A Maroto le salió muy sonoro lo del bozal a Echenique, pero a Echenique también le salieron muy sonoros los muertos echados encima del PP, sonoros como maldiciones de carretero porque son muertos futuros, muertos de mal de ojo, de escarmiento y escupitajo. Los muertos que ya tenemos, los reales, no pertenecen a nadie, no pertenecen siquiera a la tierra porque a veces desaparecen en el aire. Menos aún van a pertenecer al Gobierno, que sólo los cuenta y los encarpeta, que se los ha encontrado sin responsabilidad, como cadáveres que trajo la marea, cadáveres ya como fenicios, sólo para el estudio y la tinaja. El PP, sin embargo, tiene asignados muertos venideros y prometidos. Y sólo por plantear que, después de tanto tiempo, ya se puede hacer lo mismo, o se puede hacer mejor, sin necesidad de un estado de alarma lleno de autoridades supremas, coroneles austrohúngaros, lealtades de latón y partes de guerra a todas horas. Maroto sacó el bozal pero es que ya le habían echado a él antes perros o lobos de cementerio, de los que hocican en huesos de luna y lunas de hueso.

Lo del bozal es muy sonoro, igual que los muertos, pero lo más interesante fue lo que Maroto dijo antes: “Nadie ha planteado que haya que elegir entre el estado de alarma y el caos”. Ya no por el estado de alarma, sino porque es una frase que descubre a Sánchez, el presidente del eterno falso dilema, una de las falacias preferidas por los demagogos y los perezosos. Sánchez no ha hecho otra cosa en la política que proponerse a él mismo frente a una alternativa siempre espeluznante o incluso imposible. Había que votarle a él, había que investirlo a él, había que hacerle caso a él, porque si no llegaría el fascismo de celta corto, o la desafección entre territorios, o el callejón sin salida. A veces, había que votarle a él porque era lo único que quedaba en democracia, ya que todo lo demás era ultraderecha, calderilla con agujero de bala de Franco y, antes de besar en la boca a Iglesias como a Brézhnev, incluso populismo, ése cuyo final era “la Venezuela de Chávez, la pobreza y las cartillas de racionamiento”.

Sánchez no ha hecho otra cosa en la política que proponerse a él mismo frente a una alternativa siempre espeluznante o incluso imposible. Había que votarle a él, había que investirlo a él, había que hacerle caso a él

Sánchez siempre se ha presentado sin más alternativa ni más discurso que él mismo. Toda su política consiste en que los demás entiendan que hay que hacer lo que él diga, mientras los espera mirándose un pie con zapato de Luis XIV. Toda su política es él como esperando en la peluquería. Luego, cuando ya lo votaban o lo investían, seguía sin ofrecer nada más que él, él con capote de paseo o él con una escarapela con alguna palabra bordada durante su espera de novia, por ejemplo “progreso”. Ante el virus ha hecho lo mismo, o sea proponerse como capitán de un barco de zarzuela e ir cantando romanzas de tuno y canciones de vagón de soldados mientras, simplemente, pasaba lo que tenía que pasar: el virus, los muertos, las curvas y la esperanza de un material que siempre estaba por llegar, rica, lenta y magníficamente, como si viniera en elefante, pero que tampoco llegaba.

Sánchez sólo ofrece a Sánchez y por eso tenemos que ser leales a él, claro. Él no puede ofrecer eficacia, realidad, ni siquiera Ciencia, a pesar de que diga que la Ciencia le habla como un ángel de reloj de cuco. Sánchez sólo puede ofrecer la fe en su presencia, y por eso nos habla como en días de misa, pidiendo sufrimiento aunque al final le importe menos el sufrimiento que la crítica. Mientras los médicos se enfrentaban al virus casi con batas de culo al aire, como internos de manicomio, batallones enteros luchaban para “minimizar el clima contrario al Gobierno”. Es el virus o él, como antes era el trifachito o él. Es la lealtad o la traición, no hay otra, ni ahora ni antes, porque ése es su dogma, y le sirve igual en los pactos Frankenstein que en esta Primera Guerra V.

Ni el virus ni el estado de alarma ni nada lo va a enfrentar Sánchez de otra manera que con el falso dilema. Sánchez o el facherío de bandera de galeón, Sánchez o el apocalipsis con sus caballos en llamas, Sánchez o el virus con gran guadaña mellada y muerte trapera. Con la oposición, ni se habla, sólo se le comunican las decisiones o los caprichos, como al cocinero. En Sánchez todo conduce a Sánchez y todo termina en Sánchez esperando otra vez a Sánchez, como un niño rico con tiovivo perpetuo.

Acertó Maroto, no se trata de elegir entre el estado de alarma y el caos, ni entre Sánchez y el caos. Mayormente, porque el mismo Sánchez no es más que la política concebida como gestión ventajista del caos. Y qué mayor caos que un fin del mundo, propicio para mesías con lista negra y arcángeles trompeteros. Este estado de alarma ya algo germanoide empieza a no ser necesario ni conveniente ni útil, aunque a mí me parece muy arriesgado dejarnos de repente en el aire, colgados todos de la lira loca de Sánchez. Pienso que hay que dar algún tiempo todavía, pero podemos y tenemos que buscar otras opciones, opciones sin un Gobierno en un nido de águilas, ni mandos flamígeros, ni policías en el cogote, ni horcas en cocoteros para el empresario, ni contagios meneados al azar en cocteleras o ensaladillas de chiringuito. Opciones sin caos e incluso opciones sin Sánchez.