El discurso real del 3 de octubre del pasado año supuso una especie de reválida para el Rey Felipe VI. Hay quien interpretó que ese fue su 23-F, aquel por el que la monarquía de Don Juan Carlos se legitimó en 1981 ante un pueblo que aún tenía muy presente los rescoldos del franquismo. El mensaje contra la amenaza cierta de partición de España, capitaneado por los propios dirigentes del gobierno y del parlamento catalán, sirvió en su caso para pasar página de las secuencias más negras que habían llevado a la abdicación real, léase caso Nóos o la cacería de elefantes en Botsuana. Don Felipe heredó una institución devaluada, en mínimos de popularidad, que consiguió prestigiar a fuerza de tesón, de trasladar una imagen intachable. Hasta este domingo de Pascua en la catedral de Palma de Mallorca.

Bien es cierto que aquellas inopinadas escenas no son comparables con el alcance de los delitos de prevaricación, fraude a la administración, tráfico de influencias y contra la administración pública por los que fue condenado el cuñado del Rey, Iñaqui Urdangarin, y apartados él y su hermana de la foto de la Zarzuela. Tampoco con las revelaciones en torno a las relaciones del ahora emérito con Corina zu Sayn-Wittgenstein, pero en una institución donde la imagen y la ejemplaridad forman parte de su razón de ser, el rifirrafe que implicó a tres reinas –la que lo ha sido, la que lo es y la que será- ante la mirada atónita del Rey, evidencia lo que pretendía ser silenciado, esto es, "las relaciones francamente mejorables" de una ya de por sí exigua Familia Real, reducida al mínimo, casi al hueso.

Las relaciones entre la Reina y la Emérita se han ido deteriorando hasta la implosión final

Que la Reina Letizia y Don Juan Carlos nunca congeniaron y optaron por mantener una prudente distancia era público y notorio. Pero Doña Sofía tuvo la suficiente inteligencia emocional como para saber que enfrentarse a la elección de su hijo sólo podía conllevar malas consecuencias para el reinado del heredero. Su legendaria “profesionalidad”, -que quizá sea lo peor que alguien puede decir de una esposa- le sirvió para actuar a modo de nexo de unión de una familia fragmentada, aunque sus visitas, primero a Washington y luego a Suiza para ver a la Infanta Cristina, recibieron el rechazo de Doña Letizia, recelosa de cualquier actuación o movimiento que pueda afectar a Don Felipe.

En el entorno de la Familia Real apuntan a que la situación se ha deteriorado entre ambas por el celo con que la Reina supervisa todo lo que tiene que ver con sus dos hijas, especialmente, la heredera, Leonor. Eso explicaría en cierto modo la imagen de la catedral de Palma, la misma ha dado la vuelta al mundo ante una Zarzuela silente. Doña Sofía, que no se pudo hacer la que era a todas luces una inocua foto con sus nietas, se queja de que las ve poco, mucho menos que la abuela Rocasolano, que es la que se queda con ellas cuando sus padres no están y a la que se sienten más cercanas.

Doña Letizia impone severas restricciones a la dieta, hasta con llamadas al CSIC incluidas

Además, hay una especie de férreo cordón sanitario en torno a cuestiones tan cotidianas como la dieta. Aseguran los medios consultados que Doña Leticia se ha llegado a poner en contacto con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para pedirles más implicación en campañas por la buena alimentación y la vida sana y la emérita parece más dispuesta a ejercer de permisiva abuela.

Sea como fuera, el actual panorama “deja al Rey en una situación muy comprometida porque visualiza la ruptura” y añade tensiones al matrimonio, con un don Felipe que nunca ha ocultado el vínculo especial con su madre, nada que no pase en muchas familias pero que puede tener consecuencias cuando se trata de la institución que sostiene la jefatura del Estado.

La escena de ambas reinas llegando este sábado junto a Don Felipe al hospital universitario de Sanchinarro tras la operación de rodilla de Don Juan Carlos, es el primer paso de una estrategia de "reparación". Doña Letizia abrió la puerta del automóvil para que descendiera Doña Sofía, posaron los tres juntos y luego, juntas también, atendieron las explicaciones del Rey sobre el estado de su padre.

Los abucheos suponen un paso atrás en la ingente tarea que fue recuperar el prestigio real

El alcance del episodio de Palma ha sido desmesurado no sólo porque los medios de comunicación, incluidos los extranjeros, lo hayan reproducido hasta la exasperación, sino también por la intempestiva intervención que protagonizó Marie Chantal Miller, casada con el primo del Rey Pablo de Grecia. Aquel "ha demostrado su auténtica cara" que soltó en un tuit luego eliminado, bien pudo ser reacción ventajista a una cuita personal o el retrato de que las relaciones con la familia política son una asignatura, más que pendiente, suspendida.

Los abucheos que pudo escuchar Doña Letizia tres días después del episodio de Palma mientras asistía con la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, a unas jornadas sobre el tratamiento informativo de la discapacidad en la sede de la Organización Médica Colegial, con ser muy minoritarios alertaban del riesgo de volver a periodos anteriores que se creían exorcizados y supone, sin duda, un paso atrás en la ingente tarea que fue recuperar el maculado prestigio real.

Más repercusión que la ausencia de Don Juan Carlos en el Congreso

Y es que a efectos sociales el rifirrafe de Palma está teniendo más trascendencia que la ausencia de Don Juan Carlos del acto con el que se celebró en el Congreso de los Diputados los 40 años de las primeras elecciones democráticas, en junio de 2017. Entonces, el emérito trasladó, a través de personas interpuestas, su “dolor” por no haberse contado con él en una cita que no se entendía sin el papel histórico que protagonizó. Para subsanar este error, se decidió que 2018 fuera el año del desagravio. Zarzuela incrementó su presencia en actos públicos y él acudió, por vez primera en cuatro años, a la catedral del Palma para celebrar el Domingo de Pascua.

El CIS lleva tres años sin preguntar por la valoración del Rey y de la Institución

El CIS lleva tres años sin preguntar por la valoración que suscita institución entre los ciudadanos. Entre 1994 y 2011, -fecha en la que cosechó su primer suspenso, con 4,8 puntos de nota-, lo hizo en doce ocasiones. La última vez que se incorporó a la institución en un sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas fue en abril de 2015.

Un año después de la proclamación de Don Felipe, el 57,4 por ciento de los encuestados valoraba positivamente la labor del Rey aunque la nota que se daba a la institución era un 4,34, por debajo del aprobado, pero por encima del Gobierno, del Parlamento y de  los partidos políticos, entre otros.

Una valoración disparada por el discurso del 3 de octubre

El Instituto oficial no se interesó por la repercusión del discurso real del 3 de octubre del año pasado, cuando Don Felipe apeló al orden constitucional, al normal funcionamiento de las instituciones, a la vigencia del Estado de Derecho y al autogobierno en Cataluña ante la “deslealtad inadmisible” del independentismo catalán. Lo más reciente es un estudio publicado por La Razón este mes de enero, que arrojó el dato e que el 76,2 por ciento de los encuestados calificaba de "buen rey" a Don Felipe y la institución conseguía una muy meritoria nota de 7,2.

Quizá el CIS espere a momentos más propicios para volver a preguntar a los ciudadanos sobre su valoración de la institución. Ahora, deben pensar sus responsables, no es el momento.