Opinión

EL GOLPE

Sánchez, patriota de paellera y sabio de tetería

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Moncloa. EFE

Sánchez ha vestido su discurso semanal de patriotismo y de parábolas del oriente, y le ha quedado entre señor Miyagi y los coroneles enchapados que él mismo atropella ruidosamente como tenderetes. Un patriotismo como de foque y un refrán sobre molinos, dos cosas que parecen cuadros de mesón. Con eso vamos a enfrentarnos a la crisis. A Sánchez la política le queda así, o sea que habla de patriotismo y suena a recuerdo toledano, y quiere hacer metáforas y suena a galletita de la suerte.

Hay grandes palabras que son siempre sospechosas de usarse para meterse dentro de ellas, como en toneles de cínico (cínico en el mal sentido). Son palabras búnker, dentro de las que sólo te pueden alcanzar con violencia, maldad y dragones. Una puede ser “pueblo”, por ejemplo. Decir algo en nombre del pueblo no significa nada, porque el pueblo no tiene una voz, ni siquiera dos. Pero para atacarte ya ahí metido tienen como que pisotear a caballo a ese pueblo bueno, alfarero y dominguero, o al menos una idea de ese pueblo. El populista se mete dentro del pueblo, pues, como el ladrón de zoco en la multitud.

La patria es un concepto pesado como un tapiz, y en la emergencia funciona como un tanque

“Patria” es otra palabra búnker, hormigonada y enrejada, pero más abstracta o más inflada, porque abarca igual a la gente que a las armadas, igual a la historia que al cancionero. La patria no es ya el pueblo sino su espacio teologizado, eterno, ritual y filatélico. Para atacarte allí no sólo tienen que pisotear a la gente con carromatos, sino derribar castillos y acabar con soldados, marinos, pintores con gorguera y círculos sobredorados de gobernantes como de ángeles. El populista se mete en la patria, pues, como el ladrón de cepillo en Dios. No es que no se pueda usar “pueblo” o “patria” con fundamento o incluso hermosamente (de las constituciones a Machado). Es que normalmente es al cínico o al ladrón de Bagdad al que vemos meterse en esos toneles.

Sigue el virus y amenaza la miseria, pero Sánchez se enfoca, antes que nada, en meterse en su tonel o en su castillo, que eso es lo que significa patriotismo en este caso. La patria es un concepto pesado como un tapiz y en la emergencia funciona un poco como un tanque. También le funciona como un tanque a Sánchez sacar en su discurso a ese Ejército que fumiga y ayuda a viejitos, aunque Iglesias hable de golpes de Estado con deleite, como con metal o sangre ya en la boca.

El patriotismo de Sánchez es un castillo bajito en el que lo público es lo mismo que su interés, y la bandera es sólo su solapa

Igualmente funcionan como refugio o cobertizo la “unidad”, la “responsabilidad”, la “lealtad” o la “altura de miras”. Sánchez se mete en la patria como en una armadura del Gran Capitán y se mete tras otros conceptos abombados como tras gruesas cortinas con borlón, pero sólo quiere ponerse a salvo: de las críticas, de la incompetencia, del desastre, de la verdad. El patriotismo de Sánchez es un castillo bajito en el que lo público es lo mismo que su interés y la bandera es sólo su solapa tremolante de helicópteros. Tanto es así que si alguien manifiesta lealtades heréticas, por ejemplo a la ley, Sánchez lo arroja a un foso medieval de infiernos herreros.

El complemento perfecto para el patriotismo sanchista, ese patriotismo de su miriñaque, es por supuesto la cursilería, que le hace como de rodete de Dama de Elche. En este sentido, Sánchez sigue a Zapatero en su pretensión de crear una escuela zen como de Zamora y un orientalismo de haiku de salón de masajes y de sonrisa de gato chino de rinconera. Nos recordó Sánchez un proverbio chino que dice, más o menos, que cuando soplan vientos de cambio hay quien construye muros y hay quien construye molinos. El muro son los otros, y el molino, o aerogenerador, por supuesto es él.

Pensar que el virus representa una oportunidad en vez de una tragedia es una demostración de tener la mente y la cara enladrilladas

Cualquiera diría que verse en esta crisis histórica con vicepresidentes y ministros comunistas, estatistas y folcloristas del dinero mágico y la miseria real, y acompañados de socios secesionistas o camorristas, constituye un formidable muro. Incluso pensar que el virus representa una oportunidad en vez de una tragedia es una demostración de tener la mente y la cara enladrilladas. Pero no. El muro es llevarle la contraria a él, que, zapaterianamente, es el mismo viento, ahí moviendo el mundo como mero polvo.

Sánchez se pone la patria como una medalla con forma de paellera y nos toca la flauta de bambú entre ese sándalo como de pies de yogui de su orientalismo de tetería. Oponerse a él es ya negar a la patria y hasta a Confucio, que en realidad era más funcionario que sabio, igual que Simón. La verdad es que en este patriotismo suyo las instituciones parecen ya sólo sus baños turcos. Y que nadie ha salido peor que nosotros del virus, de sus cojeras, sus cementerios y su ruina. Pero lo patriótico y lo sabio es seguir aplaudiendo esta maestría en el desastre. Lo patriótico y lo sabio es apoyar todo lo que diga Sánchez, ese fresco y alto molino de grandes ruedas con las que comulgar.

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