Suele decirse que alguien ha perdido el sentido del ridículo cuando hace y/o dice cosas que mueven a los demás a burlarse de él o a menospreciarle. Pero algo muy especial tiene esto de la política, porque muchas personas, que se dedican a ella profesionalmente, pierden de forma habitual ese sentido. Ya sabemos más que de sobra que lo que se dice en campaña electoral tiene poco o ningún valor. Pero, lo que a mí me cuesta algo más es hacerme a la idea de tener que admitir eso también de los periodos no “campañiles”; pero la realidad manda. Recuerdo que Felipe González nos dijo -bien que con algo de trampa polisémica en la frase- aquello de: “OTAN, de entrada no”. Pero luego, hubo de afrontar (y lo afrontó) un intenso debate interno en el PSOE antes de convocar un referéndum que ganó con apuros, porque D. Manuel Fraga (curiosidades que tiene la vida) preconizó la abstención. Y es también verdad que D. José María Aznar, luego de una campaña granítica contra el -por entonces- “sólo” nacionalismo, acabó pactando con Pujol y con Arzallus y hasta chapurreando catalán en la intimidad, y laminando para siempre el PP en Cataluña; pero esa fue su amarga victoria frente a la dulcederrota del PSOE allá por las “idus” de marzo de 1996.

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