En muchos ‘batzokis’ los más veteranos lo recuerdan bien. Han pasado 35 años y aún hoy perviven heridas que se resisten a cicatrizar. En algunos de los locales del partido cuelgan, -cada vez menos-, imágenes de sus dirigentes históricos, los referentes que lograron que el PNV no se desangrara en el exilio y que se recompusiera en la democracia. Pero entre las barras de pintxos, las mesas con el menú del día, y los rostros de Sabino Arana, Juan de Ajuriaguerra o el lehendakari José Antonio Agirre es imposible ver referencia alguna a su primer lehendakari en democracia: Carlos Garaikoetxea. Lo fue durante cinco años (1980-1985). Antes había presidido el partido durante tres años (1977-1980). Pero en el PNV es como su jamás hubiera existido, como si aquel joven de buena formación, buena imagen y dotes de oratoria llamado a renovar y actualizar la imagen del viejo partido fundado por los hermanos Arana jamás hubiera representado nada en la historia de la formación. Para unos sigue siendo poco menos que un traidor, para otros un déspota que se quiso más a él que al partido o un desafortunado percance en la historia centenaria del partido.

Hoy ni los ‘batzokis’ ni el partido se parecen al que lideró y abandonó Garaikoetxea a mediados de los 80 antes de fundar Eusko Alkartasuna (EA). El PNV de 2020 que en menos de un mes se enfrentará en solitario a las urnas está a punto de superar aquel trauma en las urnas…siete lustros después. Los 32 escaños que obtuvo en las elecciones autonómicas de 1984 -un año antes de la escisión- siguen siendo su techo, su cielo electoral. Dos años más tarde llegó el suelo, el infierno: en 1986 -previo adelanto electoral- su nuevo candidato, José Antonio Ardanza, sólo logró 17 asientos.

Ahora, el PNV está cerca de enterrar definitivamente su pasado. Lo hará al menos si lo que auguran las sucesivas encuestas de cara al 12 de julio se cumple. Los tres últimos sondeos coinciden al asignar al candidato Iñigo Urkullu y las listas jeltzales 31 asientos en el próximo Parlamento Vasco. De hacerse realidad, será su mejor resultado desde 1984. En la secuencia electoral siempre hay una excepción, las autonómicas de 2001, cuando los nacionalistas concurrieron en coalición con EA y lograron 33 asientos.

Pero ahora, el destino de uno y otro, del PNV y EA, están en las antípodas. El primero cerca de rozar su techo, de recuperar la fortaleza que demostró antes de su escisión, y el segundo, debatiendo en los tribunales su liderazgo y cuestionando bajo el manto de la coalición de la izquierda abertzale su verdadero peso dentro de EH Bildu.

EA, débil y enfrentada

Esta semana en los juzgados de Vitoria se celebraba un juicio que simboliza bien en lo que ha desembocado aquel partido que lideró Garaikoetxea, con capacidad para arañar muchos apoyos al PNV, que provocó una suerte de divorcio social en aquel Euskadi en auge abertzale de los 80. El éxito se fue desinflando con el paso del tiempo hasta terminar casi diluido en el magma de la izquierda abertzale. El próximo miércoles está programada la última sesión del juicio en el que se juzga si el sector oficial de EA ocultó al sector crítico, afín a Garaikoetxea, el censo de militantes y con ello impidió la obtención de avales a su candidato, Maiorga Ramírez, en favor de la autoproclamada secretaria general -interina por ahora-, Eba Blanco.

La EA de hoy no se entendería con la que nació de las faldas del PNV. Hoy forma parte del azote de EH Bildu hacia el partido de Andoni Ortuzar. Hace tres décadas ambos lograron entenderse, no sólo para concurrir juntos a las elecciones sino también para gobernar en coalición. Lo han hecho en cinco legislaturas (de 1991 a 2009), con Ardanza primero y con Juan José Ibarretxe, junto al PNV, al PSE y a Izquierda Unida/Ezker Batua, después. En la última década que sólo pretenden desbancar al PNV con una alianza “de izquierdas” que saben complicada.

En la EA actual parece complicado imaginar que nacieron de las entrañas de Sabin Etxea, también que su fundador presidió un día el PNV y el Gobierno bajo sus siglas. El éxito de Garaikoetxea fue relativamente efímero, duró lo que tardó en crecer su aceptación social y con ella su deseo por marcar tiempos, discursos y formas al partido desde el despacho de Ajuria Enea. Xabier Arzalluz contó que fue él quien propuso a Garaikoetxea para ser el presidente del partido. En aquel 1977 los nacionalistas debían recomponerse tras cuatro décadas de exilio y aquel joven apuesto y preparado suponía aire fresco. Su origen navarro reforzaba además el discurso vasconavarro de la formación: “Los demás callaron y así salió Garaikoetxea, elegido por silencio”, aseguraba en “Así fue” (Ediciones Foca), una suerte de biografía elaborada en 2005 por Javier Ortiz mediante entrevistas con el histórico dirigente jeltzale.

