En el Congreso de los Diputados, que parecía bombardeado, con huecos como cráteres, con escaños como puestos de garita, esta vez Sánchez no se miraba las uñas ni el brillo encantado de sus zapatos. Todos miraban a la ujier, Valentina, con su presencia inquietante, alienígena, irreal, como un astronauta de Kubrick, que se acercaba con su mascarilla de asfixia y esa respiración mental del buzo y del cosmonauta, que sólo tienen para respirar lo que burbujea en su cabeza. Valentina limpiaba la tribuna y los micrófonos y los pasamanos, como pulverizando la realidad o el perdón sobre todo aquello, sobre todos ellos y todos nosotros, como hisopazos de entierro. Después de cada turno de la política, de cada reproche o cada banderazo, Valentina llegaba y segaba como siega la Parca, segaba las palabras, segaba las mentiras, segaba el espacio por el que uno ya no camina, sino que nada o se ahoga. Los millones de Sánchez y las lealtades de Casado y las excepcionalidades nacionalistas se borraban con una bayeta, con el hacha de ala de ángel de Valentina, heraldo de la plaga.

Sánchez venía a explicarse ante lo que quedaba del Congreso como ante lo que queda del mundo, con los orgullosos frescos y maderas del Hemiciclo convertidos en retablos medievales y el aire transmutado en veneno. El presidente marine parecía esta vez que venía ya a doblarnos la bandera como una servilleta de boda, o sea a consolarnos saludando militarmente a los caídos, a los héroes y al sol como un avión fumigador. “No podemos equivocarnos a la hora de elegir el enemigo”, decía, pidiendo por supuesto que no le eligieran a él. Se había vestido otra vez de gala, con sienes del color de cacha de pistola nacarada, con medallas con brillo de corneta o al revés, aunque no tanto para la arenga patriótica como para la excusa. Pero la jerga de la incompetencia resonaba como los cañonazos a los muertos. El virus con sus “escenarios dinámicos y cambiantes”, la “acción adaptada a la casuística”… Habló del “sesgo de retrospectiva” para intentar acallar la crítica como con un teorema o un bibliazo, pero los modelos ya preveían lo que iba a hacer el virus, y son matemáticas de instituto, no de agujeros negros. Las manifestaciones del 8M también eran casos para la casuística, pero las matemáticas se saltaron millones como si los científicos fueran contables ladrones o, quizá, sólo políticos.

Sobre todos, presentes, ausentes, vivos, muertos, silenciosos o alborotadores, pasaba luego Valentina su ala sencilla y fatal de realidad y muerte, como un viento que deja temblorosas las velas de sus vidas

Sánchez sigue sin convencer como capitán, ni siquiera como capitán hundiéndose. Alguien que no puede decir que se han cerrado las aulas, sino que tiene que explicarte que “niñas y niños y jóvenes han interrumpido sus clases”, me parece alguien que está ahí agarrándose a los pelos de los chiquillos para no ahogarse, como un malo de Titanic. Alguien que se ve en la necesidad de demostrar que el virus no tiene ideología señalando que se han contagiado políticos de todos los partidos, igual que el martes nos recordaba que el punto 3 no se alcanzaría hasta que se cumplieran el punto 1 y el punto 2, es alguien que no puede sacarte luego ni la casuística ni la ciencia ni los sesgos cognitivos, ni siquiera la tabla de multiplicar.

A este capitán de barca de tiovivo, moral blanda y juicio en barbecho le mostraba lealtad Casado. “Va encontrar más lealtad en nosotros que en sus socios de Gobierno e investidura”, decía el líder del PP. En realidad Casado no le ofrece lealtad a Sánchez, claro, sino al Estado, frente a los que siguen con sus objetivos de revolución del caos o de esa “republiqueta” (González dixit) que desea el virus para encorcharlo con sus burbujas autóctonas como otra marca de cava. Rufián, por cierto, siguió usando una especie de humor de Eugenio, de tonos negros y lentitud de porro, para recordarnos que “las banderas no alimentan ni curan virus”, a la vez que pedía el cierre de Cataluña y Madrid como un señor castellano pide el cierre de su castillo, con mucho crujido de acojone. Lo que hay que evitar es que la gente se apelotone, igual en los trenes sin filiación que en esa Cataluña convertida en jaula por poner una frontera siquiera colgandera. A pesar de decir que no había que tirarse el virus a la cabeza, y de tener en mente esa Cataluña como jaula canora del nacionalismo aunque sea por el virus, ahí bamboleante pero luminosa como un farol en la tormenta, Rufián fue el más duro con Sánchez. Lo describió como un médico que tiene a España en la UVI y se acaba de dar cuenta. Es verdad, se mire desde el humo cínico de Eugenio o desde el interés de tener tu propio Apocalipsis como unas Fallas. Aitor Esteban también era capaz, incluso después de ver el aleteo de Valentina, de insistir en sus preocupaciones competenciales, rácanas y paletas. Quedó allí, en la tribuna, solo y fuera de lugar, como un cortador de jamón.

Sánchez, insisto, no puede ser épico porque sólo puede hacer de soldadito de plomo derritiéndose. Casado cumplía con una caballerosidad que Sánchez no se merece, pero el país necesita. El nacionalismo sigue con los suyo porque es todo lo que le cabe en la cabeza, como toda la vida cabe en la escafandra del astronauta. Podemos se une a la emergencia patriótica con ese patriotismo de campanazo y cobertizo que tiene el populismo de izquierdas, después de negar el virus o compararlo con una racha de levantazo, y Echenique parecía colocado allí en el Congreso por Skynet. Vox pidió dimisiones, cabezas, con esa cosa suya sacrificial, como de un españolismo maya, que tienen ellos. Ciudadanos simplemente no asistió, renegando quizá de ese fetichismo de cementerio que había convocado Sánchez.

Sobre todos, presentes, ausentes, vivos, muertos, silenciosos o alborotadores, pasaba luego Valentina su ala sencilla y fatal de realidad y muerte, como un viento que deja temblorosas las velas de sus vidas, como un hacha que mientras cae mueve las cortinas o las telarañas que roza. Las palabras parecía que quedaban en la trituradora y la tribuna parecía que quedaba limpia y preparada para que rodara otra cabeza.