El presidente del Gobierno y su ministro de Asuntos Exteriores -no sólo de Asuntos Europeos como con un imperdonable error de bulto consta en la carta enviada a Mohamed VI por Pedro Sánchez- han cometido un error gigantesco que no tiene compostura y con el que han arrastrado a España y su menguante prestigio internacional por el suelo de los países poco fiables por lo cambiante de sus compromisos exteriores. Se han comportado ambos, presidente y ministro, como si fueran los autócratas de una república bananera y no los altos representantes de una nación con siglos de historia y de relaciones exteriores detrás.

Esa carta, la que envía el señor Sánchez al rey de Marruecos, es una auténtica vergüenza. Ni en el país más subdesarrollado políticamente se envía una misiva así, que parece el borrador de un mal alumno de Secundaria. Y no únicamente por la desastrosa redacción sino por la extraordinaria torpeza en formular incluso los argumentos que acompañan al núcleo político de la misiva, donde se admite que el Sáhara forma parte de Marruecos, cuya soberanía sobre el territorio se da por hecha en un ejercicio insólito de falta de fundamento histórico y de oportunismo político de la peor estofa.

Porque la razón última de esta renuncia gratuita a las obligaciones contraídas por España, una vez que se traicionaron los compromisos asumidos previamente con el pueblo saharaui, es la de conseguir que Marruecos deje de presionar a nuestro país con el envío sistemático de inmigrantes subsaharianos que llegan a las costas españolas en pateras o mediante el asalto periódico a las vallas de Melilla, si no es enviando a adolescentes y a niños a las playas de Ceuta a las que llegan nadando y con grave riesgo para sus vidas. Cosa que al vecino marroquí le importa una higa.

Este es el motivo real de la carta en la que España abandona su posición de al menos neutralidad cobijada bajo las resoluciones de las Naciones Unidas. Pero aquí viene la pregunta. ¿Dónde están las garantías marroquíes de que tal nivel de extorsión se ha acabado para siempre? ¿Dónde constan las negociaciones, si es que las ha habido, con los representantes de ese país, que permitan asegurar a España que su vergonzosa renuncia tiene por lo menos una contrapartida en forma de compromiso por la otra parte de que se han acabado las operaciones de chantaje?

Porque la penosa carta de Sánchez, que pone colorado a cualquiera que tenga una mínima noción de como se alcanzan acuerdos con otros países y en qué términos se formulan esos pactos, no se corresponde, que se sepa, con otra misiva en la que el reino de Marruecos ofrece a su vez un futuro de convencia en paz y buena vecindad. De eso no hemos sabido nada y mucho me temo que es porque nada hay.

Más preguntas. ¿Han abordado Sánchez o su ministro de Asuntos Exteriores, o ambos, la exigencia del compromiso por parte del rey Mohamed VI de que la españolidad de Ceuta y Melilla es inviolable? Porque esas dos ciudades autónomas forman parte de España varios siglos antes de que el reino de Marruecos soñara siquiera con existir.

Ni siquiera este ministro ha cumplido con su responsabilidad de consultar a los diplomáticos que llevan décadas estudiando el asunto del Sáhara Occidental

Porque nadie ignora que las pretensiones marroquíes de engullir a todas las posesiones de España en el norte de África ha existido siempre y cada vez con más intensidad y descaro. Y resulta inverosímil y del todo inaceptable que en el transcurso de las conversaciones -si es que las ha habido, insisto, que puede que ni siquiera eso- el presidente o el ministro de Asuntos Exteriores de España no hayan obtenido a cambio de renunciar definitivamente y para siempre a atenerse a las numerosas resoluciones de la ONU y a respetar el derecho internacional, el compromiso por parte de Rabat de no volver a alterar la estabilidad de nuestras dos ciudades autónomas y el respeto estricto y permanente a su histórica españolidad.

Pero no hay nada de eso. Si lo hubiera lo habríamos sabido ya. Ni siquiera, como cuenta aquí Francisco Carrión, este ministro ha cumplido con su responsabilidad de consultar a los diplomáticos que llevan décadas estudiando el asunto del Sáhara Occidental y su relación con España como potencia administradora y también con Marruecos.

No, hay que hacerse a la idea: en un asunto de la máxima trascendencia para nuestro país, se ha actuado con una frivolidad y una irresponsabilidad injustificables. Hemos vendido nuestra historia y nuestro papel en esa parte del mundo a cambio de un deseo, de una aspiración. Es decir, a cambio de nada.

De nada concreto, constatable y ratificado por escrito, como por escrito el presidente del Gobierno español ha dejado constancia de que España giraba 180 grados en su política exterior sin encomendarse a nada ni a nadie. Ni habiendo intentado pactar ese giro copernicano y no justificado con la oposición, ni exponiéndolo ante el Parlamento, ni consultándolo con quienes dentro del ministerio de Asuntos Exteriores tienen criterio elaborado sobre el asunto. Nada ni nadie.

Rectifico: mucho me temo que esta maniobra vergonzosa y vergonzante ha tenido dos patrocinadores. El ex presidente Zapatero y su ministro de Exteriores Moratinos, el peor responsable de las relaciones internacionales de España desde hace siglos. Con semejantes asesores no es de extrañar que los españoles hayamos perdido la cara en este trance y ni siquiera hayamos recibido como pago un plato de lentejas.