Una buena forma de afrontar una amenaza es acotarla. Así lo ha hecho un grupo de investigadores con el amoniaco atmosférico, una lacra para el medio ambiente cuyo rostro ya conocemos un poco mejor gracias al primer mapa mundial que ubica la intensidad de sus emisiones. El estudio, publicado en la revista ‘Nature’, demuestra que éstas se hallaban muy subestimadas: se han identificado 241 fuentes, de las que anteriormente sólo se conocía un tercio. Los científicos del CNRS de Francia y de la Universidad Libre de Bruselas han manejado las mediciones realizadas entre 2008 y 2016 por tres satélites Metop de la Agencia Espacial Europea (ESA).

El amoniaco es, junto al dióxido de azufre y los óxidos de nitrógeno, uno de los gases a partir de los cuales se forman en la atmósfera las partículas, que junto con el ozono troposférico son los contaminantes más preocupantes. Tal y como recuerda el Ministerio para la Transición Ecológica, la exposición a ellos puede acarrear “consecuencias que van desde leves efectos en el sistema respiratorio a alergias o incluso mortalidad prematura”.

El amoníaco es un compuesto que contiene nitrógeno y sus emisiones contribuyen a la formación de aerosoles de sulfato amónico y nitrato amónico, que deterioran la calidad del aire. Su empleo en agricultura (responsable del 94% de las emisiones en la Unión Europea) genera emisiones a la atmósfera, que luego regresan a la superficie, ya sea de forma directa (como depósito seco o arrastrado por la lluvia) o indirecta (al sufrir una transformación química). Del total de 241 fuentes del mencionado mapamundi, 83 proceden de la agricultura intensiva y 158 a la actividad industrial. La evolución de estas concentraciones ha permitido detectar cambios en las actividades humanas en todo el mundo, como la apertura o el cierre de complejos industriales, o la expansión de la infraestructura ganadera intensiva.

Los depósitos de amoniaco, al ser una sustancia acidificante, provocan daños en los ecosistemas (como alteraciones ecológicas y pérdida de biodiversidad), incluidos los acuáticos, cuando se produce un exceso de nutrientes de nitrógeno que se filtra a las aguas dulces. Además, pueden permanecer en el aire durante días y dispersarse, y por tanto acabar causando daños a gran distancia.

Un problema para las ciudades

Un reciente informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) señala que las emisiones europeas de NH3 disminuyeron un 23% entre 1990 y 2016. Francia, Alemania y España son los países en los que más aumentaron.

Un estudio más, este elaborado en 2015 por varios centros de investigación españoles, desveló que las emisiones de amoniaco tienen en las ciudades una presencia mayor de lo que se creía. Una de las responsables del informe, Cristina Reche, investigadora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC, considera que esto resulta especialmente preocupante al tratarse de “un gas precursor de las partículas más perjudiciales para la salud”, y especialmente para el sistema cardiovascular. Según este trabajo, publicado en ‘Chemosphere’, las principales fuentes de amoniaco en las ciudades son los contenedores de basura (por la descomposición de materia orgánica), las depuradoras de aguas urbanas y el tráfico rodado.

Una calle del Raval de Barcelona, cuya escasa ventilación favorece la concentración de amoniaco.

Una calle del Raval de Barcelona, cuya escasa ventilación favorece la concentración de amoniaco. Europa Press

En Barcelona, el nivel de partículas de origen secundario (las que se producen a partir de gases), era más alto que en ciudades similares como Madrid, y especialmente el de amoniaco. Esto es más acusado en zonas de la capital catalana como El Raval, lo que se explica por la alta densidad de población y la escasa ventilación que permite su arquitectura urbana. En Madrid, en cambio, la presencia de amoniaco guarda mayor relación con el tráfico.

En cualquier caso, casi toda España aparece en el nuevo mapa pintada de azul y verde (salvo parte de Cataluña y Aragón). Los colores más cálidos, equivalentes a mayores concentraciones, se dibujan en África (Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Ghana, Nigeria…) y Asia (India, Afganistán, Pakistán y varias zonas de China).