La presidenta del Congreso, Francina Armengol, comenzó este miércoles su discurso ante las Cortes, en el acto solemne de apertura de la XV legislatura, con una cita histórica. Habló del rey Alfonso IX y de las Cortes de León, para situar en marzo de 1188 el nacimiento de la "representación parlamentaria".

Lo llamativo de esta excursión por la historia medieval es que Armengol no se apoyó en reputados historiadores como Carmen Iglesias (o alguno de los muy prestigiosos catedráticos hispanos expertos en la materia), o, ya puestos a recurrir a extranjeros, al medievalista Richard Fletcher (doctor por Worcester College de Oxford), sino en un politólogo. Un tal John Keane.

Me precipito a ver de dónde sale esta lumbrera y descubro un escuálido retrato en Wikipedia: "Nacido en Australia y formado en las universidades de Adelaida, Toronto y Cambridge (no dice en qué). Es profesor en las universidades de Sidney y en el Centro Científico para la Investigación Social de Berlín. En 1989 fundó el Centro para el Estudio de la Democracia en Londres. En España es conocido sobre todo por su libro The Life and Death of Democracy (2009), en donde dice que los orígenes de la tradición parlamentaria se trazan desde las Cortes de León de 1118." Eso es todo.

Dudo que Armengol haya leído ese libro, pero luego veo que el señor Keane escribe para el suplemento Letras Libres, que el pasado mes de septiembre publicó una conferencia suya pronunciada en León bajo el título Por qué importan los parlamentos, del que la presidenta del Congreso ha extractado, en burdo cortapega, casi las dos primeras páginas de su discurso.

El discurso de Armengol fue ramplón, lleno de lugares comunes, sectario y partidista. Indigno de la tercera autoridad del Estado

No pongo en duda la tesis de Keane, pero me parece extraño recurrir a un "politólogo" cuando hay historiadores que conocen mucho mejor que él lo que ocurrió durante la Edad Media en el reino de León. En 2013 estuvo en España invitado por el departamento de Filosofía y Sociología de la Universidad Jaime I. Dio alguna entrevista (El País, La Nueva España, etc.) Keane criticó con dureza la corrupción en España y se extrañó de que hubiera tan pocos detenidos por esa causa. Se fijaba en "los indignados", y opinaba que debían ser ellos los que actúen como agentes de la "monitorización de la democracia". "Los ciudadanos tendrán que reconstruir nuevos partidos y hacerlo mejor, cambiando el bipartidismo del PP y del PSOE", apuntó. Como se ve, tampoco atinó mucho como politólogo.

Pero, en fin, hablo de Keane no para que nos fijemos en él, sino para resaltar el escaso nivel del discurso de Armengol. No se puede hacer algo más vacío, más lleno de lugares comunes. Utilizó la palabra "diálogo" en numerosas ocasiones, pero no tuvo ni un detalle con la oposición a la hora de resaltar su aportación, cuando fue gobierno, a la mejora del país. Todo lo bueno, lo hizo el PSOE.

Habló de diversos temas de forma un tanto atolondrada. Se refirió al "conflicto entre Israel y Palestina", pero no mencionó a Hamás. ¿Sabe que los israelíes también forman parte de Palestina? Pero ella aportó la solución: "El alto el fuego debe ser definitivo. La única arma, el diálogo". Otra vez el diálogo. Lo dice alguien que ejerce su cargo con el más descarado sectarismo.

Cómo no, se refirió también al "cambio climático" y proclamó que deberían seguir "aumentando pensiones y salarios". Todo muy institucional.

No le faltó el puntito cursi cuando afirmó que había que confiar en "la España que cultiva la cultura para llegar a la belleza". El espíritu de Carlos del Amor sobrevoló por un momento el salón de plenos del Congreso.

Parecía que Armengol debería haber aprendido algo de su patinazo el día de la jura de la Constitución de la princesa Leonor. Aquello fue un discursillo. Pero no. Y no es que no tenga a mano asesores, escribanos, personas que le ayuden a hacer algo más que una arenga al final de una cena de fin de curso. Le sobra palabrería, le falta altura intelectual.

La oposición finalmente no aplaudió sus palabras. Yo tampoco lo hubiera hecho. A la tercera autoridad del Estado debe exigírsele algo más. Pero este es el nivel.