Los niños quieren aprender a leer y a escribir, ese es su mayor deseo: ir al colegio y jugar. Pero de momento, los niños rohingyas son los protagonistas de una historia de terror: su vida en Cox’s Bazar, sobre la que apenas leemos y escribimos.

El miedo ocupa el día a día de las vidas de los aproximadamente 400.000 menores que habitan los campamentos de refugiados de los alrededores de Cox’s Bazar. Tienen miedo a empezar el día y levantarse, miedo a ir a las letrinas, miedo a salir de la tienda que hace las veces de hogar, miedo a que alguien entre, miedo a ser secuestrados, miedo a perderse, miedo a las violaciones, miedo a ponerse enfermos.

Cox’s Bazar es una ciudad costera de Bangladesh y la ciudad más cercana al este de Birmania de donde han huido más de 700.000 rohingyas. Este grupo es una minoría musulmana en Birmania donde hace medio año estalló la violencia hacia ellos por parte de grupos budistas radicales. Sí, budistas extremistas. Tan difícil de entender como lo es la complejidad de su realidad sociopolítica, tan ajena a nuestra Europa.

Un estudio cualitativo realizado a 200 niños y niñas de entre 9 y 15 años y 40 madres realizado por Save The Children en los gigantescos campos de refugiados de Cox’s Bazar revela cómo viven y cómo perciben su vida los niños que habitan esta ciudad llena de refugiados.

En la metodología del estudio se hizo localizar en un mapa los lugares donde no se sentían seguros. Así pudieron determinar que ir a coger agua y madera al bosque son dos tareas que los a pequeños no les gusta hacer, especialmente por la noche. La ausencia de luz aumenta la sensación de peligro de estos niños que viven atemorizados por casos de violaciones y secuestros. Un temor que comparten con sus progenitores, quienes intentan retenerlos en casa el mayor tiempo posible.

Las zonas públicas más masificadas disparan el miedo a perderse y a no saber encontrar el camino de regreso

La gran concentración de personas es también una fuente de temor, ir a los centros asistenciales y hacer colas, o a las zonas públicas más masificadas disparan el miedo a perderse y a no saber encontrar el camino de regreso. La masificación de la localidad y la presencia de tantas familias de refugiados también ha alterado la vida de los niños autóctonos que han restringido igualmente sus movimientos, de hecho muchas de las áreas donde solían jugar están ahora ocupadas por los refugiados.

La religión es el único asidero al que se aferran los niños consultados, quienes aseguran que las llamadas al rezo son de las pocas cosas que les parece reconfortante y les da sensación de familiaridad con su vida anterior. Las mezquitas, las zonas de las ONG humanitarias, los centros médicos y los centros escolares temporales son los lugares donde más a gusto se sienten los niños estudiados.

La falta de higiene es un gran problema sanitario, una de las recomendaciones de Save The Children y otras organizaciones humanitarias es la de mejorar las condiciones de vida de los refugiados, incrementar la seguridad y la sensación de la misma con medidas como la introducción de la luz eléctrica. Aunque el mayor temor de los humanitarios desplegados en la zona es cómo seguir atendiendo a semejante cantidad de población cuando llegue el monzón, el agua puede empeorar mucho su vida, con grandes zonas anegadas se disparen las enfermedades y se dificulte la distribución de alimentos, como se puede ver en el mapa al final del texto, habría áreas totalmente aisladas.

Pero además de todos los problemas sobre el terreno, las ONG tienen que pelear para hacer visible una crisis humanitaria que no encuentra sitio entre los problemas de Puigdemont y el último trending topic. Pero habiendo escrito hasta esta coma, habiendo leído hasta este punto, nos vacunamos un poco de ignorar a los rohingyas.