El presidente Sánchez, con una autoridad oronda y apabullante de escalafones e internacionalidades, como un cocinero Michelín, acababa de decir en la tribuna del Congreso que un estudio de la Universidad de Oxford otorgaba a España la puntuación más alta de los países occidentales en cuanto al rigor en la respuesta a la pandemia. Unos minutos después, dos televisiones privadas españolas cortaban la retransmisión. En cada una de ellas, un severo periodista se destacaba entre fondos víricos y ponzoñosos para dar parecidas razones: esa afirmación era objetivamente falsa. Y tampoco habíamos sido los primeros en tomar medidas de confinamiento en ese Occidente que Sánchez citaba una y otra vez con reverberaciones carolingias. Por todo esto, los dos programas habían decidido no prestar su audiencia a la difusión de desinformación y bulos. Una parte de esto es ficción, claro, y ya saben ustedes cuál.

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