En el año 2012 las CUP irrumpieron, por primera vez, en el Parlament de Catalunya con tres diputados. Su candidato, David Fernández, saltó a la esfera pública con gran notoriedad gracias a su intervención en la Comisión de Bancos y Cajas donde, alpargata en mano, le preguntaba al ex ministro Rato “¿tiene miedo?” para despedirse de él con su ya famoso “Hasta luego gánster”. Esta imagen representa la irreverencia de las CUP, una oferta electoral de corte anticapitalista de extrema izquierda que en estas elecciones se juega su futuro.

El peso específico de las CUP aumentó en las pasadas elecciones del 2015, cuando triplicaron resultados debido a la fuga de votos de votantes de ERC que castigaron la alianza con la Convergència del peix al cove, del 3%, de las cargas policiales de Felip Puig y de la burguesía catalana capitalista de toda la vida. La aritmética parlamentaria les regaló su gran momento de gloria: sus 10 diputados eran clave para formar una mayoría independentista al frente de la Generalitat. En enero del 2016, por método asambleario y tras varios empates, las CUP decidía por 6 votos vetar a Artur Mas como president de la Generalitat.

Finalmente, la llamada a la desobediencia civil de las CUP se convirtió en obediencia debida

El protagonismo de las CUP en la legislatura de Puigdemont ha sido incuestionable. Su poder de movilización y su determinación por alcanzar la independencia de Cataluña a toda costa son sus mejores credenciales en estas elecciones en las que se presentan a regañadientes. Una vez activado el 155, fueron los únicos que se plantearon de forma seria su no concurrencia, debido a que no reconocen la autoridad del Estado. Sin embargo, todo partido tiene sus incongruencias y, finalmente, la llamada a la desobediencia civil se convirtió en obediencia debida.

Su estrategia electoral no pasa por el candidato, ya que por estatutos no pueden presentarse a la reelección, lo cual imposibilita la consolidación de sus figuras políticas. Fernández o Anna Gabriel ya son el pasado: su nueva cabeza de cartel ni siquiera aparece en la cartelería electoral protagonizada por imágenes de las movilizaciones independentistas. Bajo el eslogan En pie reivindican la vigencia de la república soberana, la creación de la asamblea constituyente – recogida en la (inconstitucional) ley de transitoriedad- y los derechos sociales y políticos. A diferencia del resto de formaciones secesionistas, las CUP no tiene dirigentes en la prisión o en el extranjero que apuntalen el relato de un partido víctima del “estado opresor”. Sin embargo, su pedigrí independentista no es cuestionado; así como su afán por conquistar su objetivo: la república catalana.

En su determinación incansable por apuntalar los mitos de la Cataluña independiente, iniciaron su campaña en Sabadell. Pero en lugar de realizar la tradicional pegada de carteles, ellos descolgaron uno: el de la placa dedicada a Joan Oliu -padre del banquero del Banc Sabadell- y lo sustituyeron por uno que indicaba Plaza 1 de octubre dedicado a “las víctimas de la represión ejercida por el gobierno español en el otoño del 2017”. Un acto de vandalismo y desobediencia que refuerza su carácter independentista antisistema y que intenta esconder su concurrencia a las elecciones del 155.

Según el último CIS, las encuestas no auguran una campaña sencilla para las CUP. Mantienen una fidelización del voto del 53% -un dato poco positivo- mientras que el 21% de sus electores en el 2015 aseguran que votarán a ERC, un 8% a JxC y un 7,9% duda. Además, si nos fijamos en la pregunta de quién le gustaría que ganase las elecciones, el votante de las CUP del 2015 posiciona a Junqueras en primera posición con un 37,6% por encima de su propio candidato que obtiene un 34,7%, seguido de Puigdemont con un 10,4%. Atendiendo a estos datos, la CUP parece devolver parte de sus electores a ERC que en esta ocasión puede que tomen el camino del “voto útil” soberanista. Retener esa fuga de votos será la misión fundamental de Carles Riera, candidato de las CUP que, por cierto, tiene un nivel de conocimiento del 37%. Una cifra escasa que parece no preocupar al partido del liderazgo asambleario.


Verónica Fumanal es asesora el comunicación política.