La Europa del euro acaba de entrar en recesión, al cumplirse dos trimestres con crecimiento negativo. Este es un problema no de hoy, ya que llevamos muchos años creciendo muy poco.  Así, en el mundo desarrollado, el PIB per cápita en términos constantes, ha pasado de crecer el 2,25% anual entre 1980 y 2000 al 1,1% entre 2000 y 2020. En España en 2021 recuperamos la cifra de 2005.

Como una de las causas más importantes de esta disparidad se menciona el tema demográfico. Efectivamente, el llamado “baby boom” de la segunda mitad del siglo XX estuvo detrás de ese crecimiento, a lo que se unió la incorporación de la mujer al trabajo y la generalización de los estudios universitarios que permitió un trabajo de mayor valor añadido, es decir, más productivo.

Cada vez dedicamos más recursos a los servicios, donde los avances de la productividad son más lentos

Siguiendo en esa línea, el descenso de la natalidad, con el consiguiente envejecimiento de la población, explicaría la pérdida de ritmo de nuestras economías. Efectivamente, en nuestra economía del bienestar cada vez destinamos más recursos a pensiones, que van a personas improductivas y a sanidad. Una persona con más de 90 años consume en sanidad pública la mitad de la renta per cápita. Si a ello unimos lo que percibe por pensión es fácil imaginar el ingente consumo de recursos públicos de los muy mayores.

También se echa la culpa del lento crecimiento a nuestra propia riqueza, ya que cada vez dedicamos más recursos a los servicios, donde los avances de la productividad son más lentos. Con una población estancada el crecimiento solo puede venir de una mejora en la productividad.

De lo que se habla muy poco es de la ausencia de políticas públicas orientadas al crecimiento. Frente a unas legislaturas llenas de reformas en el siglo pasado, en este cada vez son más escasas las que tienden al crecimiento, cuando no están abiertamente en contra del mismo. También en ello tiene que ver el envejecimiento de la población y el peso creciente de los mayores entre los que realmente votan.

Ellos no se benefician tanto del crecimiento, ya que este crea oportunidades principalmente para los jóvenes, son más conservadores en lo económico y exigen más coberturas frente a los “sustos”, no solo en forma de pensiones sino también en ayudas y subvenciones para mantener a empresas tradicionales, lo que es un obstáculo a la innovación. Pensemos por ejemplo en las recientes quiebras bancarias en EE.UU., donde el Estado ha garantizado la totalidad de los depósitos y no solo los cubiertos por su fondo de garantía.

Una persona con más de 90 años consume en sanidad pública la mitad de la renta per cápita. Es fácil imaginar el ingente consumo de recursos públicos de los muy mayores

Todo esto es un gran error y nos metemos en un círculo vicioso. Es el crecimiento lo que mejora nuestro nivel de vida, da valor a nuestros ahorros y lo que permitirá financiar la transición energética. Hay que fomentar el libre comercio, levantando barreras aduaneras; acabar con esa economía subvencionada; fomentar la inmigración que compense la caída de la población; cambiar el urbanismo para acabar con el encarecimiento de la vivienda, que es un gran obstáculo a la atracción de talento donde se necesita; gastar más en investigación y desarrollo, que en porcentaje de PIB ha caído una tercera parte respecto a la cifra de los 80. En resumen, los políticos deberían pensar más en los jóvenes.