
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), se reúne con el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo (d), dentro de la ronda de contactos para la investidura, en el Congreso de los Diputados
Sánchez y Feijóo quizá toman el té, removiendo ese tiempo espeso que marcan la cucharilla, la distancia, el desprecio y la atmósfera llena de pelotillas y ácaros de estos salones del Congreso que parece que están hechos para dormir a mastines con el clavicémbalo y a criadas con la costura. Sánchez y Feijóo quizá toman el té, o no toman nada, sino que se miran los anillos, o miran las banderas, como mares enmarcados, como mares de postal, con todas las horas y colores del sol y del agua, a lo Debussy, que hay muchas banderas en la sala para llenar todo ese vacío con oleaje y cañonazos de silencio y solemnidad. A lo mejor sólo están así, como en el velatorio uno del otro, con pesantez en los bolsillos y en el mentón, hasta que pasa el tiempo de la cortesía y pueden leer el comunicado redactado en el sotanillo de la Moncloa o en el torreón inclinado de Génova. En realidad Sánchez y Feijóo no tienen nada que decirse entre ellos, nada que acordar ni nada que arreglar. Sánchez sólo tiene negocios privados y Feijóo no tiene nada más que hacer que esperar a que el votante, de nuevo, pese el corazón de Sánchez en una gran parrillada española como una ceremonia egipcia.
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