Pablo Iglesias no ha ganado el debate de moción de censura más que entre los suyos pero ése no era el objetivo que el líder morado buscaba. Y no lo ha ganado porque le ha salido un adversario inesperado que lo ha tumbado en la lona. La planificación de la moción de censura estaba bien hecha por los dirigentes de Podemos: una intervención incendiaria, y larga, muy larga, por parte de la portavoz seguida de un discurso también abrumadoramente largo, pero en tono menor, con lo que se podrían considerar propuestas de gobierno por parte del candidato a la presidencia. Esto tenía en principio una cadencia y un tempo que favorecían indudablemente el objetivo de Pablo Iglesias, que era describir la situación catastrófica de un país dirigido por un equipo sumergido en la corrupción para dar paso a una propuesta sosegada y honesta de gobernar España.

Pero esa cadencia planificada quedó rota en cuanto Irene Montero terminó de hablar y se vio que quien subía a la tribuna era Mariano Rajoy -algo que se comprobó por las imágenes que no le hacía ninguna gracia a Pablo Iglesias- porque desde el primer momento el presidente del Gobierno se dedicó a subrayar el tono catastrofista de la portavoz de Podemos y a reprocharle haber hecho un retrato en negro de la realidad Española, un "trampantojo", dijo, que no resiste el menor examen objetivo.

Pero la verdad es que Montero no se había aplicado en absoluto a radiografiar los problemas del país. No, lo que hizo en sus casi dos horas de intervención, aderezadas por la exclamación recurrente "¡que vergüenza!", es enumerar todos los casos de corrupción en que han estado o están hoy inmersos numerosos miembros del Partido Popular, además de los nombres de muchos de ellos. Y así, recitados uno a uno y por orden alfabético, resultaba un resumen estremecedor. "El PP gobierna gracias a una trama de poder, no gracias a los resultados electorales", llegó a decir Montero en un discurso que tuvo mucho de insultante. Si las cosas hubieran seguido el cauce previsto, no cabe duda de que la portavoz de los morados le hubiera asestado al PP y, por tanto, al Gobierno, un rejonazo del que los interpelados hubieran tenido muy difícil zafarse.

El discurso de Montero estaba bien construido pero fue interpretado con un exceso de furia por la portavoz

Pero la aparición de Rajoy en el escenario del debate cambió las tornas de la discusión. Primero, porque tiró de ironía, que es el recurso al que se acoge cuando le vienen mal dadas, y protegido por ella, saltó limpiamente sobre lo que había sostenido el discurso de Montero, que era la corrupción. El presidente del Gobierno no eludió por completo la cuestión pero casi: mencionó lo mucho que rechazan los actuales dirigentes la quiebra de confianza de los implicados en actividades  fraudulentas y enumeró por encima las numerosas medidas que el anterior gobierno presidido por él había aprobado para luchar e impedir en la medida de lo posible esta lacra. Pero la mayor parte de su intervención estuvo destinada a desacreditar la moción de censura, los motivos que la habían provocado y la naturaleza política de sus promotores, los miembros de Podemos. "La España negra es la única que les sirve a ustedes para hacer política", empezó diciendo y sobre esa idea cabalgó Rajoy también en su réplica al candidato Pablo Iglesias. El discurso de Montero estaba bien construido pero fue interpretado con un exceso de furia por la portavoz, lo cual le restó eficacia, aunque seguramente no ante los suyos.

Pablo Iglesias hizo un discurso interminable que a veces pareció querer parecerse a una clase de Historia política -por cierto, muy manipulada- lo cual no tenía ningún sentido en una moción de censura. Cánovas, Sagasta, Unamuno, Pardo Bazán o Joaquín Costa sobraban por completo en la sesión de ayer tarde. Y por eso, y por muchos otros errores, en la primera parte de su intervención el candidato estuvo flojo. Su segunda parte la destinó Pablo Iglesias a justificar a moción de censura y ahí tiró de sal gorda para poner en pie argumentos que más afinados podrían haber aguantado el examen. Pero disparó a quemarropa: "Ustedes gobiernan contra los contribuyentes [...] y contra las mujeres[...] usan el Estado para proteger a los corruptos [...] dan chivatazos a a los imputados". Y, finalmente, "ustedes ocupan el Gobierno para protegerse de la ley".

La batería de propuestas de política económica, enumeradas a toda velocidad parecieron una formulación de deseos escrita en una carta a los Reyes Magos y carecieron de la necesaria concreción, lo que era rotundamente exigible a quien se presenta como candidato a presidir el Gobierno de España. No fue ni de lejos lo que se entiende en sentido estricto la exposición de un programa de gobierno. Muy significativo del poco entusiasmo que su discurso estaban provocando entre los suyos fue la constatación de las ocasiones en las que aplaudieron sus palabras: cada vez que hacía una pausa para beber agua. Esa fue la cadencia y la motivación del aplausómetro.

Rajoy empleó la mayor parte de su tiempo en demostrar que si Iglesias llegara a gobernar llevaría a España a la catástrofe

En materia de Cataluña surfeó sobre las olas pero insistió en algo notable: no sólo en que España es una nación de naciones sino en el derecho de autodeterminación que asiste a todas y cada una de sus regiones,  a las que mencionó una por una de acuerdo con su denominación autonómica, empezando por las aspiraciones de autogobierno de Navarra, siguiendo por las de Galicia y... recalando en Madrid, de la que no pudo decir, por lo disparatado que hubiera resultado, lo del derecho a decidir y tuvo que conformarse con recordar el 15-M y lo bien que gobierna Manuela Carmena el Ayuntamiento. Luego hizo un breve viaje por Europa y ¡por fin! apareció una de las escasísimas menciones al PSOE, un partido que en la intervención del candidato ha salido completamente indemne. Dados los últimos acontecimientos vividos en el Partido Socialista, está claro que el candidato de Podemos a presidir el gobierno ha optado finalmente por desviar el tiro y apuntar en exclusiva al PP.

Pero le ha salido un interlocutor correoso, Mariano Rajoy, que lo primero que ha hecho, como con Irene Montero pero con más detalle, ha sido básicamente desacreditar los motivos de la moción de censura y en especial la figura política de Pablo Iglesias "Quiere usted empujar al PSOE a decir de qué lado de la raya está", esa raya, ha dicho, "con la que ustedes separan a los dignos de los indignos, a los decentes de los indecentes".  "Usted no quiere gobernar para todos. Por eso no puede ser usted presidente del Gobierno". A partir de ahí Rajoy se ha dedicado a una descalificación política personal de Pablo Iglesias, a quien ha repetido multitud de veces que "no puede gobernar este país" y a quien ha recordado sus continuos cambios de posición, la "subasta de ocurrencias"  y su "estrategia zizagueante".

El presidente del Gobierno ha empleado la mayor parte de su tiempo en demostrar con indisimulado desdén que si el líder de Podemos llegara a gobernar o pudiera ejecutar lo que promete, llevaría a España a la catástrofe. Los intentos de Iglesias de insistir en la corrupción que anega al PP se han estrellado contra el muro inexpugnable de un Mariano Rajoy que le ha sacado de su estrategia sin perder la compostura.

En definitiva, Iglesias no ha salido victorioso de este lance. Quien sí puede celebrar lo sucedido en la primera jornada de esta moción de censura es el Parido Socialista que ha pasado por el debate como la luz por el cristal.