El presidente del Gobierno ha trazado una peligrosa línea divisoria entre demócratas y antidemócratas. El jueves por la noche, desde Bruselas, puso al PP al otro lado de la demarcación por haber presentado un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional. "Han intentado amordazar al Parlamento", sentenció.

En lugar de rebajar la tensión que se vivió ese mismo día en el Congreso, con intervenciones tan lamentables como la de Felipe Sicilia, que puso a la derecha al mismo nivel que Tejero, Pedro Sánchez echó más leña al fuego. Se trata de crear un clima de amedrentamiento que impida que el Tribunal Constitucional frene la aprobación en el Senado de la reforma exprés del Código Penal y de dos leyes que afectan a dos órganos constitucionales. Nunca habíamos vivido en España un tensión tan virulenta entre dos poderes del Estado. Nunca el consenso político había sido zarandeado como lo está siendo ahora.

Resulta paradójico que sea Sánchez quien se arrogue la capacidad para repartir carnets de demócrata, porque él es el primer presidente de Gobierno desde la muerte de Franco que sustenta su poder en un partido que intentó dar un golpe de Estado (ERC) y en otro que todavía no ha condenado los asesinatos de ETA (EH Bildu). Parece que, a su entender, Oriol Junqueras o Arnaldo Otegi son más demócratas que Feijóo.

La estrategia de Moncloa consiste, como decía, en elevar la tensión al máximo para paralizar al TC, pero, al mismo tiempo, acorralar al líder de la oposición para inmovilizarle, apoyándose en su superioridad no sólo en las Cortes, sino, sobre todo, en los medios de comunicación. Cualquiera que ponga en duda la fórmula elegida por el Gobierno para aprobar sus reformas legales deprisa y corriendo puede ser tildado de "golpista".

Con las fiestas navideñas, piensan los asesores del presidente, el clima de tensión se relajará; el Parlamento echará el cerrojo durante mes y medio, y luego, pasada la festividad de Reyes, el Gobierno se centrará en las medidas económicas para llegar al mes de mayo en posición de ganar o, al menos, empatar las elecciones municipales y autonómicas.

Cada vez hay más gente en el PP partidaria de que Feijóo presente una moción de censura al presidente del Gobierno

Mientras que en Moncloa la hoja de ruta está meridianamente clara, el debate interno en Génova es qué hacer ahora. ¿Será suficiente con la iniciativa legal ante el TC? ¿Habrá servido el recurso de amparo para situar a Feijóo como la opción más sólida ante Sánchez y su coalición de partidos abiertamente anticonstitucionales?

Es en situaciones como estas cuando se forjan los auténticos líderes. No es el mar en calma, sino la tormenta la que hace aflorar el temple de los grandes capitanes.

La táctica, el regate en corto, a veces hace perder la perspectiva. Dicen algunos dirigentes del PP que no es "inteligente" seguirle el juego a Santiago Abascal con la moción de censura. Prefieren dejar la iniciativa a las asociaciones de la sociedad civil para que organicen manifestaciones en la calle. Todo con el fin de que los disparos ni siquiera rocen al líder.

Pero también hay otras voces que reclaman rebelarse ante la parálisis. Un ejemplo, aunque no el único, es Cayetana Álvarez de Toledo, diputada del PP, que cree que su partido debe hacer coherente su diagnóstico sobre la situación que vive España con el remedio para hacerle frente: "Hay que utilizar todos los medios a nuestra disposición. Recurrir a los tribunales, movilizaciones en la calle y, por supuesto, la moción de censura. Hay quien dice que Feijóo correría el peligro de convertirse en un segundo Hernández Mancha, pero yo creo que, si la presenta, ganará moral y políticamente el debate, como le sucedió a Felipe González en 1980".

Hace 40 años González perdió la moción de censura por 166 votos contra 152, pero su figura salió reforzada como alternativa al entonces presidente Adolfo Suárez.

Si el presidente del PP de verdad cree, como afirmó el pasado viernes en Valencia, que el PSOE está "fuera de la Constitución", lo lógico sería que utilizara todos los mecanismos democráticos, que para eso están, para ofrecerse como única alternativa posible. Ya no sólo para los votantes del PP, sino para muchos que ahora votan a Vox e incluso para algunos socialistas que no comparten lo que está haciendo el líder de su partido.

La lucha será encarnizada. Sánchez no puede retroceder un milímetro porque es rehén de sus socios de Gobierno y a Feijóo no le queda más remedio que ir a la confrontación si pretende liderar todo el bloque de centro derecha, desde Vox a Ciudadanos.

Este "clima asfixiante", como lo califican en Moncloa, se mantendrá durante todo 2023. Y lo peor es que, al paso que vamos, no sólo habrá un riesgo de ruptura de la convivencia, sino que la Justicia, el único poder que no controla del todo el Gobierno, quede definitivamente laminada.