Susana y Ciudadanos van a bailar juntos hasta en la ruptura, una ruptura falsa, teatral, tanguista, que les conviene a los dos y de la que se culpan los dos. Son como un matrimonio del ¡Hola!, tirándose finalmente las perlas que han reunido juntos, desmayándose de falso despecho en el sofá especialmente tapizado para desmayarse ante las visitas o ante la Virgen, como Pitita Ridruejo.

Ciudadanos, que ahora sólo tiene Cataluña, como su Roma de Rossellini, necesita volver a tener presencia; necesita elecciones, televisión, trapecio. Susana, por su parte, sigue la tradición de ese PSOE andaluz que busca los comicios en época de mayor sueño, sombra y quietud, como la siesta de un molinero, precisamente porque ellos ganan a base de sueño, sombra y quietud. A Susana le convienen las elecciones antes de que puedan llegar la sentencia de los ERE y el juicio por esas tarjetas black que pasaban por las tetas de las putas los encargados de la formación de los parados andaluces. Antes, también, de que Sánchez y su PSOE de vuelta ciclista terminen de quemarse en el otoño de plomo catalán o en su propio jacuzzi, y de que al presidente se le acabe el efecto lifting o Cenicienta.

Ciudadanos quiere elecciones antes de que a Rivera lo confundan con cualquier mormón. Susana quiere elecciones antes de que a los andaluces les dé tiempo a pensar que hay otra vez elecciones, o para qué sirven las elecciones, o que acaso su mundo puede cambiar con unas elecciones, que eso es como pensar que Juan y Medio se vaya a quitar el bigote. Más que romper, lo que están haciendo Ciudadanos y Susana es chocar los cinco.

Ciudadanos quiere elecciones antes de que a Rivera lo confundan con cualquier mormón

Sea esto de ahora una pelea o un guiño, lo de Ciudadanos en Andalucía ha sido de lo más extraño que le hemos visto al partido naranja, que ya es decir. De repente, Juan Marín, que se encargaba en su pueblo (casualmente el mío) de presentar ferias de la tapa o cursillos de Windows; un comerciante que había pasado igual por Alianza Popular que por el Partido Andalucista, que había terminado montando uno de esos partidos independientes como para defender los intereses de los tenderos y las terracitas, un partido que servía de barrendero municipal a un PSOE que en Sanlúcar se contentaba con que no murieran los gorriones y con que las puestas de sol siguieran siendo a su hora; este hombre que chaqueteaba y hacía política de plazuela sin haberse preocupado nunca en la vida por el reformismo democrático ni la superación del bipartidismo; este Juan Marín, en fin, veía cómo su partido era absorbido por la formación de Rivera y él se convertía en líder de Ciudadanos en Andalucía y se dedicaba a blanquear la última versión folclórica del clientelismo andaluz, o sea el susanismo.

Ya hemos dicho que Ciudadanos, un partido sin estructura fuera de Cataluña, sin cuadros, sin gente, tuvo que hacer auténticos castings o subastas para conseguir andamiaje nacional. Pero nadie esperaba que su nueva política se dedicara a sostener la política más vieja que queda en España junto con los nacionalismos, es decir, la del PSOE de Andalucía, que ni siquiera es socialismo ni política ni apenas andalucismo, sino una como empresa que comercia con el alpechín electoral y sentimental de lo andaluz. Ciudadanos ha sostenido a Susana apenas a cambio de sobras y gazpachuelos, unas decimillas de IRPF, un limado del impuesto de sucesiones, una pequeña aspillera regional para su sigla. Ni los mismos socialistas andaluces se creían la docilidad de Marín, la ganga de Marín, que en el Parlamento andaluz sólo tarareaba nanas y le dedicaba serenatas a Susana, como un gondolero cantante, y que en las comisiones de investigación se dedicaba a esconder papeles detrás de la burocracia y de fotocopiadoras atoradas.

Juan Marín se encargaba en su pueblo  (casualmente el mío) de presentar ferias de la tapa o cursillos de Windows

Ahora, después de tres años, Ciudadanos acusa a Susana de no tener palabra, de incumplir los acuerdos sobre regeneración, de quebrantar aquel pacto de investidura que más bien ha sido un largo e inexplicable contrato de paciencia y renuncia. Y Susana, claro, acusa a Ciudadanos de abocar Andalucía a la inestabilidad, a unas elecciones como a caer por unas cataratas. A Susana le encanta lo de echar las culpas a la inestabilidad, ya la usó para romper con IU cuando eran aún más dóciles que Ciudadanos, dejándoles con cara de conejito abandonado.

La verdad es que Susana y Ciudadanos están los dos encantados con la ruptura. La diferencia es que Susana queda como siempre y Ciudadanos queda como se si hubieran pegado ellos mismos un tomatazo en su purísimo naranja, con estos tres años de sumisión y mecedora. Pero hasta en el fingido desamor se sigue viendo su amor raro pero innegable, como de un Mérimée dado un poco la vuelta, ese amor como entre una soldado bandolera y un blando estanquerillo tenor. Hasta en el fin sigue su tango apretado y solícito, ambiguo y febril, de pasión y tragaderas.