Tiene razón el presidente del Gobierno cuando enumera todos los elementos que evidencian que la recuperación económica de España es un hecho y también cuando se atribuye a sí mismo y a su Ejecutivo la autoría principal de lo que es un éxito indiscutible. Está orgulloso de lo obtenido y tiene motivos sobrados para ello. Pero se equivoca de plano si piensa que con lo logrado en materia económica, con ser determinante y fundamental para preparar el futuro del país, tiene bastante munición para que su partido sobreviva políticamente y recupere en 2019 los gobiernos autonómicos y municipales perdidos en las elecciones de 2015 y mucho menos para que conserve el poder en las próximas elecciones generales.

Principalmente porque los electores no votan por agradecimiento a lo obtenido sino por la perspectiva de que las promesas que les hacen los diferentes partidos sean cumplidas. Votan pensando en el futuro, no en el pasado. La proeza de haber sacado a España de la profundísima crisis en la que se encontraba cuando el PP volvió al poder en 2011 está ya amortizada por el elector, que cuenta con ella como una seguridad garantizada. Por lo tanto, Mariano Rajoy no acierta en absoluto cuando se empeña, como hizo el viernes pasado en su intervención de balance del año, en centrarse en exclusiva en el ámbito económico desdeñando el ámbito de la pura y plena política.

Rajoy apareció como el gobernante que no está dispuesto a los cambios y Rivera se presentó con un cesto de propuestas

Y en ese aspecto resultó muy llamativo el contraste, como de la noche al día, entre su comparecencia y la de Albert Rivera, el líder de Ciudadanos. Rajoy apareció como el gobernante sólido que no está dispuesto a introducir ningún cambio ni en su equipo ni en su política y Rivera se presentó con un cesto de propuestas de cambio, con un programa de futuro. Y en la comparación venció a Rajoy por K.O.

Ése es el problema del PP: que no se ha movido un sólo milímetro después de haber sufrido un monumental batacazo, y no solamente electoral, en Cataluña. Resultó descorazonador y desincentivador para sus potenciales votantes el mortal silencio que se produjo durante la reunión del Comité Ejecutivo del pasado viernes 22, al día siguiente de los comicios catalanes, cuando el propio Rajoy preguntó ¡por tres veces! si alguien tenía algo que decir. Y nadie dijo nada. Es ese silencio el que demuestra que ese partido va cuesta abajo y se estrellará sin remedio en un futuro no muy lejano si no hay alguien que le dé un revolcón  a tiempo para evitar el desastre.

Con un partido en estado de parálisis, sumido en la mudez y pendiente tan sólo de lo que diga u ordene su presidente y con un Gobierno en el que no se mueve una hoja, en el que no se han pedido a nadie responsabilidades por lo sucedido el 1 de octubre y en el que nadie se ha sentido tampoco en la obligación de dar explicaciones públicas por la desastrosa gestión del conflicto catalán de los últimos tres meses, no es exagerado asegurar que la impresión de la ciudadanía podría ser la de que este equipo ya ha hecho su función, ha acabado su recorrido y ya no da para más.

La impresión de la ciudadanía podría ser la de que este equipo ya ha hecho su función, ha acabado su recorrido y ya no da para más

Y, sin embargo, a este Gobierno le quedan más de dos años para terminar la legislatura y es intención declarada de Mariano Rajoy el agotarla. Pero es dudoso que lo consiga. Para empezar porque, aunque él no lo haya querido reconocer en su comparecencia de balance del año, los Presupuestos para el 2018 están en el alero por la sencilla razón de que el PNV no está dispuesto a dar su apoyo a esta ley fundamental mientras el artículo 155 siga estando de aplicación en Cataluña.

El problema es que ese artículo, que el Gobierno ha aplicado con mesura y con eficacia, tiene todas las papeletas para ser levantado y vuelto a aplicar otra vez en cuanto el nuevo gobierno de independentistas empiece a tomar decisiones. Esta es sólo una hipótesis, pero una hipótesis con mucho visos de hacerse realidad.

