchipablismo se le ha metido en la alcoba un oficial prusiano o una monja con toca de cornete, para vigilarle los vicios y hasta las deposiciones. Es el precio de un dinero que no se ha ganado Sánchez por gestionar la epidemia peor que nadie, ni por negociar enseñando su liguero de calcetines. No, se ha conseguido porque toda Europa podría derrumbarse empezando por la España sanchista y playista. No hay más, pero les da por aplaudirse. Sánchez se aplaude a través de primos y monosabios, el Congreso se cierra con un chasquido de tumbón antiguo y el presidente de la catástrofe se marcha hacia el verano con la banderita estremeciéndose sobre carne patriótica dudosa, como sobre un jamón regalado.