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Una crisis y una decepción, la semana más amarga de Urkullu

En sólo unos días ha tenido que hacer frente a la primera crisis en su Gobierno, al reproche sobre su palabra de Puigdemont y al reforzamiento de la oposición en Euskadi que amenaza el final de la legislatura

Una crisis y una decepción, la semana más amarga de Urkullu
El lehendakari Iñigo Urkullu junto al presidente del PNV, Andoni Ortuzar, durante un acto del partido en Barakaldo. | Mikel Segovia

El semblante ha cambiado. Acumula desgaste, decepciones y temores. Los siete años en el foco de la pugna política han empezado a cobrar su factura. En algunos casos es evidente en el tono, en el aspecto físico e incluso en la falta de la habitual contención dialéctica. También las nuevas canas que se han instalado y la pereza cada vez más reiterada de su sonrisa le delatan. El lehendakari Iñigo Urkullu parece cansado y la 'carrera' que decidió emprender aún no ha terminado. Cuando accedió a la jefatura del Gobierno vasco aseguró que su plan era no permanecer más de dos legislaturas pero aún le restan dos años para agotarlas y podrían ser los más difíciles.

La última semana ha sido probablemente la más dura, también la más ingrata. Una crisis en el gobierno, una herida de credibilidad en su ‘buque insignia’ –la sanidad vasca-, la constatación de que la oposición te hará la vida aún más imposible para gobernar y descubrir que los puentes con el independentismo catalán, otrora 'hermano de fatigas soberanistas' y que hoy lidera Puigdemont, están rotos son difíciles de digerir de golpe. A ello suma la incógnita de saber si su partido, el que llegó a presidir, continuará presente en el Parlamento europeo si como parece fracasa la reedición de la alianza con el PDeCat.

La presión ha comenzado a ser difícil de soportar. El principal aliento de Urkullu es que las encuestas soplan viento muy favorable como para tirar ahora la toalla. La primera parte de esta segunda legislatura había transcurrido sin grandes sobresaltos, pero a finales de mayo pasado la vida política de Urkullu comenzó a torcerse. No lo hizo en Euskadi sino en Madrid, en el Congreso de los Diputados. Las consecuencias del respaldo del PNV a la moción de censura contra Rajoy derrocaron al líder popular pero no tardaron en debilitarle también a él. El PP vasco le retiraba el apoyo en el País Vasco y con ello la posibilidad de sacar adelante sus presupuestos. Y lo que es peor, situaba a los populares, sus hasta entonces aliados para lograr la mayoría absoluta en el País Vasco -que tiene a sólo un escaño de distancia-, en la bancada de la oposición junto a Podemos y EH Bildu.

La dimisión de su consejero de Salud por un escándalo en una OPE supone una victoria de la presión ejercida por la oposición

Una crisis.- Un mes más tarde, en junio pasado, un escándalo comenzó a tomar cuerpo y engordando hasta la semana pasada. Diez meses de lento cocinado y desgaste. Las presuntas filtraciones de exámenes en una Oferta Pública de Empleo (OPE) en el sistema vasco de salud sacudían la consejería que con mayor mimo ha tratado Urkullu como lehendakari. Las denuncias terminaron en la Fiscalía y desde ella en un juzgado de Vitoria que investiga irregularidades hasta en once categorías. El escándalo provocó que el pasado jueves su consejero de Salud, Jon Darpón, presentara su “dimisión irrevocable” sólo unos días antes de que fuera a ser reprobado por el Parlamento Vasco –con el apoyo de Bildu, Podemos y PP-.

Con su salida no sólo quedaba cuestionada el sistema de acceso laboral a la sanidad pública vasca, sino también la credibilidad de su Gobierno. El propio consejero Darpón afirmó en sede parlamentaria que no se podía demostrar las irregularidades denunciadas. Su adiós supone la marcha de uno de sus principales colaboradores y apoyos de Urkullu. “Es difícil encontrar más honestidad en el ejercicio de una responsabilidad pública”, aseguró, “su labor ha sido intachable”.

