«No fui yo, fue mi cabeza». Y eso tiene la cabeza. Unas veces repleta de imágenes y otras de palabras o voces que no recordamos o no queremos recordar, y a las que buscamos sentido o pedimos explicación del cómo o cuándo han llegado a nosotros.

Lo mismo pasa con la información o nuestra identidad individual. ¿Hasta que punto nuestro ser social está en venta? Un mundo feliz la exposición del ilustrador de El Mundo, Luis Parejo, habla precisamente de eso: de cabezas y de lo que habita en ellas, con o sin querer, y de cómo el ser humano se ha convertido en una colmena sin identidad.

La muestra, que se inaugura el próximo sábado 5 de junio en la Galería Librería Cervantes y Compañía (Madrid), es una oda a la pansocialización online, la vida equivocada, el tiempo, o la atención fragmentada como respuesta a lo que queda de nosotros como individuos si perdemos nuestra esencia individual en el «espionaje» de Google, Facebook, Instagram o cualquiera de los grandes mercaderes que hoy ocupan el templo de lo social: «somos muy conscientes de que nada de lo que hacemos se escapa de ese espionaje, pero no nos importa», ha dicho el autor en palabras para El Independiente.

Nos empeñamos en aparentar una felicidad que a veces no es»

LUIS PAREJO

Con una veintena de obras de diferentes técnicas y una metáfora cruda de un mundo «¿feliz» -se cuestiona-, Parejo ha traspasado la cortina de alineación y manipulación que ocupa nuestras mentes y mostrado el espejo en el que mirarnos aunque no queramos vernos.

«Esta exposición es el resultado de llevar muchos años generando imágenes que ilustraban una noticia, un texto o una idea que venía de fuera, pero en esta ocasión el proceso ha sido justo el contrario: las imágenes se han cocinado dentro de mí y han ido saliendo sin orden ni sentido, aunque, al final, me parece que existe una conexión o una única mirada detrás de todas ellas».

Un mundo feliz, vigente hasta el próximo 28 de agosto, pretende conseguir una toma de conciencia a que la información, lejos de ser nuestra, va y viene entre manos ajenas. Y para ello, cuenta con una audioguía que pone voz a cada obra: «La galería me preguntó por qué no hacía una audioguía y, como la palabra no es lo mío y tampoco sabía muy bien qué decir, he pedido a algunos amigos escritores que comentaran algo de las obras. Le asigné una a cada uno, y creo que al final ha salido algo divertido que de alguna forma redimensiona el conjunto y aporta cosas que a mí nunca se me hubiesen ocurrido».