Feijóo no remató bien su frase en el Senado, cuando le estaba saliendo una tarde taurina con pasodoble, garrapiñadas y relicario. Feijóo lo que tendría que haber dicho es “deja de molestar a la gente de bien, pollo”. Lo de “pollo” ya no lo dice nadie, como lo de “gente de bien”, pero una cosa sin la otra a uno le parece como el agua sin azucarillo o el botijo sin aguardiente, un quedarse a medias en esa tarde de cine de barrio, de partido de Amancio (que se nos fue como anduvo siempre, a hombros de todos sus chiquillos, ya muy viejos); esa tarde de mano a mano con graderío de gafa gorda que ya digo que le terminó saliendo a Feijóo en el Senado o quizá en los años sesenta. Lo de pollo ya no lo dice nadie, salvo Enríquez Negreira, que parece de la época del estraperlo: “Oye, pollo, ten cuidado con lo que dices en televisión”, ha contado el árbitro Sergi Albert Giménez que le soltó una vez. Pero yo creo que Feijóo, pudiendo haberse marchado del Senado como un señor encoloniado de los toros de Carabanchel Chico, sólo se marchó como un horterilla sin señorío, sin gracejo y sin propina. 

Lo de la gente de bien ya no lo dice ni la gente bien, que parece lo mismo pero no lo es. “Gente bien” es una consideración económica, mientras que “gente de bien” es una consideración moral con la que, más que nada, se solía premiar a sí misma la gente bien, añadiendo al dinero el cura, el santo matrimonio, la hipocresía y el sofoco. También podía ser gente de bien la gente que no era bien pero obedecía o servía bien a la gente bien, además de ir siempre a misa con sus alpargatitas de domingo. Lo que pasó es que la gente bien siguió siendo gente bien, como el dinero seguía siendo dinero, pero ya no se invitaba tanto al cura a chocolate. Se pasaba de moda la moral de la virginidad, del luto y de la Cuaresma de bacalao, y el dinero y la derecha iban dejando el puritanismo como los toros zarzueleros o las zarzuelas taurinas. Se hablaba ya más del dinero puro que de la pureza de bajos o de sangre, así que lo de “gente de bien” ya no tenía sentido más que entre los pocos solterones o matrimonios de cretona que les iban quedando.

“Gente de bien” no es una expresión pija ni millonetis, como se cree Sánchez, que sólo ve ricos gordos y flotantes por todos lados, como Carpanta con los pollos asados. “Gente de bien” es una expresión beatona, puritana, de primera fila de reclinatorio, con lo que uno se pregunta si los discursos de Feijóo se los escribe el Opus, como en el desarrollismo de López Rodó y tal, ese desarrollismo que tenía más de mandato bíblico que económico. Sobre todo, teniendo en cuenta que se hablaba de la Ley Trans, que, aparte del poco sentido común que acumula, parece ideal para que una señora con plumero pida las sales o para que a un señor se le caiga el monóculo en la ponchera. O para que algún monaguillo de Génova, que lo mismo Casado / Teo se dejaron allí alguno todavía, ponga al final de un discurso esa cosa que está entre soponcio y latinajo. A quién creería el escribiente o escribano del PP que iba a apelar o a encender esa expresión que era como si al final del discurso Feijóo se pusiera un bonete…

El clasismo moral ha pasado de la derecha a la izquierda, pero alguien en el PP parece que se ha empeñado en que eso se olvide

El PP aún no termina de quitarse de encima el bonete o a esa gente con bonete que tiene. Me refiero a esa gente que hace parecer que el partido tiene bonete, o que cree que el partido debe tener bonete y aún trabaja por eso como por la salvación del alma de los negritos, que lo pongo así porque seguro que piensan así. No hace mucho escribía aquí Casimiro García-Abadillo sobre ese dilema que tiene el PP de Feijóo de ser o no un partido laico, un dilema que Feijóo aún no ha resuelto, que aún anda haciendo con ello galleguismo y por eso le salen ambigüedades con el aborto y discursos con esa moral de celosía que hay en esa frase tan de celosía. Sánchez, por su puesto, se enfoca en sus ricos, no sólo porque son su anzuelo para el voto de clase, sino porque tampoco puede descubrir que, en realidad, el moralismo es ahora más que nada de izquierdas. La izquierda se quedó con el puritanismo, con el Infierno y con la decencia; se quedó con los curas, que nos castigan desde los púlpitos llameantes de la radio, y se quedó con las cotorras de confesionario y orzuelo. Sánchez no puede burlarse del moralismo, que ahora no hay nada más puritano que su Gobierno, pero sí del clasismo. Y Feijóo le ha ayudado bastante con eso de que alguien, por ahí por los facistoles de Génova, que parece que aún guarda facistoles como de la catedral de Toledo, no pueda contenerse y vuelva en sus discursos no ya a los sesenta sino a La Regenta.

El clasismo moral ha pasado de la derecha a la izquierda, pero alguien en el PP parece que se ha empeñado en que eso se olvide, sacando ahora una especie de botafumeiro léxico u organillo moral. Feijóo lo mismo se ha montado en un tren de carbonilla en su pueblo y ha terminado en una trasera de la Gran Vía con comadres, pensiones con hervor de gato y señores que dicen “pollo” en la barbería. Y lo mismo tiene de escribiente a un tipo todavía con manguitos de oficinista o con acerico de dependiente de corsetería. Si hubiera dicho “deja de molestar a la gente de bien, pollo”, hubiera rematado una faena humorística de casticismo o chulapeo. Pero su “deje usted de molestar a la gente de bien” sonaba a señor y señora con cretona y soponcio, o a su criada santanderina o de por ahí, de hoy mismo o de siempre. O sea, a total actualidad o atemporalidad moral del concepto. Se podría haber ido del Senado como un señorón de zarzuela, que hubiera estado mejor, en vez de irse como un novio de criada santanderina, sin gracejo, sin posibles, sin encamamiento, aunque dando al final propina al pollo que es Sánchez, ese piernas.