Nos acercamos al fatídico o divino 21D, según se mire. Y llegamos al final casi como empezamos: con bloques graníticos de independentistas y constitucionalistas pero con resultado incierto.

ERC llegó a estas elecciones convencida de que su victoria sería incontestable y de que superaría en mucho al partido que inicialmente le debía disputar el mercado independentista, el PDeCat. Pero sucedió que los herederos de Convergència Democràtica no se presentaron a la partida y en su lugar apareció la lista de Puigdemont, donde pesan más las afinidades personales que las afiliaciones políticas. Y de momento la fórmula funciona y ERC parece que mantendrá la victoria en su bloque, pero que será muy ajustada respecto a Junts per Catalunya.

La CUP relevó a sus líderes y mantuvo su discurso. República, unilateralidad, desobediencia al Estado y publificación de la vida entera. Sin novedad en el frente.

En el ala constitucionalista, dos opciones no paran de crecer mientras una roza el ridículo. Empecemos por los últimos, los populares catalanes. El enfoque vengativo y sin perdón hacia los independentistas encarcelados y sometidos al 155 no ha resultado nada efectivo. Albiol casi ha garantizado que el 21D por la noche el PPC será la última fuerza con representación política en el Parlament. Los últimos, después de todo.

Sería la primera vez en democracia que un partido no nacionalista consigue la primera posición en votos

Arrimadas, inteligente, se ha mostrado más humana y positiva consiguiendo que los antiguos peperos le otorguen su confianza hasta el punto que podría resultar la fuerza más votada en Catalunya. Sería la primera vez en democracia que un partido no nacionalista consigue la primera posición en votos (que no en escaños, seguramente). Cuanto más avanza la campaña más gana una Inés segura y convencida de hacer historia.

Y en medio hallamos a ese Miquel Iceta que empezó equidistante con la venganza, alejado de la violencia verbal y comprensivo con los presos. Ahora, consciente de que no le queda mucho por rascar de la cantera de los comunes, se ha lanzado al ataque por la frontera de Ciutadans. Lleva tres días abrazado a un líder de masas españolas como Josep Borrell, que no para de lanzar improperios descompensando la educada campaña planteada por Iceta hasta ahora. Veremos si da resultado el regreso a la acritud y al desprecio. Borrell recomendó el sábado desinfectar la sociedad catalana antes de recoserla.

Y lejos de todos, en su Matrix, Catalunya en Comú Podem. Empezaron con malos pronósticos y vaticinando un descalabro importante. Quizá salven los muebles pero seguirán irrelevantes.

Lo que nadie podrá decir es que estas elecciones no tienen atrapados a los catalanes y a muchos españoles. Rozaremos una participación récord, superior al 80%. Y eso los medios de comunicación lo saben.

Un ejemplo claro es La Sexta. Su apuesta por Catalunya lleva semanas dando impresionantes resultados. Es la tele estatal por la que informarse de la campaña. Incluso se atrevió el domingo con un debate a siete desafiando al fútbol y a La Marató de TV3 logrando un extraordinario 20% de audiencia en Catalunya y un 13% en el resto del Estado. Bravo.

En realidad, del debate sólo salieron reforzados una Inés Arrimadas decidida y un Josep Rull convencido con el aura de la prisión aún visible. El resto, ciertamente, o no existieron como Vidal Aragonés de la CUP o Domènech de los Comuns, o transparentaron más de lo habitual, como Iceta. Mundó, ex conseller de Justícia por ERC, estuvo menos brillante que en otras ocasiones desde su salida de la prisión de Estremera, y su papel de sustituto de Marta Rovira no lució. Y Albiol se afianzó como el gruñón de la política catalana.