Antes de este golpe había llegado una decepción. No era nueva, en realidad fue sobrevenida. La que vivió hace unos meses tenía un mismo origen: Carles Puigdemont. La relación entre el lehendakari y el ex president de la Generalitat jamás se recuperó de las conversaciones y encuentros previos mantenidos entre ambos días antes de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) del 27 de octubre de 2017. Entonces Urkullu arriesgo, se implicó y… se quemó. El president no cumplió el compromiso que creía acordado de convocar elecciones para evitar el choque de trenes. En su declaración ante el Tribunal Supremo el lehendakari afirmó que la presión, dentro y fuera del partido, en la calle, donde se empezaba a hablar de ‘traición’, hicieron a Puigdemont cambiar de opinión en el último momento y declarar la DUI.

La fractura personal con Puigdemont deja como daño colateral la dificultad para reeditar un acuerdo entre el PNV y el PDeCat

Una decepción.- El golpe más bajo, el que afloró mayor desagradecimiento se lo propinó hace menos de una semana. Poner en duda su palabra y su declaración, la que tenía documentada en un extenso dossier que ya protegen tres instituciones –Archivo Histórico de Euskadi, Fundación Sabino Arana y el Monasterio de Santa María de Poblet- eran palabras mayores: “Juré decir la verdad y dije la verdad”, aseguró dolido el lehendakari. Y su memoria, remarcaron después desde el PNV y su Gobierno, “no falla”.

El frío gélido entre Urkullu y Puigdemont –al que no ha ido a visitar a Waterloo y al que jamás cita como referente- contrasta con la buena opinión que sí ha expresado de Oriol Junqueras, al que Urkullu y el PNV han tratado en prisión. Pero por ahora, la sintonía con ERC la capitalizará EH Bildu. La distancia con la vía catalana en general y con Puigdemont en particular han hecho casi imposible reeditar la coalición que había llevado a los nacionalistas vascos a Europa.

Urkullu conocerá el miércoles el informe que el presidente del PNV, Andoni Ortuzar presentará a la dirección del partido tras la ronda de contactos llevada a cabo con los socios europeos de 2014: Coalición Canaria, 'Compromiso por Galicia' y el PDeCat. El viernes el propio presidente jeltzale daba por prácticamente descartado poder concurrir junto a los independentistas catalanes, “su vía es exclusivamente catalana” y eso complica sobremanera compartir “estrategias, mensajes y acentos”, aseguró.

Un temor.- Tener que prescindir del apoyo de los independentistas catalanes no es plato de gusto en el PNV. Tampoco lo es para Urkullu. Subirse a una campaña que el PDeCat desarrollará por la vía de la reivindicación y reproche a España parece incompatible con los mensajes de estabilidad, gestión, diálogo y acuerdo que los nacionalistas vascos quieren subrayar de cara al 28-M, cuando además de las europeas también se celebran los comicios municipales y forales en Euskadi. El lehendakari podría ver cómo la apuesta sale mal, cómo su partido se queda fuera del Parlamento Europeo, una institución, un altavoz relevante. Europa es el verdadero referente de la Euskadi con la que sueña el lehendakari y a la que siempre mira.

La semana más amarga de Urkullu no termina ahí. El PP ya ha certificado que su cercanía se agotó. Tampoco el PNV la ha alimentado. Cosas de elecciones. En este contexto, Ortuzar acusó a los populares de haber sellado estos últimos días la existencia de una “estrategia compartida” para derrocar al Gobierno. Y así hasta los próximos dos años. Con este tablero, la última parte de la legislatura amenaza con hacérsele demasiado dura y larga a Urkullu. Completarla o tener que acortarla es probable que no se decida sólo en el País Vasco. Los resultados electorales podrían dejar su onda expansiva en Euskadi y determinar la intensidad de la presión de quienes hoy conforman la oposición al Ejecutivo PNV-PSE. Por ahora Urkullu y el PNV no contemplan acortar la legislatura y confían en agotarla sin gran dificultad, incluso si el próximo año, como el actual, no contaran con apoyo para aprobar las cuentas.

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