Casi tres años después, Susana Díaz da el paso. La presidenta andaluza se lanza a la política nacional con la aspiración de ser la primera mujer secretaria general del PSOE y presidenta del Gobierno, tras ocupar ambos puestos en Andalucía durante tres años y medio.

En mayo de 2014, tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, no se atrevió a dar el salto. Ella quería ser elegida por aclamación y Eduardo Madina se lo impidió presentando su candidatura. Para devolverle el golpe, brindó todo su apoyo a Pedro Sánchez, que se convertía por estas piruetas del destino en secretario general del PSOE. Tres meses después, Susana Díaz se arrepentía de haberse quedado en Andalucía, por lo que comenzó a deshacer lo que había hecho, con una intensa campaña de desgaste interno de Sánchez que culminó el 1 de octubre con su derribo en el Comité Federal.

Seis meses después, ambos volverán a verse las caras en el 39 Congreso Federal del PSOE que proclamará a un nuevo secretario general elegido por las bases. Pedro Sánchez lleva casi dos meses haciendo campaña por España, espoleado por la candidatura montada por su anterior equipo con Patxi López como candidato. Susana Díaz no ha podido esperar a la convocatoria formal de las primarias en el Comité Federal de abril, como pretendía, por el nerviosismo que ha generado entre sus aliados el avance del ex secretario general.

Su Gobierno carece de iniciativa y se limita a la gestión cotidiana

Díaz anunciará su candidatura en un gran acto en Madrid el domingo 26 de marzo, donde ofrecerá su proyecto para el PSOE y para España. A la espera de su presentación, el balance que muestran sus tres años de presidenta de la Junta y secretaria general de Andalucía resulta muy pobre. Su Gobierno carece de iniciativa política y su gestión se limita a los asuntos del día a día. Por su parte, el partido se ha desmovilizado hasta niveles desconocidos en federaciones tan potentes como el PSOE de Sevilla, que se ha diluido en el culto a la líder.

El motivo de tal empobrecimiento de la institución y del partido es el liderazgo personalista de Susana Díaz, que sólo se rodea de perfiles planos que no le hagan sombra. Tal es la anulación política de quienes le rodean que pocas personas reconocen en la consejera de Cultura a la política de fuerte personalidad que siempre fue Rosa Aguilar, y que ahora no lidera ningún proyecto ni tiene ninguna repercusión en los medios de comunicación, como el resto de consejeros andaluces, unos perfectos desconocidos en la comunidad.

Algo parecido ocurre en el PSOE andaluz, donde históricamente han jugado un papel fundamental los secretarios generales provinciales. Ahora, salvo Francisco Reyes en Jaén -al que Díaz fue a ver en dos ocasiones para conseguir su apoyo en la sucesión de José Antonio Griñán- ninguno de ellos presenta críticas o reivindicaciones de sus territorios a la baronesa andaluza. Las reuniones de la Ejecutiva y los comités directores del PSOE, antiguos foros de discusión, debate y votación, ahora son órganos 'aplaudidores', que se limitan a escuchar la intervención de la presidenta y ovacionarla.

De esta manera, la baza inicial de Díaz como elemento de fuerza o ilusión para recuperar la autoestima de un PSOE-A vencido por Javier Arenas (PP) en 2012 no ha dado más de sí. En 2015 volvió a ganar, con Podemos ya en escena, pero también con los peores resultados históricos del partido en Andalucía, sólo un 35,43% de los apoyos.

El PSOE-A empató con el PP andaluz el 20-D y perdió el 26-J

Ese dato no muestra sólo un resultado puntual, sino una tendencia. En las elecciones generales de diciembre, el PSOE y el PP tuvieron un empate técnico en la comunidad. En junio, el PP logró el temido sorpasso andaluz y ganó los comicios, con dos escaños más que el PSOE de Susana Díaz. Las encuestas en la comunidad apuntan el desgaste electoral de la presidenta hasta el punto de que ése es uno de sus principales motivos para lanzarse al ruedo nacional: Susana Díaz no está dispuesta a pasar a la historia como la socialista que perdió la Junta de Andalucía tras 40 años de Gobierno ininterrumpido.

"Como ella dice: ni muerta va a ser la que pierda la Junta", explican en su entorno. Quizás ésa sea la principal diferencia para Susana Díaz entre 2014 y 2017. Entonces, acababa de aterrizar en el cargo, heredado de Griñán, y ni siquiera se había presentado a unas elecciones en la comunidad. La Junta de Andalucía le ofrecía una cómoda plataforma para consolidarse orgánica e institucionalmente antes de dar el paso a mayores. Ahora, la presidenta ya sufre los sinsabores del Gobierno. Con indicadores como seis meses de lista de espera para intervenciones quirúrgicas, hasta 50 horas de espera en las urgencias hospitalarias o 24 días de media para la sustitución de maestros, el PSOE andaluz está sufriendo su peor momento electoral.

El deterioro de los servicios públicos ha generado las primeras mareas andaluzas

La gestión es el punto débil de Susana Díaz y el deterioro de los servicios públicos es patente para la ciudadanía. 20.000 personas no se manifiestan en una capital andaluza como Granada sólo por la convocatoria en redes sociales de Jesús Candel Spiriman, un médico de urgencias descontento, sino porque realmente existe un malestar y una preocupación generalizada por el estado de la sanidad andaluza.

El segundo elemento diferenciador entre 2014 y ahora es que entonces no existían los nuevos partidos en Andalucía. Ni Podemos ni Ciudadanos tenían representación parlamentaria, por lo que el PSOE no veía peligrar su status en el Gobierno. La única opción del PP para gobernar era obtener mayoría absoluta. Si ganaba, pero por mayoría simple, como ocurrió en 2012, el PSOE pactaba con otra fuerza parlamentaria, en este caso una depauperada IU. Ahora, si Juan Manuel Moreno (PP) gana las elecciones podría alcanzar un acuerdo con Ciudadanos que desbanque al PSOE del Gobierno andaluz por primera vez en la historia de la comunidad. Ésa es la principal amenaza para Susana Díaz y se encuentra en Andalucía, no en Ferraz.