El Congreso y el Senado seguían ahí, como una escena de crimen muy bien fregada, después de aquella noche del luto de los socialistas y de los palacios, en la que los portavoces de Sánchez hicieron discursos con fondo de cortinas ardiendo. El gravísimo golpe, ya ven, se remedia presentando bien las leyes y pasando la enceradora, lenta y casi recreativa, como un carrito de golf. La nueva proposición ya está en marcha, aunque también por la vía de urgencia, que lo de Sánchez es como una hernia que le quema en la ingle, con una quemazón inaguantable que sólo alivia la seda bizantina de sus pantalones berenjena. Todo parecía volver a la normalidad, seguramente porque nada estuvo fuera de la normalidad, salvo por los presidentes de las Cortes y los ministros saliendo con chaqueta sobre el pijama, bajo el terremoto de los cuadros y los capiteles, a decir que el TC nos había robado a todos la democracia y a ellos las alfombras. Pero no, todo sigue ardiendo. Aunque no fue Feijóo, sino Sánchez, el que volvió al asunto del Constitucional para que no se apague la llama. Nunca se trató del incendio ni del luto de una sola noche, que eso es un desperdicio de tragedias y de castillos.

Feijóo debió de pensar que mejor que los palacios, los espejos y hasta las togas, que arden todos como haciéndose cachemir, arden las contradicciones. Yo creo que se imagina la contradicción ardiendo como un libro, con dolor y crujido intelectuales, como cuando arde la Constitución en la boca dantesca de Sánchez. Así que Feijóo, que quizá había olvidado su victoria sobre Sánchez, su primera victoria, que yo creo que merecía al menos un breve brindis; Feijóo, decía, no quiso volver al Constitucional, o más bien al zafarrancho de viudas y vengadores iliberales que provocó el Constitucional entre instituciones y ministros, sino al pasado de Sánchez, que es una sucesión de contradicciones como de modelitos. Feijóo hizo, muy bien hilvanado, ese recopilatorio como de YouTube en el que Sánchez va pasando del no al sí con el delito de referéndum ilegal, con los indultos, con la sedición, con la malversación y, en el último capítulo, ya como tráiler o como spoiler, con la consulta sobre la independencia. Lo que pasa es que Sánchez vive en las contradicciones como vive en el incendio.

Feijóo quiere apagar el incendio pero Sánchez vive en el incendio, quiere destapar las contradicciones pero Sánchez vive en las contradicciones

Feijóo no quería hacer de la decisión del Constitucional ni sangre ni decorado, quizá por transmitir que, aunque haya ganado su recurso y haya hecho bajar a Sánchez, por un día, de su alfombra voladora, se trata de normalidad institucional y democrática, no de esa noche de zombis con candelabro que hicieron Batet, Gil y Bolaños, supurando entre cera y mármol. Pronto se vio que quien necesita ese decorado gótico y ese alimento zombi de sangre y cerebros es Sánchez, que enseguida olvidó sus contradicciones (lo hace siempre, es su vida, como la del hombre lobo que olvida sus horrores) para contestar acusando al TC y a Feijóo de “enmudecer a las Cortes”.

Sánchez ya es indistinguible de los indepes y de los podemitas, es como un Puigdemont biónico o un Pablo Iglesias mordido por una polilla radiactiva. Feijóo quiere apagar el incendio pero Sánchez vive en el incendio, quiere destapar las contradicciones pero Sánchez vive en las contradicciones. O sea que Feijóo lo alimenta, alimenta a Sánchez, al zombi que come igual vísceras que la madera de las Cortes. Feijóo quizá busca que el españolito (y el votante del PSOE, que uno lo vio como apuntando ahí, al socialista no ya desencantado sino espantado) se dé cuenta por fin de quién lo gobierna, pero no sé si esto es una genialidad o una ingenuidad.

Antes de que Sánchez (o el nuevo Puigdemont con pecho de lata y batería atómica, o el nuevo Iglesias con superpoder de adherencia a los sillones y a los colchones); antes de que Sánchez, decía, volviera a sacar en el Senado lo de la conspiración meapilas contra la voluntad popular, en el otro palacio arrasado o incendiado como unas caballerizas y ya recuperado, o sea el Congreso, Inés Arrimadas jugaba a “socialista o separatista”. El juego era verdaderamente pedagógico. Por ejemplo, la frase “me niego a aceptar como normal que el TC nos diga qué puede votar este parlamento”, ¿es socialista o separatista? Pues separatista, de Carme Forcadell. ¿Y “espero que el TC no impida a este parlamento hacer su trabajo”? Pues socialista, de Patxi López. ¿Y “el TC no puede paralizar la actuación de las Cortes”? Pues socialista, de Félix Bolaños, que estaba allí, intentando sobrellevar la cosa con mueca de tabardillo (él maneja mejor la tristeza de ciprés del empleado de pompas fúnebres que la sonrisa cínica de Sánchez). El mismo Bolaños capaz de confundir (sin duda por ignorancia, no por embrollar) el recurso previo de inconstitucionalidad, ya suprimido, con un mero recurso de amparo. Todo tan cierto, y quizá tan inútil, como el resumen de Feijóo.

A Sánchez, aun con su cara de pistolero ya como muy estropeada por el sol, le sigue saltando el reflejo de la risa y del meneo de cabeza ante la realidad o ante la lógica, y así se reía, de Feijóo y de sus propias contradicciones, cruzando la pierna y enseñando un poco su zapato como si fuera un periscopio listo para lanzar el torpedo de un puntapié repipi. “El Pedro Sánchez Pérez-Castejón de 2019 no votaría al Pedro Sánchez Pérez-Castejón de 2022”, remató Feijóo, que decía el nombre del presidente como si fuera un marqués falso de película con Jaime de Mora y Aragón, que siempre tuvo un marqués falso dentro de un marqués auténtico.El Sánchez que no dormiría tranquilo con Podemos (como si fueran jueces caducados, que Sánchez tampoco puede dormir con eso, como con gente con pies apestosos), el que prometía que los jueces elegirían a los jueces o traer a la justicia a Puigdemont (hoy ya sólo primera versión embrionaria del propio Sánchez)… Ese Sánchez, ¿a quién votaría hoy? ¿Votaría a este Sánchez que todavía hacía guasas con la “fábula del dictador” y con lo del “gobierno bolivariano” (como si fuera un nuevo Echenique evolucionado en transformer) justo después de asegurar que el TC “enmudece” a las Cortes y de poner a sus ministros y hasta al pobre Patxi López a repetir el argumentario de Junqueras y Otegi? Yo creo que el Sánchez de 2019 y el Sánchez de 2022 votarían al mismo, o sea a su menda lerenda. Y los dos se reirían igual, de las contradicciones y de los incendios, con borrachera de poder y de ver doble.