Política

EL HOMBRE DEL AÑO

Pedro Sánchez y la delgada línea roja

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez durante una reunión con su núcleo duro de confianza en la Moncloa. EFE

En política es difícil calibrar qué es una victoria y qué es una derrota; a menudo las dos van íntimamente ligadas y muchas veces el triunfo muta rápidamente en fracaso o viceversa. Las guerras son largas y es necesario un tiempo prudencial que ayude a descubrir si en realidad se ha ganado o se ha perdido una batalla. Pedro Sánchez ganó las primarias del PSOE en mayo de 2017 y un año después la primera moción de censura que sale adelante en el Congreso. Sin duda es la figura política más relevante del año 2018, el flamante jefe del Ejecutivo, pero seis meses después se encuentra en ese preciso momento en el que desconoce hacia qué lado se inclinará la balanza: el del triunfo o el del fracaso. Lo constatará el todavía incierto día de las elecciones generales, cuando compruebe si su arriesgada apuesta por la alianza parlamentaria con los independentistas catalanes resulta premiada o castigada en las urnas.

El líder del PSOE ya ha conocido recorridos similares. Sólo tiene que acordarse de su enemiga Susana Díaz, otrora todopoderosa baronesa socialista y hoy caída en desgracia. Susana Díaz le hizo ganar las primarias del 2014 que lo situaron como secretario general del PSOE por primera vez, pero de forma tutelada. La lideresa andaluza también ganó las autonómicas de 2015 y cuando Sánchez intentó actuar de forma autónoma tomando sus propias decisiones, lo derrocó en el Comité Federal del 1 de octubre de 2016. Esa victoria de Díaz se convertiría en la semilla de sus más duras derrotas.

Por el contrario, el fracaso de Sánchez en esa batalla interna del PSOE le invistió de una épica que sirvió para auparle de nuevo a la secretaría general del partido, esta vez sin ninguna tutela, gracias al voto masivo de los militantes que optaron por restituir al líder mártir y castigar la soberbia de los barones. Susana Díaz perdió en esas primarias su gran poder dentro del PSOE, el que había heredado de "sus mayores", la antesala de otra derrota mucho más demoledora y dolorosa: la de 36 años de poder socialista en la Junta de Andalucía.

Con esa densa experiencia a sus espaldas, Pedro Sánchez se encuentra ahora en la encrucijada. Ha ganado, es presidente, pero sabe que cualquier error de cálculo le puede llevar a una derrota mayor, también incontestable, que sitúe al PSOE en la irrelevancia política, en una situación electoral mucho peor de la que él se encontró cuando Alfredo Pérez Rubalcaba le cedió el testigo de la secretaría general. Su estrategia con Cataluña, sus alianzas parlamentarias con Podemos y separatistas pueden llevar al PSOE a la gloria, es decir, a una nueva victoria electoral desconocida desde 2007 con la posibilidad de reeditar el Gobierno, o al descalabro total si PP, Cs y Vox suman una mayoría parlamentaria que les permita iniciar un nuevo ciclo político de largo recorrido de hegemonía de las derechas. En ese caso, su nombre también formaría parte de los peores anales de la historia del PSOE, como el de  Susana Díaz.

En ese sentido, las decisiones que este año tomará Pedro Sánchez serán trascendentales, sobre todo la fecha de las elecciones generales. El presidente tiene hasta finales de enero para poder convocar de forma anticipada en marzo, como reclama buena parte de la dirigencia de su partido, incluidos los barones territoriales, que aspiran a que el presidente asuma en solitario el desgaste de su breve Gobierno en esa cita antes de que pueda pasarle factura a ellos en las autonómicas y municipales de mayo.

Otra opción es hacer coincidir todas ellas junto a las europeas en un 'superdomingo' de mayo que intente rentabilizar el efecto de arrastre del voto a los alcaldes y barones socialistas hacia la urna donde se vote la presidencia del Gobierno. La última opción es resistir, aguantar hasta otoño con la esperanza de que la situación política, especialmente en Cataluña, haya mejorado y el electorado pueda sentir los beneficios de medidas puestas en marcha como la subida del salario mínimo interprofesional o de las pensiones. Sánchez estiraría así el último gobierno en solitario que se prevé, ya que la fragmentación del Parlamento hace necesarias coaliciones de varios partidos para ostentar la mayoría.

En cualquier caso, Pedro Sánchez ha aprendido a no impacientarse y a arriesgar. Junto a su asesor Iván Redondo concibe la política paso a paso, pantalla a pantalla, como en un videojuego en el que hay que adaptarse a cualquier imprevisto y sortear obstáculos que emergen sin parar. La situación política cambia día a día de forma vertiginosa y los análisis de fondo requieren perspectiva, no dejarse llevar por la urgencia del momento. Con esa filosofía, el presidente del Gobierno insiste en asegurar que su vocación es agotar la legislatura. Para conseguirlo, la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado en este mes de enero resultará decisiva.

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