“Con este me voy a la guerra” es una expresión genuinamente militar. A pesar de las muchas expresiones que en las últimas décadas se extrapolan del léxico militar a la terminología de la sociedad civil, como decir “guerra” para referirse a una competencia, organizar la dirección empresarial como un estado mayor, batallar para alcanzar objetivos o establecer estrategias con ofensivas comerciales o repliegues tácticos, cuesta encontrar una traslación similar de la milicia a la sociedad civil de esa valoración que los militares suelen hacer de sus líderes.

Lo que trasciende de esa ausencia en el léxico civil de tan rotunda afirmación militar es, por una parte, la dificultad de identificar a quien detenta la autoridad y a quien ejerce la potestad porque dejan de ir de la mano, para llegar a separarse o incluso enfrentarse entre sí, y por otra, la imposibilidad de atribuir la responsabilidad de las decisiones a una persona concreta para dar paso a la irresponsable colectivización de las consecuencias.

Lo primero es fácil de observar, tanto es así que hoy vemos a quienes tienen reconocida la potestad sobrepasados por aquellos que se atribuyen la supuesta autoridad moral. Ejemplos: la redacción de los presupuestos donde partidos políticos suplantan al ejecutivo, la formación de comisiones parlamentarias a modo de pasados tribunales populares, donde ajenos a la materia y con sentencia previamente escrita ocupan el lugar de la justicia, o la continuada puesta en vigor de legislación con que el ejecutivo deja vacía la labor del legislativo.

Lo segundo es más sutil y, por ello también, más peligroso y dañino. Es la cuchillada trapera. Lo que denominaría el síndrome de Fuenteovejuna. Ante cualquier mal funcionamiento o acontecimiento desgraciado, proliferan las asociaciones de afectados o damnificados, y ante la posibilidad de obtener un beneficio o prebenda se multiplican las organizaciones gubernamentales o no gubernamentales capaces de acapararlas. La masa vence al individuo que queda excluido de toda atención cuando se sale del colectivo, o cuando, en solitario, trata de competir con ella en igualdad de condiciones. El resultado es que la simple cuantía de un colectivo relega a la razón de un individuo. En este asunto afecta mucho la capacidad de unos y otros para, al margen de los hechos acaecidos, interpretarlos y airearlos conveniente en beneficio propio.

Es una forma de sublime lealtad correspondida y una manera de asumir el mismo riesgo frente al enemigo que convierte al superior y al subordinado en camaradas

Tan simple y rotunda valoración militar de “con este me voy a la guerra” abarca mucho más. En primer lugar porque lo que realmente afirma es que pone la propia vida en manos del jefe y lo que el jefe asume de facto es que sabrá cuidar de ella. Es una forma de sublime lealtad correspondida y una manera de asumir el mismo riesgo frente al enemigo que convierte al superior y al subordinado en camaradas. Lealtad y compañerismo crean la unión que hace la fuerza a la hora de combatir y resistir. En segundo lugar, porque esa valoración es personal e intransferible, como la propia identidad, como un carné, algo que incluye no solamente datos personales que acreditan la potestad legal para ejercerla, sino también la fotografía, la autoridad moral de quien lo porta. Nada tan presente en la milicia como ser dueño único de los actos y palabras, algo que se difumina en los colectivos.

Hasta aquí las cosas, parece que el trasiego de fondos y de formas va únicamente en un sentido, pero nada tan lejos de la realidad. La milicia, como otras organizaciones jerarquizadas de una sociedad abierta, sufren un efecto rebote de lo que sucede fuera de ellas. Así en lo militar también se observa, cuanto menos, un solape de funciones que crea indeterminación sobre quién debe ser responsable de cada uno. Por demás, nada que decir tiene cuando quien las ejerce no sabe de qué va la vaina. De igual modo, el fenómeno de la colectivización ya despunta en ciertos ámbitos de la administración militar, y gracias a Dios, no alcanza a la esencia de la institución. Es así porque, al fin y al cabo, para un líder militar cada soldado o marinero es una persona que, sin creerse imprescindible, es insustituible porque en ella descansa la lealtad y el compañerismo. Unidad en último término.

Parece, sin embargo, que el resto de la sociedad española asume de facto, paulatinamente e inconscientemente, los postulados que abandonó con el establecimiento de la democracia parlamentaria para caer en este siglo XXI en los defectos de una historia repetida en los siglos XIX y XX.

Da la sensación de estar en una contradicción que tiene más que ver con “el avance hacia el pasado” que en “el regreso al futuro”, un cambio de rumbo que puede atravesarnos peligrosamente a la mar y poner a los pies de los caballos de la historia a la nación que los españoles dieron una grandeza descomunal y que es España.


Javier Pery Paredes es almirante (retirado).