En el Ferragosto de Madrid, con Vírgenes fruteras y organilleras, con los dioses de las cornisas como churreros del sol, con el cielo y las calles vaciados por la mano hueca de los heladeros, resulta que la política todavía se ha entretenido haciendo un baile de dos mujeres como cisnes de ballet. Han bailado hasta agosto como hasta el Palacio de Cristal, largamente, por lagos rusos, coreografías rusas y carrozas rusas, para hacer un Gobierno un poco ruso o vigilado por espías rusas o amenazado por revoluciones rusas. Isabel Díaz Ayuso, meritoria de la Puerta del Sol, guapa de tranvía, última capitana de un PP madrileño como con epidemia de mujercitas muertas de Mujercitas. Y Rocío Monasterio, cisne negro con relicario negro, con una herencia de chales y rejas de Bernarda Alba, abadesa de Vox con un candado en la plata y en el sagrario.

Sólo han quedado ellas, bailando o batiéndose entre las plumas de la política y las fuentes secadas, con el fondo fontanero de la mitología de Madrid, lleno del acanto de los grifos. Sólo las enfocaban a ellas, en el debate, tras el debate, durante el debate, mientras unos hombrecillos colilleros, como Errejón, u otros hombrecillos invisibles como serenos, como Aguado, o incluso otras mujeres revoltosas y espumosas de pueblo y mesa de pueblo como esa misma gaseosa, es decir Isa Serra, pasaban por allí como el que mira por el Rastro. Ha sido en el verano silencioso de Madrid, subacuático de aire parado, quemado de globos aerostáticos del aliento y aplastado de atlantes, cuando las derechas se han unido en pecado, que es lo que nos sugieren estas dos mujeres, un poderoso y natural pecado. El PP que intenta sobrevivir o revivir con las alhajas que le quedan, Ayuso o el mismo Casado, que refuerza el partido con mujeres fuertes y viejas águilas de otras épocas; y Vox que intenta entrar en el juego institucional sin que les oigan arrastrar las cadenas ni las grandes espadas crucifijo que llevan toda la historia arando el suelo medieval de España. Y se han unido al final en dos mujeres, como dioscuros femeninos de las dos derechas, la chica de ambigú del PP y la sacerdotisa del egipcianismo nacionalcatólico de Vox.

A ver si vamos a estar equivocados y esa niña con cara de merienda se va a merendar a todos mientras baila como las niñas lorquianas

Mientras Sánchez veranea en unas vacaciones de vino, parras y pájaros, como de Papageno, PP y Vox han tomado Madrid con una solidez wagneriana de reinas de la ópera, una solidez que no habíamos visto en Andalucía, donde Vox sólo parece el aguador de banderillero del Gobierno de la Junta. En Madrid está siendo otra cosa, y este dúo de las flores o este paso a dos de Ayuso y Monasterio echa incluso a Cs del escenario. A Ayuso la ponían de tontita, de señorita de perfumería, pero con Errejón fue dura e incluso sucia. Errejón, que es capaz de montar un pollo porque en una entrevista transcriban “comunista” en vez de “poscomunista”, no se da cuenta de que, aunque ninguna de esas cosas tiene mucho sentido ya, él ha sido en Podemos las dos, incluso a la vez. Es decir, que su ansia de poder es aún más vacía (ese significante vacío de Laclau) y más hambrienta que la de Iglesias con el viejo puñito fabril sobre la cabeza como la estrella roja de la bandera o de la gorra. Tampoco se da cuenta Errejón de que su proyecto transversal se topa con su propia historia de contradicciones y traiciones (como en el comunismo) y que el ataque de Ayuso no era tanto personal sino sustancial.

Ayuso le zurra a Errejón y a Monasterio le ayuda a tejer esos chales negros de Bernarda Alba que decía yo. Pero Ayuso no es esa chica de la mercería, y creo que nos vamos a dar cuenta. Lo mismo es capaz de cargarse a Monasterio mientras la atufa de velones y le desovilla o le roba el discurso. En el agosto de Madrid, parado, asfixiado, como una locomotora o un acordeón, puede que haya nacido un punto de referencia para la política nacional de los próximos tiempos. Ahora que en Madrid la gente se ahoga y se condena en sus trenes infernales, en el metro que pasa con cadencia y temperatura de meteorito, yo me acuerdo de cuando Ayuso bajó allí a hacerse la foto, con taconazos, como si hubiera bajado en palanquín, es decir, como si no hubiera bajado nunca. Ahí no había una pija ni una boba. Ahí había una estrella que nos podía vender las mentiras, la seducción y la perdición como una chica Martini. Ha aprovechado agosto para encenderse, como todo el hemisferio. Miramos mucho a Monasterio como la gárgola que vigila a Ayuso. Pero a ver si vamos a estar equivocados y esa niña con cara de merienda se va a merendar a todos mientras baila como las niñas lorquianas o quizá, más bien, como un cosaco de ballet.