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La asombrosa historia del árbol de Navidad: desde Babilonia hasta hoy

Entre otras muchas tradiciones navideñas, como correr turrón o hacer regalos, está sin duda la de poner el árbol y, entre todos los árboles de Navidad del mundo, quizás el más famoso sea el que se coloca cada año en el Rockefeller Center de Nueva York, en pleno corazón de Manhattan. El iluminado del gigantesco abeto se retransmite incluso por televisión y son millones de personas en el mundo las que siguen este símbolo e icono global.

Sin embargo, pocos saben que su origen, como tantas otras muchas tradiciones por estas fechas, se debe a un evento fortuito y muy modesto. En el año 1931, mientras Estados Unidos estaba sumido en la temible Depresión tras el Crack de Wall Street y millones de personas del país no tenían trabajo, un grupo de trabajadores, mayoritariamente italoamericanos, tuvieron el privilegio de encontrar una ocupación construyendo uno de los edificios más icónicos del mundo: el Rockefeller Center. Aquellas Navidades, y para animarse un poco, los obreros decidieron decorar un pequeño abeto con guirnaldas de papel, golosinas e incluso unas cuantas latas vacías.

Una humilde tradición que se convirtió en un símbolo

Pocos se podrían haber imaginado que aquella humilde distracción se convertiría años después en una de las principales atracciones de Manhattan. Ya en 1933, y con un árbol un poco más esmerado y ya iluminado, los neoyorquinos comenzaron su procesión anual para admirar aquel árbol que cada Navidad se hacía más alto y más suntuoso. En 1936, cuando se inauguró la famosísima pista de patinaje a los pies de Rockefeller Center, la tradición fue completa.

El del Rockefeller Center es hoy en día un árbol gigantesco, muy diferente de las versiones más discretas que ponemos en nuestras casas. Y muy distinto, desde luego, a las primeras versiones del mismo. No está claro cuándo comenzó realmente la tradición y son muchas las teorías, pero no hay duda de que los árboles de Navidad atesoran una larguísima historia. Y más de una leyenda urbana.

No comenzó como tradición cristiana

Para empezar, el árbol ni comenzó realmente en Alemania, ni estaba ligado a la religión cristina, como muchos creen. Hay documentos que prueban que ya los antiguos egipcios y los babilonios usaban árboles de hojas perennes durante el solsticio de invierno para significar el regreso de la luz en los próximos meses. Los egipcios ponían hojas de palmera para honrar al dios Ra, dios en otras cosas del Sol, el cual se empezaba a recuperar de su letargo al pasar el invierno. Los babilonios también ponían regalos bajo los árboles, un símbolo del renacer de la naturaleza.

Los romanos tenían sus particulares festividades durante estos meses, en especial las Saturnales, las fiestas en honor a Saturno, el dios de la agricultura. Se sabe que se adornaban algunas calles y que se llenaban las casas de ramas de robles. En las puertas se solían colocar hojas de laurel. Algunos historiadores consideran que también se encendían velas.

En los países de tradición celta se decoraban árboles con frutas y se sabe que en algunos lugares escandinavos se decoraban las casas con árboles para espantar al Diablo. De nuevo, la tradición aseguraba que lo de poner árboles era para atraer de nuevo a la primavera y el renacer de los campos.

Sacrificios humanos

Claro que no todos pensaban lo mismo y se cree que, en algunos lugares del Norte de Europa, no solo se ponían árboles como tributo a los dioses, en especial a Thor, sino que delante de ellos se celebraban sacrificios humanos. Cuenta la leyenda que un tal Bonifacio, uno de los primeros cristianos conocidos del norte europeo, quedó tan horrorizado con aquellas prácticas que un día taló el árbol en honor a Thor y colocó en su lugar un abeto. No solo este árbol significaba la vida eterna --por ser perenne--, sino que como apuntaba al cielo, indicaba que había que mirar a Dios. Y así, según la leyenda, comenzó el uso cristiano de los abetos navideños.

Claro que de aquel primero abeto hasta hoy ha llovido mucho y son muchos los que han contribuido a hacerlo tal como lo conocemos hoy. Las aportaciones han venido de gente humilde cuyo nombre no ha pasado a la historia y también de personajes famosos, como el mismísimo Martín Lutero, de quien se dice que comenzó la tradición de adornar el abeto con velas. Según la tradición, un día en que Lutero regresaba tarde a su casa después de haber dado un sermón, echó la vista al cielo y quedó maravillado con las estrellas que centelleaban. Al llegar a casa puso velas en el árbol para reproducir el efecto parpadeante.

Las importantes contribuciones germánicas

Sin duda fueron los alemanes quienes más hicieron por promover la práctica del árbol. Se cree que, en la Edad Media, se celebraban unas obras de teatro en honor a Adán y Eva, que en la tradición oriental eran santos. Las obras se representaban el 24 de diciembre y siempre tenían como protagonista en el escenario a un gran árbol en representación del árbol del paraíso. De él colgaban, claro está, manzanas.

Cuando estas obras cayeron en desuso, los árboles curiosamente se siguieron poniendo en las casas. Y también en las calles. Se sabe que había árboles en las plazas decorados con manzanas, dulces e incluso flores naturales o hechas de papel. Con el tiempo, no había casa germánica que no pusiera su árbol decorado con velas y frutas.

Y fue un alemán, precisamente, quien más contribuyó a internacionalizar la tradición. El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, marido de la reina Victoria, insistió en poner uno en el palacio de Inglaterra durante la Navidad. Cuando el bonito abeto decorado apareció en el 1846 el Illustrated London News, una de las publicaciones de referencia, se puso inmediatamente de moda entre la aristocracia.

A España, sin embargo, no llegaría hasta décadas más tarde, en 1869, cuando la duquesa de Sesto puso uno en su palacio de Madrid (hoy sede del Banco de España). Sofía Troubetzkoy, casada con Pepe Osorio, marqués de Alcañices y duque de Sesto, gran amigo de Alfonso XII, era una noble rusa, viuda de un hermanastro de Napoleón y había conocido la tradición en otros países. A ella le debemos que hoy muchos disfrutemos de árboles en casa.

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