Ya metidos oficialmente en campaña, las encuestas confirman que la candidata del PP podría superar los 60 escaños, más del doble de los que obtuvo en las elecciones de 2019.

Isabel Díaz Ayuso era una absoluta desconocida cuando accedió a la presidencia de la Comunidad de Madrid, fruto de un difícil pacto del PP con Ciudadanos y Vox. Menos de un año después de haber asumido el cargo, llegó la pandemia. Madrid sufrió un durísimo golpe durante la primera ola del virus, pero Ayuso no se arredró y, desde el primer momento, se enfrentó al presidente del Gobierno por sus erráticas decisiones. En su partido se escucharon soterradas voces críticas: "Está loca"; "ahora hay que centrarse en la gestión"; "no se puede hacer política con el Covid porque eso termina pasando factura", etc. etc.

Incluso en la planta noble de Génova se la miraba con cierto recelo. "Se deja llevar por Miguel Ángel Rodríguez", decían off the record. Su imagen de mujer engañosamente frágil, su peculiar hablar, su contundencia, su forma, a veces temeraria, de afrontar los ataques que le lanzan sobre todo desde la izquierda... Uno podría pensar: se la va a pegar. Pero no. Ahí está, firme como una roca.

Uno de los mejores expertos en demoscopia del país me confesaba este fin de semana: "En estos momentos, Ayuso está más cerca de la mayoría absoluta que de los 60 escaños que le dan la mayoría de las encuestas. Si no se produce un repunte espectacular de los contagios en Madrid, su triunfo va a ser arrollador".

Ella ha puesto de su parte, desde luego. Y Rodríguez también. Sobre todo porque fue a él al que se le ocurrió la idea de adelantar las elecciones tras la moción de censura de Murcia y, con ello, revolucionar el panorama político nacional y resucitar a un comatoso PP.

Pero ha sido la torpeza de sus competidores lo que ha elevado a la candidata popular a rozar los cielos de la mayoría absoluta.

Me he fijado en seis puntos que reflejan esa falta de visión (seguro que a ustedes se les ocurrirán otros tantos) de sus torpes adversarios:

La izquierda, particularmente el PSOE, no se cansa de agitar el miedo a un "gobierno de Colón" en Madrid, achacándole a ese tétrico escenario desgracias sin fin para los madrileños: recortes en la educación y en la sanidad públicas, amenazas callejeras para el colectivo LGTBI,... La cuestión es que en Madrid ¡ya gobierna desde hace dos años el trío de Colón! Y, por el momento, nadie se ha comido a los niños crudos.

La izquierda en su conjunto (PSOE, Más Madrid y UP) usan como principal argumento contra el gobierno de Ayuso su gestión de la pandemia, con argumentos tan peregrinos como que en Madrid hay muchas más posibilidades de morir que en otras autonomías o que se priman los intereses económicos sobre la salud. Pero es precisamente la gestión de la pandemia lo que ha disparado las expectativas electorales de la candidata del PP. Es esa gestión la que ha llevado a hosteleros de la mayoría del país a dar vivas a Ayuso.

El exceso de artillería contra Ayuso la ha convertido en inesperada líder nacional. Nada moviliza tanto como la agresión externa y el victimismo

Ángel Gabilondo, en teoría su principal competidor y la persona que asumiría la presidencia si la izquierda gana en Madrid, se ha comprometido a no subir los impuestos y a no cerrar la hostelería. Justo dos de las bazas que tiene a su favor Ayuso y, al mismo tiempo, dos propuestas que no gustan a los partidos con los que estaría obligado a gobernar: Más Madrid y UP. Ayuso lo tiene fácil: si no quiere que le suban los impuestos no hace falta votar a Gabilondo, porque eso es lo que ya está haciendo el gobierno de centro derecha en la comunidad.

El "todos contra Ayuso" se ha convertido en un boomerang que no sólo golpea a los candidatos de la izquierda, sino al candidato de Ciudadanos y, en menor medida, a la candidata de Vox, que sólo le propina pellizcos de monja a su contrincante. Los partidos de la izquierda, al convertirla en una Thatcher cañí, la han elevado a los altares de la gran política. Cuanto más se meten con ella, cuanto más la ridiculizan en las redes, más agrandan su figura.

El aterrizaje de Pablo Iglesias en la política madrileña, la designación de Edmundo Bal como candidato de Ciudadanos y la implicación de Pedro Sánchez en la campaña, arropando a un dubitativo Gabilondo, no han hecho sino reforzar la idea, lanzada por Ayuso, de que en Madrid se juega una batalla política nacional. Ningún club grande saca al terreno de juego a sus mejores figuras si piensa que al equipo que tiene en frente se le puede ganar con los reservas. El agolpamiento de líderes en Madrid ha convertido a la presidenta de la Comunidad en una líder nacional.

La izquierda se ha sumado gustosa al antimadrileñismo que abanderan los partidos independentistas y en al que se dejan arrastrar algunos barones socialistas dúctiles a la demagogia. "Madrid es una bomba vírica"; "¡que vienen los madrileños!", y tonterías por el estilo, que hemos oído hasta la náusea, no han hecho sino reforzar el sentimiento de victimismo que tan bien manejan los partidos nacionalistas. Mi interlocutor, conocido encuestador, me apuntaba ese elemento como un factor clave en la segura victoria de Ayuso. Ese voto de respuesta a la agresión es transversal y, sobre todo, joven. El PP ha rejuvenecido su electorado como no lo había hecho desde los tiempos de Aznar.

Dentro de dos semanas veremos si estos pronósticos se concretan. Pero lo que no va a cambiar es la consagración de una dirigente política, Isabel Díaz Ayuso (IDA), por la que nadie daba un duro hace apenas un año. Rodríguez debería estirarse e invitar a cenar a los asesores de sus competidores: ¡le han hecho una parte del trabajo!