Este es el año en que nos empezamos a tomar las mentiras en serio. Hasta que la posverdad entró en la RAE y los bots rusos en la campaña catalana, las fake news no eran más que un neologismo cursi. Pero en 2017 las noticias falsas pasaron de ser un gran negocio en las redes a desvelarse como una amenaza muy seria para las democracias occidentales.

En 2017 Donald Trump se convirtió en presidente de EEUU confirmando que no todo era mentira. Puede que sí que lo fueran las noticias que lo auparon a la presidencia, pero su victoria se hizo realidad. Y con él llegó el postescándalo: la era en la que ya nada escandaliza ni sorprende lo suficiente.

Así que 2018 va a tener que esforzarse mucho para asombrarnos, ahora que después de llevar el procés al límite tras el referéndum del 1-O hasta nos hemos acostumbrado a tener al ex president Carles Puigdemont queriendo gobernar Cataluña desde Bruselas. El mesías del procés acaba el año como un exiliado, un prófugo o un turista, según a quién se le pregunte. Y lo mismo se compara a sí mismo con El Lute que con Mandela. Qué mejor síntoma de que este año la posverdad lo ha inundado todo que la última oposición al independentismo haya acabado siendo otra mentira llamada Tabarnia.

E igual que cualquier mentira puede hacerse realidad en las urnas, también arrasa en los mercados. De ahí el éxito de bitcoin, la criptomoneda que ha aprovechado el descrédito de los expertos entre tanta posverdad para desafiar todas las alertas que la califican de burbuja. En 2018 tal vez salga de dudas el que todavía las tenga.

Sin embargo, 2017 también ha sido el año de la verdad. Ha salido a la luz el acoso que sufren muchas mujeres en el trabajo. The New York Times desveló los abusos sexuales sistemáticos con los que el poderoso productor Harvey Weinstein llevaba décadas atormentado a aquellas con las que trabajaba y de pronto el movimiento #metoo le dio fuerza y visibilidad a muchas víctimas que hasta entonces no se habían atrevido a denunciar. El movimiento ha sacado los colores a la sociedad por tener el acoso bochornosamente normalizado, ya fuera por miedo a represalias o por la costumbre de metabolizarlo como un simple malentendido. Ha dejado de ser un daño colateral ante el que guardar silencio para convertirse en un escándalo mucho más allá de Hollywood. Y aunque este año el acoso ha empezado a visibilizarse, a 2018 le queda mucho por resolver. Lo primero, evitar más víctimas. Pero también es urgente clarificar los límites de lo que es acoso y lo que no.

En la era de las noticias falsas no va a ser fácil dar con la verdad, pero mirar para otro lado solo empeora las cosas. Una máxima que deberíamos haber aprendido en un año repleto de mentiras que han llegado demasiado lejos.