Inés Arrimadas se ha separado, Dolores Delgado y Baltasar Garzón se han casado, y yo creo que no es más que lo que pasa por todo el país, que mientras que a media España se le rompe el corazón los progres andan de boda por sorpresa, boda de penalti o quizá boda de Elvis, aprovechando lo de Sánchez, que ha sido una cosa entre lujuria y jackpot en Las Vegas. A uno le daba la impresión de que Delgado y Garzón ya estaban casados de toda la vida, que eran como una especie de pareja amish del sociatismo, unidos ante la Biblia de Prisa, casados quizá por Villarejo mientras construían un granero, ese granero en el que el poder judicial, el Partido y el progresismo mainstream, que es como una ortodoxia cuáquera, hacen un nido o un musical. Parecían casados desde hacía siglos, como el matrimonio de David el gnomo, con la edad de sus árboles. Pero no, sólo vivían en pecado, como creo que han vivido Sánchez y Puigdemont hasta que la necesidad, la urgencia, el bombo, los ha descubierto y se han tenido que casar como una folclórica o unos primos, con escándalo y bula del Papa.

Dolores Delgado y Baltasar Garzón se han casado en secreto, o con discreción, no sé si en el juzgado o en una ermita rociera, que hay algo en ellos, ya digo, de folclóricos del PSOE, de gitanilla y torero de la progresía, que a ella la colocan en sus fiscalías como encima del televisor. Lo mismo hasta se han casado en Bruselas, que quizá se ha puesto de moda con lo de Puigdemont, como cuando se puso de moda casarse en Bali después de que lo hiciera Mick Jagger, creo recordar. En Bali la verdad es que quedan unas bodas horteras o drags, como si se casaran dos reyes magos, pero algo así fue la pedida y el agasajo de Santos Cerdán ante Puigdemont, que recibía como montado en elefante. Yo veo aquí todo un nuevo estilismo de lo socialista, esto del interés, la convivencia, el orientalismo, el tribalismo, la necesidad, la virtud, el vicio, la promesa, la mentira, el olvido, la compraventa, todo mezclado en la política, en la vida, en los negocios, en la piscina y en la alcoba. 

Todo esto es tan triste que yo creo que Arrimadas se ha desengañado primero de la política y luego de la vida, ni más ni menos que como la mitad de España. Arrimadas se ha separado y a lo mejor nos alegramos mezquinamente porque el que no esté enamorado de Arrimadas es que no tiene ni corazón ni ojos ni seso. Arrimadas, Inés del alma nuestra, era como una Artemisa de la democracia y no le pegaba ni casarse ni los embarazos, que parecía la Lolita del final, cuando ya no era Lolita. Tenía uno unos vivísimos celos ciudadanos (o a lo mejor sólo masculinos) por la gravidez de Arrimadas, como si nos hubieran preñado a la maestra cuando éramos niños y necesitábamos y queríamos a la maestra sólo para nosotros. España necesitaba a Arrimadas pero ella estaba ahí, con un maromo, preñada como la portera, y a uno se lo llevaban los demonios como al moro Otelo o como al niño sin maestra. Pero me doy cuenta de que es más trágico ahora, que se ha separado y ya no hay niño ni escuela.

Arrimadas dejó la política y ahora deja el amor, que en realidad cuando se deja la política es que ya no hay política y cuando se deja el amor es que ya no hay amor. Yo no sé si eso es lo que nos va a ir pasando a muchos, que vamos a ir abandonando la política y hasta el amor ante el feo triunfo del cinismo, de la mentira, del negocio, de la comodonería y del vicio. Ya ven que se casan Delgado y Garzón y a uno sólo le parece que se han casado dos señores de negro, como si se casaran Tip y Coll o dos funcionarios de hacienda, sólo para el bolo o sólo para los impuestos. O sea que uno querría ver amor, que incluso entre jurisconsultos será posible el amor, que incluso entre sanchistas será posible el amor, digo yo, pero sólo ve que se casan dos obispos o dos notarios del sanchismo como para aprovechar las bulas, los ajuares y las herencias.

Se separa Arrimadas, lúcida ante el final de la política y lúcida ante el final del amor, mientras los sanchistas parece que se casan como ante espejos y tragaperras, o ante suegros con escopeta, sólo por seguir la juerga o el destino de Sánchez, que se casó con Puigdemont

Se separa Arrimadas, lúcida ante el final de la política y lúcida ante el final del amor, mientras los sanchistas parece que se casan como ante espejos y tragaperras, o ante suegros con escopeta, sólo por seguir la juerga o el destino de Sánchez, que se casó con Puigdemont como con la fea de los hermanos Marx. Sánchez ha acabado con la política y lo mismo acaba hasta con el amor, que la palabra y la fidelidad ya no significan nada, que la convivencia es una excusa para el braguetazo y que cualquiera al que bese el presidente puede amanecer muerto en su colchón monclovita como una puta de mafioso.

Veremos en la progresía mucha boda de conveniencia, mucha borrachera con polvo y olvido, mucho picaflor con chorreras, mucho craco por necesidad nacional, mucho calzón quitado, mucho faldón arremangado, mucho suegro con garrote y hasta mucho mirón con factura, y todas esas ceremonias y negocios podremos decir que se hacen por el rito sanchista, aún más hortera y aciago que el balinés. Mientras, a media España se le rompe el corazón igual que a Arrimadas, un poco por el amor y un poco por la razón. Es el fin del amor o es el fin de la política. Que se te rompa el corazón, así como se rasga una sábana o las fotos que también rompes, es lo que debe pasar a menos que no tengas corazón.