Opinión

La condición humana

La ministra de Justicia, Dolores Delgado, en el Congreso de los Diputados
La ministra de Justicia, Dolores Delgado, en el Congreso de los Diputados. | EFE

¿Acaso creíamos que la clase política, los jueces, fiscales y los policías por el hecho de pertenecer al grupo de servidores públicos eran ángeles del cielo vírgenes de maldad? Sorprende la reacción timorata de algunos miembros de este nuevo Gobierno cuando les pillan en un renuncio, no solo faltan a la verdad una y otra vez negando la mayor y arrepintiéndose por ello a las pocas horas, sino que niegan la condición de humanos por su lenguaje homófobo, misógino y vulgar. Les parece más grave proferir en privado palabras soeces sobre sus compañeros, que medrar con los bufetes de abogados para conseguir supuestos favores para algún preso famoso.

Lo de la ministra Delgado se cuenta mal. No son solo grabaciones del año 2009. La última reunión con Villarejo la tuvo hace tan solo 15 meses. ¿Qué hablaron en ella? Lo grave no son las calificaciones vulgares que denotan el carácter de la ministra, sino saber si en aquellas reuniones se urdieron negocios o favores. Hoy sabemos de las ofertas laborales que Baltasar Garzón, intimísimo amigo de la ministra, hizo a los abogados de Sandro Rosell tan solo días después que la ministra tomara posesión de su cargo. La oferta fue aceptada pero no para mejorar la situación procesal de Rosell, sino la personal. A las pocas semanas Sandro Rosell era trasladado desde Soto del Real a la cárcel de Brians 2, a pocos kilómetros de su casa particular. Habían pedido sus abogados el traslado en muchas ocasiones anteriores sin conseguirlo. ¿Participó Dolores Delgado en esa decisión? Y si no participó, ¿porqué negar en tres ocasiones sus largos almuerzos de cuatro horas con Garzón y un policía al que acababan de otorgar una medalla? No había aparentemente nada malo en ello.

Lo grave no son las calificaciones vulgares que denotan el carácter de la ministra, sino saber si en aquellas reuniones se urdieron negocios o favores

La dimisión llegará y pronto, como le sucedió a Cristina Cifuentes porque no dijo la verdad, fue bochornoso escuchar en boca del notario mayor del reino (ella misma), que el insulto de “maricón” no se dirigía a su compañero Grande-Marlaska, sino para otra persona. Mientras tanto a la misma hora, su Ministerio la negaba y reconocía todo lo contrario. Surrealista todo. Berlanga hubiese escrito un magnífico guion con estos personajes.

¿Creen estos ministros y ministras henchidos de ideología, creyéndose tocados por el dedo divino, que ellos son de otra condición humana que no es la mayoritaria? Como dijo la ministra dimitida de Sanidad, “no todos somos iguales”, y tenía razón, ella plagió y la mayoría de universitarios no lo hacen.

¿Qué extraño virus de falsa dignidad se ha inoculado en nuestros políticos? Los votantes no les pedimos más que lo que ellos nos piden a nosotros, que no mientan y sean honrados. Nadie les pide una tesis, ni siquiera un máster, nadie les exige honorabilidad extrema más que la que ellos mismos se han auto exigido. Damos por supuesto que no les obligaron a entrar en política, que lo hacen por vocación de servicio o así debería ser. Los votantes no queremos inútiles inmaculados, sino gestores eficientes. Votamos al que nos miente menos, al que es sincero, al que no es prepotente.

En poco más de 100 días, el Gobierno de Pedro Sánchez se siente acosado por el supuesto chantaje de Villarejo, pero si no hubieran tenido lugar esas reuniones no podrían chantajearle. Presionado por los másteres y las tesis bajo sospecha, pero si hubiera seguido el camino del esfuerzo y no el atajo del oportunista no tendrían problema alguno. Por mucho que maquillen el CIS, cada vez que el presidente coge el helicóptero Super Puma para ir a un concierto en Benicàssim o a la boda der su cuñado, a 5.000 euros la hora de vuelo, pierde el favor de los ciudadanos que le hubieran votado. En el fondo actúa como un aprendiz que, sabiéndose ocupante temporal de La Moncloa, aprovecha y fotografía cada instante por si no vuelve a gozarlo jamás.

Los comentarios machistas y homófobos de la ministra de Justicia no tienen la protesta social que se hubiese activado si fuese una ministra del PP o de Ciudadanos

Pero no debería ser la prensa, ni Villarejo, ni los escándalos los que decidan cambiar un Gobierno, deben ser las urnas en unas elecciones democráticas. Tras lo ocurrido en las filas del PP y ahora del PSOE, los cuatro principales partidos están obligados a cerrar un acuerdo de mínimos para decidir dónde se sitúa el listón de la honorabilidad. Sin lugar a dudas los comentarios machistas y homófobos de algunas ministras como la de Justicia no tienen la protesta social que se hubiese activado si fuese una ministra del PP o de Ciudadanos quien lo hubiera dicho. Ponemos en práctica una doble vara de medir y todo esto a la estabilidad económica y social de nuestro pais le sale muy caro.

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