En su reflexión no ocultaba que fue “una ligereza” por su parte haber apostado por alguien a quien no conocía suficientemente. Inicialmente, la apuesta de Arzalluz salió bien. En 1980, las primeras autonómicas, el PNV vencería con Garaikoetxea como candidato, 25 escaños, y mejoraría aún más sólo cuatro años más tarde, 32. Para entonces, el lehendakari gozaba de gran popularidad y predicamento externo, pero en casa, en Sabin Etxea, el clima y las tensiones iban acumulándose. El pulso entre Ajuria Enea y Sabin Etxea, entre el lehendakari y el aparato del partido cada vez era más notorio.

Jurar fidelidad

Una de las gotas que colmó el vaso fue la petición de Garaikoetxea de quedar eximido de la disciplina del partido. La petición suponía romper la bicefalia coordinada por la formación que siempre ha operado. Pero ‘Garaiko’ tenía un precedente en el que asirse, y no uno menor: el lehendakari José Antonio Agirre. Durante el exilio, aquel Gobierno vasco que presidió, con una amalgama de sensibilidades políticas en su seno, hacia complicado aplicar en todo momento las directrices del partido y Agirre pidió quedar exento de la disciplina. El propio Arzalluz revela cómo la dispensa fue sólo de cara al exterior y cómo internamente, desde la Ejecutiva del PNV, se obligó a Agirre a “hacer un juramento de fidelidad” ante la imagen de la Virgen en la Basílica de Begoña: “Se comprometía a obedecer las instrucciones del partido incluso a costa de su propia vida. ¡Ante la Hostia Consagrada! ¡Con lo que suponía eso para aquella gente!”.

Garaikoetxea fue fortaleciendo su posición al frente del Gobierno y desmarcándose del control del partido. La tensión por no dejarse controlar por el PNV fue a más. La tensión alcanzó su mayor límite cuando se intentó poner orden en el mapa institucional vasco. El PNV abogó por elaborar una ley que definiera el marco competencial y de reparto de recursos financieros entre diputaciones forales y el Gobierno vasco, la llamada Ley de Territorios Históricos. Garaikoetxea presionó para que las mayores cuotas de poder y recursos recayeran en el Ejecutivo vasco que él presidía y se debilitara a las diputaciones forales. Llegó incluso a contraponer su propio borrador de ley frente al que se ultimaba en la dirección de su partido, en Sabin Etxea.

A dos meses de las elecciones llegó a amenazar con no presentarse a las autonómicas de 1984, en un intento por fortalecer su posición, cada vez más debilitada. La fractura fue en aumento y se escenificó como nunca antes en el ‘Alderdi Eguna’ (Día del partido) de 1984. El último domingo de aquel agosto el lehendakari quiso cerrar el acto, vulnerando la tradición de que lo hiciera el presidente del EBB, Arzalluz. En su intervención alargó tanto el discurso que los asistentes fueron dispersándose y obligó a una breve intervención al presidente del PNV.

Para entonces la suerte estaba casi echada. En diciembre de ese año, tras una Asamblea del partido de nuevo envuelta en alta tensión, el partido forzó la dimisión de su lehendakari, de Garaikoetxea. El 18 de diciembre dimitió.

Otegi absorbe a EA

La popularidad que ya acumulaba, con cientos de miles de seguidores, le valió para llevarse buena parte del electorado de los ‘batzokis’ a su nuevo partido. La escisión del PNV con la aparición de EA en septiembre de 1986 fue un verdadero trauma en el mundo nacionalista, con familias divididas y en ocasiones enfrentadas por el órdago que Arzalluz y Garaikoetxea libraron y culminó con la salida del Gobierno de aquel joven navarro apuesto y formado en ‘La Comercial’ de Deusto que debía modernizar la imagen del PNV.

Desde los primeros comicios de EA en 1984, donde logró 181.000 votos y 13 asientos, la gráfica del partido se escribe de modo descendente, pero con notable peso y poder político por su presencia en no pocos Gobiernos en Euskadi.

El desengaño del ‘Plan Ibarretxe’, y sobre todo el viraje y renovación que Urkullu imprimió al partido a su llegada a la presidencia del EBB en 2007, fue el final para para la sintonía entre el PNV y su escisión. A partir de ahí, el camino de Garaikoetxea y sus sucesores se fue recorriendo en dirección a la izquierda abertzale. En el retorno a la legalidad, Otegi supo incorporar y acoger a EA, debilitada y sin un rumbo definido y tras haber sufrido dentro de su seno escisiones y fracturas. EH fue el refugio en el que hoy continúa con un peso menguante EA.

Ahora el destino de unos y otros es bien distinto. El PNV afronta la nueva cita electoral sin aparente desgaste, ni por la gestión de la crisis del Covid-19 ni del siniestro del vertedero de Zaldibar. Más aún, todo apunta a que tenga en su mano hacer realidad el objetivo que Andoni Ortuzar se marcó hace meses, consciente de su dificultad: un escaño más por territorio. En EA, serán los tribunales los que decidan su siguiente paso; si revalidar a la secretaria general interina o cuestionar a la dirección y obligarle a asumir no sólo la repetición del proceso interno sino integrar su enésimo desgaste y crisis.