Quien ocupe finalmente la presidencia de la Generalitat va a resultar determinante para el discurrir de la marcha del conjunto de España y ahora mismo esa incógnita está lejos de ser despejada. El laberinto al que nos enfrentamos todos en relación con la composición del gobierno de Cataluña no señala una salida clara pero es muy improbable que la persona que finalmente ocupe la presidencia del Govern actúe conforme a las leyes y se someta de entrada a lo dispuesto por la Constitución. Y, si esta predicción se cumple, la aplicación otra vez del 155 está garantizada, tanto como lo estará la negativa del PNV a votar a favor de la ley de Presupuestos Generales. Lo cual significa que el Gobierno, además de comerse sus promesas de subidas salariales y de inversiones, tendría que prorrogar las cuentas de 2017 y, como eso sólo lo puede hacer en una ocasión, se vería obligado a convocar elecciones en 2019, cuando deben celebrase los comicios  autonómicos y municipales. De esta manera, lo que suceda en Cataluña va a determinar la permanencia del Gobierno del PP en el poder.

Y, sin embargo, y por paradójico que resulte, hay pocas dudas de que la crisis catalana, de prolongarse, lo cual es muy probable, por no decir que es seguro, es la que va a asegurar más sólidamente a Mariano Rajoy como presidente del Gobierno de España. Ninguno de los otros dos partidos constitucionalistas, PSOE y Ciudadanos, va a retirar su apoyo al presidente mientras el desafío independentista se mantenga vivo. Ciudadanos porque su posición sobre este asunto forma parte de su identidad más profunda y es la que le ha dado la victoria en Cataluña. Y el PSOE porque no está en condiciones, después de lo sucedido el 21 de diciembre, de iniciar en este campo la más mínima aventura en solitario.

Si el desafío independentista se prolonga en el tiempo, el presidente del Gobierno se beneficiaría de un apoyo creciente por parte de la opinión pública

Por lo que se refiere a la población española, la mayoría no va a querer jugar a cambiar a un Gobierno que se mantiene firme en la defensa de la unidad de la España constitucional en un momento en que esa unidad esté amenazada. Es más, si el desafío independentista se prolonga en el tiempo, el presidente del Gobierno se beneficiaría de un apoyo creciente por parte de la opinión pública que, en situación de normalidad, podría estar inclinándose por apostar a otro caballo en las próximas careras electorales  Por decirlo de una manera grosera y caricaturesca, el aterrizaje de Puigdemont al frente de la vida política catalana sería la garantía de permanencia de Rajoy en el poder.

Pero Mariano Rajoy no sólo se enfrenta a la prolongación del desafío catalán y al más que probable abandono de su pretensión de aprobar los presupuestos para 2018 con la perspectiva de tener que adelantar las elecciones a 2019. Otras cosas esperan al presidente del Gobierno y del PP para el año que comienza.

Por ejemplo, y entre otras muchas, la Comisión para la reforma de la Constitución a la que se ha comprometido seriamente el PSOE y que, con la  boca pequeña, fue aceptada por el presidente, puede ser un trampolín para que Albert Rivera ponga en marcha su estrategia para modificar la Ley Electoral, cosa que no conviene en absoluto al PP, y para sacar adelante, por lo menos sobre el tapete de la discusión pública, la supresión de los aforamientos.

En esta Comisión, que fue propuesta por los socialistas con la pretensión abordar la consideración de España como estado plurinacional y la modificación de la Constitución con vistas a alcanzar un nuevo modelo de corte definitivamente federal, puede ser una trampa mortal para un Partido Popular enemigo de esos cambios pero que está en minoría en el Congreso. Y puede ser, sin embargo, el marco ideal para que Ciudadanos exhiba su potencial renovador ante la opinión pública. Y así sucesivamente.

El PP se está comportando igual que se comportaba el PSOE cuando su declive era ya evidente y Aznar le comía el terreno político

De momento, Mariano Rajoy está buscando asegurarse el apoyo de los constitucionalistas ante lo que pueda venir de Cataluña y es seguro que lo va a obtener. Pero en el resto de la actividad política su soledad va a quedar en evidencia sin que por parte de su partido se atisben signos de fortaleza sino al contrario, de inseguridad y de temor ante el futuro. El PP se está comportando igual que se comportaba el PSOE cuando su declive era ya evidente y las fuerzas populares, con José María Aznar a la cabeza, le comían el terreno político y amenazaban un dominio electoral de 14 años de mayorías en todos los niveles de la Administración: quietos todos, parados, sin iniciativas innovadoras, sin reformas en la recámara y a la defensiva. Es decir, como digo, con inseguridad y con temor.

Esos síntomas son siempre el preludio de una derrota. De modo que, o espabilan y meten el cuchillo reformador hasta el fondo de su partido para hacer propuestas más allá del recordatorio del éxito obtenido en materia económica, o estarán condenados inexorablemente a ceder el paso a las triunfantes huestes de Ciudadanos.