Pedro Sánchez ha apostado por el continuismo. Se acabaron las sorpresas. El núcleo duro sigue siendo el mismo que en el último Gobierno, con la diferencia, esta sí esencial, de que Félix Bolaños asume la cartera de Justicia y mantiene Presidencia y Relaciones con las Cortes.

Bolaños es, de facto, el vicepresidente político del Gobierno. No sólo va a ser el garante de que la ley de amnistía se lleve adelante con todas sus consecuencias, sino que va a pilotar la revolución en el Poder Judicial. Una de sus primeras misiones será la de acabar con el foco de resistencia conservador en el CGPJ. Se abre, pues, otro enfrentamiento institucional entre el Ejecutivo y el Poder Judicial, en el que el poder legislativo será la mera correa de transmisión de lo que dicte el Gobierno.

Bolaños es la estrella ascendente, no cabe duda. Pero ya era el hombre de confianza de Sánchez, quien delegó en él la delicada tarea de amarrar el apoyo de los independentistas.

A Yolanda Díaz se le concede el premio de consolación de una vicepresidencia, la cuarta. Pero no gana poder. Es una medalla de hojalata para la jefa de Sumar, cuyo grupo tendrá cinco ministerios con escaso peso político. Ni siquiera conserva Igualdad, que pasa a una ministra del PSOE (Ana Redondo).

Pero fijémonos en las caras. Calviño (Economía), Montero (Hacienda), Ribera (Transición Ecológica), Albares (Exteriores), Marlaska (Interior), Robles (Defensa), Díaz (Trabajo) .. No hay ni un solo departamento importante que haya cambiado de manos. La incorporación de Oscar Puente a Transportes es una anécdota, un premio a los servicios prestados y a su desaforada intervención como portavoz del Grupo Socialista en el debate de la investidura fallida de Núñez Feijóo.

Nada que ver con lo que ocurrió en la crisis de julio de 2021, en la que salieron del Gobierno la ministra de Exteriores (González Laya), el ministro de Fomento y número tres del PSOE (José Luis Ábalos), y el, hasta entonces, todopoderoso Iván Redondo. ¡Eso sí que fue un cambio!

Lo de ahora evidencia que Sánchez no quiere líos. Podía haber aprovechado la nueva legislatura para incorporar a alguien de relieve, incorporaciones que podrían dar la idea de un nuevo impulso, pero no. Más conservador no ha podido ser.

Llama la atención el mantenimiento en el cargo del titular de Interior, que durante su mandato ha concitado el rechazo de todos los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado. Su metedura de pata con Diego Pérez de los Cobos fue apoteósica. Nada menos que el Tribunal Supremo echó para atrás una de sus más flagrantes cacicadas. Tampoco es bien visto por la izquierda del PSOE, que el considera a Marlaska responsable de los incidentes en la valla de Melilla de junio de 2022, que provocaron la muerte de, al menos, 37 personas. Algo tendrá que ver el caso del espionaje al presidente del Gobierno con el sistema Pegasus (que también le afectó a él y a la ministra de Defensa) para que, a pesar de todo, siga en su cargo como si tal cosa. Los secretos siempre son un buen blindaje. Por no hablar del ministro Albares, artífice del acercamiento a Marruecos y el cambio de política respecto al Sahara. Hay cosas que no se entienden sin pensar mal.

Sánchez no ha incorporado ninguna novedad de peso en su Gobierno. Este continuismo llama la atención porque se había dicho que habría 'cambios importantes'. Más parece que el presidente se ha apañado con lo que había. Al menos, a estos ya les conoce.

Para continuismo, el del área económica. Tan sólo se abre la posibilidad de que, en unos meses, Calviño pueda ir a la presidencia del BEI, en cuyo caso parece lógico pensar que Escrivá asuma sus competencias, toda vez que ha aceptado ahora abandonar su macro ministerio para asumir una cartera que, hasta ahora, era una simple Secretaría de Estado.

Opta Sánchez por los mismos. Probablemente porque se fía de ellos y espera contar con su apoyo entusiasta en una legislatura que va a ser muy complicada. Pero transmite la idea de falta de equipo, o de que no ha podido convencer a nadie de peso que le acompañe en esta singladura que va a estar marcada por sus cesiones ante los independentistas.

Algo no le debe haber salido bien. Hace unas semanas se daba por hecho -Moncloa dixit- que se iban a producir cambios importantes. Incluso se dio por hecho que habría una reducción de carteras en el nueve Ejecutivo. Ni lo uno, ni lo otro.

En los años 70 hubo un grupo, Los Mismos, que tuvo cierto éxito. En una de sus canciones proponían crear un puente entre Valencia y Mallorca, para poder ir desde la península hasta la isla caminando, en bicicleta o haciendo auto stop. Seguro que los más maduros se acuerdan (desde luego que Juanma Ortega, sí). Ahora Sánchez ha optado por los mismos, pero ha incorporado a Puente, al que ha nombrado ministro de Transportes. No me digan que no es coherente.